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 domingo, 02 de octubre de 2005  
[Nota de tapa] - La ruta latina
Historias detrás del sueño americano
En Estados Unidos viven más de 41 millones de hispanos. Legales e indocumentados, inmigrantes y nativos, comparten un proyecto: el de integrarse en una sociedad que los mira con recelo

María Isabel Rivero

Hay más de 41 millones de latinos en Estados Unidos, y para 2050 el gobierno federal calcula que serán 102 millones y medio, o la cuarta parte de la población total. Pero, ¿quiénes son estos latinos? ¿Qué edades tienen, a qué se dedican, de dónde vienen? ¿Cuáles son sus expectativas y sus planes?

Mexicanos, salvadoreños, bolivianos, argentinos, brasileños, dominicanos y puertorriqueños, jóvenes y no tan jóvenes, hombres y mujeres, casados y solteros, con hijos y sin hijos, nacidos en Estados Unidos de padres latinoamericanos o recién llegados, legales o indocumentados, obreros, profesionales, estudiantes. Todos ellos forman parte de la población "hispana" de Estados Unidos.

Antonio Cariño nació hace 25 años en Puebla, México, y llegó a Estados Unidos hace ocho. Está lavando su auto en la calle, en el barrio latino Adams Morgan, de Washington, pero acepta interrumpir su tarea para relatar su historia.

"Pienso estar un buen tiempo aquí para trabajar, hacer dinero y enviárselo a la familia", dice, pero un día quiere regresar a sus pagos. Todos los meses manda una remesa a Puebla, donde están "mis papás, mis abuelitos, mis hermanos y mis tíos", cuenta, con una sonrisa amplia y ojos nostálgicos.

Antonio es soltero, pero no está solo. En su vehículo hay juguetes; dice que pertenecen a su sobrina, hija de un hermano que también reside en Washington. "En total somos ocho de la familia que estamos acá". Aún así extraña, y una vez al año visita Puebla.


En los márgenes
Otros inmigrantes no tienen tanta suerte. Los indocumentados no pueden salir de Estados Unidos. Esa es la situación de David, un salvadoreño de la zona de San Miguel, que lleva quince años sin ver a su esposa ni a sus tres hijas.

La menor de sus hijas tiene 15 años, y sólo la vio de bebé. Las otras tienen 17 y 20 años. David, cuyo apellido se reserva debido a su situación de indocumentado, manda dinero a sus hijas todos los meses, pero no tiene idea de cuándo podrá verlas otra vez.

Dice que ellas no han solicitado el visado para ir a visitarlo porque saben de antemano que sería difícil que fuera concedido. "Hay que dar vueltas para sacar esa visa, y cuando uno es joven no es tan fácil que le den luego la visa", explica David, con las manos en los bolsillos y un tono resignado en su voz.

También le preocupa que desde la dolarización en El Salvador, las remesas que envía no rinden como antes. El dinero que hace en la empresa constructora en la que trabaja hace once años se reparte entre los envíos, sus gastos para vivir, y algo de ahorros, "para cuando vuelva (pueda) comprarme una casita".

No todos quieren volver. Rosa, una mujer hermosa y elegante que se niega a revelar su edad pero aparenta tener menos de 30, emigró del departamento salvadoreño de Chalatenango a Houston, Texas, hace ocho años. Se casó con un salvadoreño, y ahora tienen dos hijos, de dos y cuatro años.

Es viernes al mediodía, y Rosa está paseando con sus dos hijos. Lleva puesto un vestido de flores y los labios pintados de rojo. El esposo tiene un buen trabajo, y con lo que gana les alcanza para vivir en una casa en el Estado de Maryland, enviar dinero a los padres en El Salvador, y ahorrar para el futuro.

"El plan que tenemos es que nuestros hijos estudien acá y aprendan diferentes idiomas, que también es importante", cuenta Rosa, mientras los dos niños se persiguen uno al otro a su alrededor, riendo.

"No tenemos planes de volver. De ir a pasear sí, pero después regresar acá. Nos ha ido bien, poniendo mucho empeño, y prosperando y tratando de salir adelante, sale uno adelante en Estados Unidos. En nuestros países el problema es que no hay trabajo, aunque tenga buen estudio no encuentra empleo".


