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 domingo, 09 de octubre de 2005  
Panorama político
El número imperfecto

Mauricio Maronna / La Capital

El presidente Néstor Kirchner terminó de leer una encuesta de 1.800 casos y bajó la decisión de comunicarle a Agustín Rossi que el 17 de octubre cerrará la campaña en Rosario del Frente Progresista santafesino.

Juan Carlos Mazzón (el padrino de la lista que ayer nomás era ninguneada como la nómina muletto de la escudería ante las deserciones de María Eugenia Bielsa y Horacio Rosatti) experimentó una descarga adrenalínica típica de los operadores políticos, discó el prefijo 0341 y le comunicó la buena nueva al postulante a diputado nacional. Desde ese momento una extraña sensación se percibe en el PJ provincial, que desalambró la provincia por primera vez desde el 91 y ahora está sorprendido por las derivaciones.

El martes pasado, a las 18.15, Hermes Binner recibió la novedad del nuevo desembarco K en la Redacción de La Capital. No hubo gesto alguno que haya demostrado preocupación en el postulante socialista, convertido en banca desde hace varios meses hasta hoy por casi todos los opinadores nacionales.

Como se adelantó desde hace varios meses, Santa Fe termina convirtiéndose para el Ejecutivo nacional en la madre de todas las batallas: el seguro triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires y el notable repunte de Elisa Carrió en la Capital Federal que, hoy por hoy, logra sacarle una luz de ventaja a Mauricio Macri, hacen que la provincia sea mirada con lupa.

La mediocre campaña electoral santafesina ingresa a su última etapa del mismo modo en que se inauguró. Rossi inunda de afiches y spots publicitarios cada rincón de la bota y moldea su discurso con solamente tres palabras: "Yo soy Kirchner". Binner apunta toda su estrategia a un blanco definido, que no es otro que la gestión provincial.

A falta de ideas subyugantes, elogiables son los buenos modales y, en ese sentido, debe reconocerse que hasta ahora (y por primera vez en mucho tiempo) los insultos están raleados del escenario. Ni siquiera se percibe una dialéctica agresiva por parte de los frentes en pugna.

Todos los que hayan visto el soporífero almuerzo televisivo de la anfitriona Mirtha Legrand, que contó con la presencia de Rossi y Miguel Lifschitz, habrán notado la sugestiva empatía que brotó entre ambos referentes hasta esfumar cualquier ejercicio dialéctico de disputa.

Ahora, todas las miradas se concentran en el acto del 17 de octubre en Newell's: ¿apuntará Kirchner los cañones hacia el candidato del Frente Progresista o entretendrá al auditorio con un discurso ambiguo que le permita no sentirse derrotado el día después de los comicios si es que Binner logra doblegar a Rossi?

La guerra de guerrillas les fue concedida en esta campaña a los encuestadores. Este diario accedió a todos los sondeos, y de su lectura se desprende que la política es algo demasiado serio como para dejarla en manos de estos señores que, en su gran mayoría, pueden cambiar de conclusiones como de ropaje.

"Los analistas de opinión que trabajan para un determinado candidato están casi obligados (a publicar las encuestas) con alguna manipulación que tienda a construir una imagen de éxito o de crecimiento del postulante que les está pagando", dijo a La Capital el licenciado, y también consultor, Raúl Aragón, especialista en estudios de opinión de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).

Pues bien, sepa el lector que todas las encuestas que ha leído o escuchado en los últimos días han sido encargadas por los candidatos (o por los gobiernos provincial, nacional o municipal). Después de la grosera boutade de Manuel Mora y Araujo en las elecciones a gobernador de 2003 -otorgándole la victoria al Partido Socialista antes y después de los comicios (esto último en un mítico sondeo a boca de urna)- parecía que los santafesinos, al fin, se habían sacado de encima a los "lectores de manos" (Santiago Kovadloff dixit) disfrazados de consultores. Nada de eso ocurrió.

La sopa de números que hoy llega a las redacciones tiene resultados para todos los gustos: desde quienes pronostican una victoria de Binner por once puntos hasta los que le dan el triunfo al Frente para la Victoria por cinco puntos, pasando por el empate técnico, una especie de Poncio Pilatos que permite no quedar mal con quien obló la suma exigida ni tampoco caer en ridículo si las urnas finalmente arrojan otro resultado.

