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domingo,
02 de
octubre de
2005 |
"Nos vemos del otro lado"
Probar suerte en el país del norte sin los papeles necesarios implica los peores riesgos
Sebastian Sunderhaus
La familia de Mario García llegó alguna vez como inmigrante desde México a Estados Unidos. Hoy, la tarea de este policía consiste en impedir que los compatriotas de sus abuelos crucen ilegalmente la frontera hacia el norte.
Cada año, cientos de miles de latinoamericanos buscan suerte en Estados Unidos sin los papeles necesarios. Muchos de ellos fracasan y lo vuelven a intentar, una y otra vez. Según cifras del Consejo Nacional de Población de México, 485.000 mexicanos son repatriados cada año por la Patrulla Fronteriza estadounidense.
A lo largo de los 3.200 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México, policías como García patrullan la línea divisoria. Con su piel y cabello oscuros, en México podría pasar como un ciudadano más.
García habla español e inglés. Pero su uniforme de la Border Patrol no deja dudas de a qué lado pertenece. Desde hace 18 años se dedica a capturar migrantes que pretenden ingresar en forma ilegal a Estados Unidos.
Sentado en un jeep blanco, en un camino polvoriento a pocos kilómetros de la garita fronteriza de San Isidro, que conecta San Diego y Tijuana, se despereza y dice: "Hoy todavía no atrapé a ninguno".
Estados Unidos ha instalado en la frontera murallas y tecnología ultramoderna para detener a los ilegales. "Tenemos sensores y cámaras que detectan cualquier movimiento, día y noche", explica el vocero de la Patrulla Fronteriza, Nick Coates.
Muchos se las ingenian de todas formas para cruzar, aunque arriesguen la vida en zonas inhóspitas. Pero incluso si logran traspasar la frontera, todavía están lejos de la meta. Los patrullajes contra la migración ilegal son continuos.
Pena de muerte
Según organizaciones de derechos humanos, el endurecimiento de la frontera ha hecho que muchos inmigrantes, en su mayoría mexicanos y centroamericanos, crucen por regiones despobladas y peligrosas, a través de desiertos y montañas.
"Ahí afuera se muere en promedio una persona por día. La pena de muerte es una sanción demasiado alta para la migración ilegal", dice Enrique Morones, fundador de un grupo humanitario que brinda protección a los migrantes.
Del otro lado de la frontera, a unos cientos de metros de donde patrulla García, una veintena de personas sentadas en el suelo en semicírculo conversa sobre fútbol. Son migrantes a la espera del momento propicio para intentar el cruce, en general cuando se produce el cambio de turno de los agentes de la Patrulla Fronteriza.
"Ninguno de nosotros quiere irse del otro lado, preferiríamos quedarnos en casa. Pero cuando no tienes trabajo y casi ni puedes alimentar a tu familia, no te queda otra", dice uno de ellos, un mexicano que se identifica como Alberto.
Lo acompañan otros tres migrantes, procedentes de comunidades pobres del sur de México. Ismael trabajó en viñedos de California hasta finales del año pasado, cuando fue deportado después de un operativo contra los ilegales.
La aventura del migrante es riesgosa: además de las penurias de la travesía, como el hambre, la deshidratación, las temperaturas extremas en el desierto, las picaduras de alacranes y los accidentes, sufren asaltos o extorsión policial.
En Tijuana el flujo de migrantes genera numerosas ocupaciones a los lugareños. Los hoteles ofrecen habitaciones para el período de espera antes del cruce.
Los traficantes de seres humanos, conocidos como coyotes, buscan clientes en la estación de ómnibus y en el aeropuerto de Tijuana. Por 1.500 dólares se ofrecen a llevarlos a la tierra prometida. Con frecuencia, los abandonan después a su suerte.
Muchos no pueden hacer frente a los honorarios de los coyotes ni tienen familiares que puedan ayudarlos con el pago. Por eso aguardan día tras día, en la oscuridad, el momento oportuno para intentarlo sin un guía.
Es el caso de Bernardo, por ejemplo, que después de muchos años de vivir en Estados Unidos regresó a México porque su hermano murió y quiso estar en el entierro. Lleva tres semanas a la espera de una buena ocasión para escabullirse de la patrulla fronteriza y reencontrarse con su familia en San Diego.
"La primera vez que fui para el Norte era más fácil. Ahorita hay que tener mucha suerte", dice resignado. ¿Cuánto tiempo va a esperar? "Hasta que lo logre. Mi familia me espera del otro lado", afirma.
Pero no se arrepiente de haberlo arriesgado todo para darle sepultura a su hermano. Bernardo buscará otro lugar, un poco más hacia el oeste, para tratar de cruzar la frontera. "Nos vemos del otro lado", dice a modo de despedida. (DPA)
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