Como un cuento
Pero no todos los latinos vinieron a Estados Unidos porque hay más trabajo. Mercedes Solózano, una ecuatoriana de 80 años, llegó en búsqueda de una mejor atención a su delicada salud.

"Yo soy diabética y estuve mal controlada en mi país. Perdía el equilibrio, me caía, llegué a estar paralizada. Un sobrino mío que vive en Estados Unidos fue a visitarme y cuando vio cómo estaba me dijo: «tía, tú tienes que venir». Y aquí estoy".

Ahora su salud "está perfecta gracias a mis sobrinos, que me cuidan mucho, las esposas, que se preocupan por mí, y los buenos médicos que hay aquí". Se la ve muy bien, caminando del brazo con una amiga de su edad en una tarde soleada, con un chal marrón sobre una camisa azul con lunares blancos y un sombrero negro que tapa sus cabellos blancos.

"Yo no tengo hijos, pero dicen que al que no tiene hijos Dios les da sobrinos -cuenta- Siempre yo digo, la familia que tengo más parece un cuento de hadas".


La dura realidad
Los cuentos de hadas, sin embargo, no son la regla general para los latinos en Estados Unidos. Sonia, por ejemplo, vio a su hija menor por última vez cuando era bebé. Ahora tiene siete años, y vive con su abuela en Guatemala.

"Yo estaba sola con mis tres hijos y no conseguía trabajo, así que un día le dejé mis hijos a mi madre y me vine a Estados Unidos", cuenta Sonia durante un descanso en sus tareas de limpieza, en un edificio de oficinas en el Estado de Virginia.

Un coyote, como se llama a los traficantes de personas que cobran dinero para ayudar a inmigrantes ilegales a cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, le dijo que le cobraba 4.000 dólares por cruzar a cada hijo.

"A los dos años logré juntar los primeros 4.000 dólares y llamé al coyote. Yo no sabía cómo elegir entre mis tres hijos, los quería conmigo a los tres -Sonia se interrumpe, se le quiebra la voz-. Así que le dije que eligiera él nomás. Yo no supe cuál hijo vendría hasta que llegó. Pasé noches y noches sin dormir hasta que llegó, y era mi hijo mayor. Lo abracé y empecé a llorar y llorar, y él me decía «mamá, no llores». El coyote me dijo que había elegido al grande porque si seguía creciendo era cada vez más difícil cruzarlo".

Pasaron otros tres años y juntó otros 4.000 dólares para traer a su segundo hijo. El coyote volvió a elegir, y trajo a la niña del medio, que tenía dos años cuando Sonia partió. La tercera, que era bebé cuando la mamá emigró, todavía está viviendo con la abuela. Ahora tiene siete años.

"Estoy desesperada por traerla. Le hablo por teléfono y le pido a mi mamá que le muestre mi foto, para que no se olvide de mí". Sonia se apoya en la escoba y se seca las lágrimas con su delantal. "Estoy juntando dinero, trabajando día y noche, día y noche. Limpio de día en un club y de noche las oficinas. Mi hijo se encarga de la más pequeña, pero cuando crezca un poco más tengo miedo que se meta con drogas, con armas, con la Mara Salvatrucha. Es difícil criarlos sola. Pero ahorita lo único que quiero es terminar de traer a mis hijos conmigo".

Cada uno de los 41 millones de hispanos que reside en Estados Unidos tiene su historia de vida, sus dolores y alegrías, sus planes de quedarse o volver.

Algunos nacieron en un hogar hispano en Estados Unidos, y dentro de este grupo hay grandes historias de éxito, como la del actual secretario de Justicia, Alberto Gonzales, quien proviene de un hogar hispano pobre y ahora está en las altas esferas del poder.

Gonzales es sólo un ejemplo de los muchos latinos que lograron alcanzar el "sueño americano". Y en definitiva, es ese sueño lo que une a los millones de hispanos que viven en Estados Unidos y los que siguen llegando, sea en aviones, camiones, colectivos, o a pie a través del desierto. (DPA)
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