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domingo,
03 de
julio de
2005 |
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Charlas en el Café del Bajo
-La columna de hoy podríamos llamarla "confesiones", Inocencio. ¿Qué le parece?
-Creo que es un nombre justo y apropiado. Permítame que esta vez comience yo y me pondré ansioso en el umbral del final por saber su conclusión. Allí voy: a veces me siento (y seguramente he de serlo) como esa prostituta del Evangelio que humillada y muerta de miedo esperaba la condena lapidaria. A veces creo que por acción y omisión coopero con el mal, me vuelvo su herramienta. Pienso en ocasiones que la naturaleza humana tiene su grado de perversidad sutil y permanente que ora se despierta y ora dormita sigilosa en las penumbras de la profunda existencia. Y lo pienso porque aún sabiéndome encarcelado, prisionero de ese mal, suelo servirlo con cierto regusto.
-Lo entiendo, a mí también me ocurre. Y cuando advertimos que tanto el mal que hacemos, como el regusto sutil, casi imperceptible, que sentimos son una herida abierta en el corazón de la humanidad y en el mismo corazón de la divinidad, cuando nos duele la traición hasta la culpa entonces...
-Entonces otra voz que no sabemos de donde viene, pero que conocemos por qué viene, se va escuchando en un rincón de debajo de todo de nuestro ser y nos dice como aquella a la promiscua del Evangelio: "Ni Yo te condeno, vete en paz".
-A veces, Inocencio, también me siento como uno de los hermanos de José, ese al que abandonaron por egoísmo y envidia en el desierto y que entregaron a una caravana, pero que por voluntad de Dios fue hecho grande en el reino de Egipto.
-También lo siento así. Y al cabo del tiempo me veo obligado a rogar a mi prójimo para que me salve de tanta faltante y desventura, sin advertir, sin conocer que ese, a quien pido, clamo y ruego, es mi propio hermano a quien una vez abandoné y di por muerto.
-Y de pronto observamos que ese hombre, nuestro hermano, al que por el paso del tiempo hemos desconocido al golpear la puerta de su corazón, se da vuelta y llora. ¿Por qué llora?
-Porque sabe quienes somos: esos, sus hermanos que una vez lo entregaron en manos de desconocidos en la inmensidad y la noche del desierto. Pero tanta es su grandeza que llora sobre todo porque nos ve así ahora: ¡tan perdidos, tan humillados, tan desesperados!
-Pero al fin se da a conocer y nos salva, nos da los alimentos que necesitamos. No le quedaba otro camino siendo el un hombre de Dios.
-A veces, cuando de todos modos y a pesar de mi prostitución por acción u omisión, me siento al fin liberado, me detengo y pregunto en la soledad de mi cuarto: ¿Qué sería de mí sin ese "Ni Yo te condeno, vete en paz"?
-A veces, yo también ensimismado y solitario, mirando el río en el crepúsculo me interrogo: ¿qué sería de mí si ese hermano, si ese Iosef, no se diera a conocer al final y me dijera como dijo aquel grande a sus hermanos: "No estéis tristes, no os reprochéis el haberme venido aquí, pues para que sirviese de sustento Dios me envió antes que a vosotros".
-A veces, por las tardes de angustia por no poder ser lo que debí ser con mi prójimo y vienen a mí las palabras de la poeta mexicana Rosario Castellanos, esa maravillosa mujer que murió ante el muro de los lamentos siendo embajadora de su país en Israel: "Amigo, no es posible ni nacer ni morir/sino con otro". Ese es el secreto de la vida, esa la inmensa alegría de estar vivo, me digo e intento nuevamente ese camino. Encierran esas palabras todo un tratado aleccionador de la relación humana y de la relación con Dios. No es posible nada sin el otro y no es posible el otro ni uno mismo sin perdón.
-¡"No es posible ni nacer ni morir sino con otro"! ¡Qué bello!
-Yo creo, amigo mío, que toda conclusión este domingo sería un pecado. No la espere, sólo le diré a ese ser que a veces no siento, pero que siempre va conmigo: ¡gracias! Y esa gratitud a todos aquellos seres magníficos y superiores a nosotros que cuando a punto estaban de lanzarnos la piedra se detuvieron y preguntaron, mientras los brazos iban descendiendo lenta y pacíficamente: ¿por qué? ¿Una conclusión me pide? No, que cada lector saque para sí una conclusión de nuestra vivencia. Hasta mañana.
Candi II
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"No hace falta que nos maten para que violen nuestros derechos"
Rubén Chababo
Director municipal de Derechos Humanos
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