Curiosamente, el único que rompió la monotonía y las buenas formas de la campaña fue el habitualmente moderado Carlos Reutemann. Lejos de su estilo, el senador lució desafortunado en sus expresiones a la hora de "exigir" (poco democráticamente) el voto para Kirchner-Rossi: "Si desean que la Nación nos acompañe en las cosas que solicitamos, como la autopista Rosario-Córdoba o el puente Reconquista-Goya, eso es lo que hay que hacer. De lo contrario, no le pidan esto a Kirchner, pídanselo a otro. ¿Está claro?", les dijo a los periodistas en la bucólica localidad de Nelson, en explícita profesión de fe kirchnerista.

Esbozando una lectura que se aleje del cortoplacismo o del día a día, los resultados resultarán cruciales para el futuro del PJ santafesino. Una victoria de Rossi, con la provincia ya desalambrada por el reutemismo y el obeidismo, erigirá a Kirchner como el nuevo gran elector, quien profundizará su desembarco con las manos libres para "designar" al futuro gobernador y disciplinar en su totalidad al oficialismo local de acuerdo a sus designios y humores.

Llamativamente es Reutemann y no el reutemismo el que más le pone el cuerpo a la campaña. "Es verdad; estamos un poco despechados y librados a la buena de Dios", reconoció el viernes un legislador nacional justicialista, perdido en el nuevo escenario como Fernando de la Rúa entre la escenografía del otrora "Videomatch". Ni el Oso Arturo parecía en condiciones de rescatarlo del bajón.

Binner se juega en estas elecciones su pasaporte a la final del mundo. De ganar habrá "un nuevo gobernador en los medios de comunicación, al menos hasta el 2007", reconoció, preocupado, un funcionario de la Gobernación.

Desde la capilla socialista, uno de sus principales cuadros políticos, que no se dejó ganar por el triunfalismo inicial y que admitió "vergüenza" por algunas encuestas "obscenas" a favor de su candidato, fue claro al momento de repasar el estado de las cosas: "Creo que Hermes va a ganar. Pero esa creencia será una aseveración cuando vea que en Rosario sacamos el 50% de los votos. Ese es el número perfecto para hacer la diferencia, que se tornará indescontable aun perdiendo en la mayoría de los otros departamentos. Lamentablemente, hasta ahora, no logramos tener ese porcentaje".

Tal vez sin haber escuchado nunca a Catupecu Machu, el razonamiento parece extraído del disco "El número imperfecto", que bien podría aplicarse al último tramo de la campaña y a la ansiedad que merodea el campamento socialista cuando es la hora de "finales abiertos, de lo que habría en otro lado y aún no conocemos".

Lejos de la grisura santafesina, Elisa Carrió, Mauricio Macri y Rafael Bielsa dieron en Capital Federal un importante salto de calidad en materia de respeto a los ciudadanos. Aceptaron dar la cara en un debate televisado, dejando atrás aquella máxima mediocre, esculpida por Carlos Menem cuando dejó la silla vacía diciendo que "el que gana no debate". Más allá de las chicanas, las vulgaridades y las escenificaciones, el t'te a t'te porteño debería generar un efecto catarata en todos los distritos del país.

¿Por qué, además de caminatas interminables, choripaneadas para aceitar aparatos y abundancia de spots que parecen publicidades de champú, Binner, Rossi, Alicia Gutiérrez y Héctor Cavallero (líderes en las preferencias a diputado nacional); Horacio Ghirardi, Osvaldo Miatello y Carlos Comi (primeros en la intención de voto a concejal) no se disciplinan ante el deber republicano de confrontar sus programas e idearios?

Mientras todos están en campaña, el Congreso nacional bajó las persianas hasta noviembre y cualquier política de Estado aparece hoy teñida por los colores del proselitismo. La oposición, que corre detrás de la agenda que le impone el gobierno, se ha olvidado de que la mayor preocupación de los ciudadanos por estos días no tiene que ver con la pirotecnia de Cristina Fernández convocando a "refundar el país" o con la cantinela de Chiche Duhalde utilizando el peronómetro.

Al tiempo que la inflación vuelve a encender su espiral, no hay noticia más preocupante que la que informa que una familia tipo que no consigue reunir un salario de 801,82 pesos está condenada a vivir, aquí y ahora, bajo la línea de pobreza.

Parece una acotación políticamente incorrecta. La realidad es lo que pasa mientras la clase dirigente está ocupada en gritar desde los palcos: "La vida por un cargo". Todo lo demás está cerrado por campaña.
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