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domingo,
02 de
octubre de
2005 |
El fin de la ilusión
Rosa y Juan, un matrimonio mexicano, viven desde hace cuatro años en forma ilegal en Estados Unidos. Hablan poco inglés. "Tal vez así sea mejor, para no entender todas las ofensas que nos dicen", afirma el hombre. Y se ríe.
El matrimonio y sus dos hijos viven al sur de San Diego, en una vivienda de dos pequeñas habitaciones. Juan trabaja como cuidador de una mueblería, Rosa hace la limpieza en un gran hotel de San Diego. "Mucha de la gente del hotel consiguió trabajo sin papeles: de camareras, en la cocina, en la lavandería", dice Rosa.
La mujer trabaja desde hace poco también como empleada de una familia. Gana cuatro dólares por hora. "Los gringos no harían este trabajo por tan poco", asegura. Para evitarse problemas, ella y su esposo tratan de pasar inadvertidos en su vida cotidiana. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. De todas formas, no les queda mucho tiempo libre.
Por 70 dólares consiguieron unos papeles falsos por si alguien les pide identificarse. Las cosas se ponen más difíciles cuando se trata de problemas de salud. Sin estar en la red de seguridad social los tratamientos son excesivamente costosos.
Rosa y Juan están contentos de tener un ingreso. Pero, por otro lado, en sus relatos se adivina el desencanto y la amargura de vivir en fuga permanente, de ser víctimas de racismo y discriminación. Se quejan de que algunos patrones pagan poco o incluso les retienen una semana de salario, sin poder hacer nada para defenderse. Viven mejor que en casa, pero se sienten lejos de concretar el sueño americano.
S. S.
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