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 domingo, 09 de octubre de 2005  
El cazador oculto: "Un puñado inútil de polaroids"

Ricardo Luque / Escenario

Amnesia. Igual que la de Leonard Shelby, ¿se acuerdan? Sí, el protagonista de "Memento". Flaco, alto, platinado. Sin más equipaje que un puñado de polaroids con las que cree poder retener ese pasado que, cada vez que despierta, se le escapa como arena entre los dedos. Nada hay más inútil que tratar de reconstruir el anochecer de un día agitado que se empecina en hundirse en el olvido. Pero el esfuerzo es inevitable. Primero hay que bajar las escalinatas del Palacio Fuentes, en el sótano, como los desvaríos de Jack Nicholson en "El resplandor", está el Gran Cifré, que luce resplandeciente como en sus tiempos de gloria. Marito Borgonovo, el anfitrión, recibe a los invitados con la alegría de una quinceañera. Pero sus bucles plateados, que sumados a sus anteojos redondos el dan un aire al Piero post menemista, revelan que su verdadera edad. "Edad de las Cavernas", sugiere la amable sonrisa con la que esa adolescente encantadora que, enfundada en un vestidito mínimo, recorre el salón declinando amablemente una y otra vez las propuestas indecentes que le salen al paso. No exagera. La lista de invitados parece la nómina de afiliados al Pami. Hasta Dante Taparelli, que sigue empeñado en lucir eternamente joven, lucía viejo y cansado. ¿Será por ese traje negro de tienda de saldos de los Blues Brothers que vistió para la velada? No, para nada. El hombre tuvo a su cargo la ambientación del salón, un trabajo digno del Oscar a la mejor dirección de arte, y llegó a la fiesta con el último aliento. Como el Nene Molina, que desbordado de trabajo no tiene tiempo para cumplir una dieta y mucho menos para ir al gimnasio y día a día, con la barba rala, el pelo desprolijo y el saco gris de teed raído y deshilachado que usa incansablemente desde el estreno de "Cabecita negra", se parece más a Bud Spencer en "Banana Joe". Debería aprender de Roberto Caferra que, desde que vio la luz, sale a correr, come sano y toma agua mineral. Cómo será que hasta abandonó a su coiffeur de cabecera porque, asegura, es mejor "el pelo libre que la libertad con fijador". "Debería volver a la bebida", la mirada tierna de Nilda Siemienzuck es un ruego desesperado. Y es lógico. Ella, una chica al fin, sólo quiere divertirse, como la noche que, ahí mismo, conoció al hombre de su vida. Y no escuchar filosofía barata. Ni zapatos de goma.
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