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 domingo, 09 de octubre de 2005  
Interiores: La pasión y los pingüinos

Jorge Besso

En la sucesión de días y noches en todos los centros y en todos los rincones del planeta suceden las cosas que suceden, algunas visibles, y la gran mayoría invisibles para cada uno de los mortales que todavía siguen en circulación. Damos por sentado y por sabido que una inmensa mayoría de esas cosas están regidas por una gran variedad y diversidad de leyes que gobiernan el andar y el comportamiento de lo sucedido, de lo que sucede y de lo que va a suceder. Hacer el listado de todas las leyes habidas hasta el momento no debe ser imposible, pero sí tal vez innecesario ya que bien pueden ordenarse en dos grandes grupos:

u Las leyes de la naturaleza.

u Las leyes sociales.

Las leyes de la naturaleza son inexorables, no son leyes que se establezcan, sino que están establecidas, y lo máximo que podemos aspirar es a conocerlas y tal vez a dominarlas. Las leyes sociales son leyes humanas, en tanto y en cuanto el humano es un ser más social que biológico. Es decir que las leyes que rigen y regulan lo biológico son la condición necesaria para nuestra vida, pero al mismo tiempo no son la condición suficiente. Por variadas razones (biológicas y en ciertos puntos también psicológicas) la vida se nos puede esfumar en un estallido del corazón, o del cerebro, en una enfermedad conocida o en una misteriosa, en un accidente, o en cualquiera de las formas posibles que hacen al fin del recorrido.

Pero lo cierto es que nuestra vida, en el sentido de nuestra existencia, se trama y se juega en el laberinto de las leyes sociales, tantas veces poco o nada conocidas, y por lo tanto sin posibilidades de ser cuestionadas. Además una tradición, al menos en Occidente, tiende a equiparar las leyes sociales a las de la naturaleza, equiparación a todas luces inadmisible y que sin embargo suele aparecer como lo más natural encubriendo y ocultando que la naturaleza humana no es meramente biológica como la de un ciempiés, sino que es plenamente social.

La lógica que trata de unir, o de algún modo equiparar, estos dos grandes grupos de leyes, las de la naturaleza y las sociales es una lógica divina. Frente a la visión impresionante de todo lo creado, o mejor de todo lo existente surge en forma natural que todo esto tiene que tener forzosamente un comienzo, un origen y por lo tanto un autor, y ese autor suele ser visto como el responsable de un "diseño inteligente"(Dios).


Ave emblemática
En estos tiempos en el país que rige los destinos del mundo, el pingüino se ha convertido en el ave emblemática de la derecha más conservadora de la historia. Cuenta Mario Diament, corresponsal del diario La Nación, que este ser tan elegante ha sido puesto en un pedestal, verdadero ejemplo de conducta, por los ideólogos y comentadores del partido de los Halcones que por lo que se ve admiran a los pingüinos, en particular a una clase: el pingüino emperador que viene a ser el ejemplo perfecto de lo que se llama "diseño inteligente".

Se cuenta que una vez que el matrimonio pingüino copula y se obtiene el consiguiente huevo, la hembra comienza su caminata hacia el mar en un largo camino helado con 40º bajo cero para ir a alimentarse y luego recorrer el camino inverso. Mientras tanto el pingüino macho se queda empollando sin alimentarse, en medio de la quietud ártica a la espera de la pingüina. Su arribo coincide con el salto a la vida por parte del pichón, y ahora será el pingüino macho el que recorre el camino hacia el mar en busca de los alimentos. El mismo camino que recorrerá el pichón poco tiempo después que, por otra parte, nunca más verá a sus progenitores.

Y así sucesivamente generación tras generación donde esto se repite en un orden inalterable, salvo que el petróleo los extermine. Esto unido a que cuando muere uno de los miembros de la pareja pingüina muere el otro, lo que da como resultado algo que salta a la vista: un canto a la monogamia y a lo inalterable.

Semejante canto hace de la naturaleza una ideología, al menos de algunos ejemplos, ya que no se toma en cuenta, por ejemplo, el caso de determinadas arañas en las que luego de la cópula la hembra se manduca la cabeza del macho. Lo que también se repite generación tras generación, en tanto y en cuanto no existe la posibilidad de que un padre, o un abuelo de la araña macho le advierta su destino inexorable. Es que en esos mundos las cosas son sin alternativas y sin alteraciones, al menos durante períodos de tiempo inabarcables para muchas generaciones humanas.

La fascinación por la naturaleza siempre ha estado presente en los humanos que muchas veces no asumen su propia naturaleza. El asunto es que en la naturaleza humana, aun teniendo tantas cosas en común con nuestros hermanos biológicos, las diferencias exceden con mucho a las similitudes ya que los múltiples mundos humanos tienen un nota esencial: no son sin alternativas, ni son sin alteraciones.

En borrar las alternativas y las alteraciones coinciden las dictaduras con algunas psicopatologías severas. Es decir que la severidad de las dictaduras no admite alternativas, ni mucho menos alteraciones. A lo sumo ciertos cambios para que todo siga igual, mecanismo típico de tantas dictaduras explícitas o implícitas. Pero no se admiten alteraciones, ya que representan los únicos cambios auténticos, aquellos en los que se subvierte el orden. Muchas neurosis surgen de las dictaduras en las que están inmersos aquellos que se ven sin alternativas, y que al mismo tiempo paradójicamente no soportan ninguna alteración de lo que los hace padecer.

Las dictaduras externas y las internas implican un propósito de ceguera que nunca se logra del todo, salvo en las locuras irreversibles: precisamente aquellas que no ven alternativas, ni admiten alteraciones. El loco no es un alterado, sino todo lo contrario. En lo posible no hay que olvidar que siempre hay alternativas, y siempre se puede alterar el rumbo de las cosas. Porque no somos pingüinos.
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