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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
Masacre de Ramallo. El azar y la puntería mandaron presos a 7 policías
Pericias balísticas, un argumento bajo la lupa
Una deficiente recolección de pruebas para analizar sobre los disparos que dieron en el auto y las víctimas

Más de 200 policías dispararon sus armas la madrugada del 17 de septiembre de 1999 en Villa Ramallo. Sin embargo, los uniformados llevados a juicio por haber accionado el gatillo fueron sólo siete. ¿Qué es lo que diferencia a ese minúsculo grupo de policías del resto que no fue juzgado? ¿Cómo se llegó a delimitar, dentro del universo de bonaerenses que tiraron, a quienes ahora se enfrentan a una larga estadía en prisión?

La clave, según coinciden todas las partes intervinientes en el reciente juicio, está en la pericia balística que hizo Gendarmería Nacional con apoyo de otras fuerzas de seguridad. La acusación se centró en aquellos disparos cuya procedencia pudo establecerse (por secuestro del proyectil o al definirse la trayectoria del disparo a través de estudios planimétricos) que hayan lastimado a alguien o impactado en el auto en el que captores y rehenes intentaron escapar.

A simple vista, la selección parece aleatoria. Los milímetros que separan un balazo certero de otro que no hizo blanco implican, para quienes los efectuaron, la diferencia entre libertad y encierro. Aunque sus intenciones hayan sido las mismas y jalaran el gatillo en cumplimiento de una orden específica dictada por sus superiores.

Para el fiscal del caso, en cambio, el criterio se explica en términos concretos: "Si se impacta en un blanco, se supone que es producto de un hecho intencional", señaló Eric Warr, dando por descontado que el personal que efectuó los disparos estaba entrenado para acertar aunque el objetivo haya estado en movimiento, como lo estuvo el auto.

Pero al cerrar el círculo sobre los que hicieron mella en el auto, también muchos que tiraron quedaron afuera. Hubo otros policías que, testimonios de por medio, admitieron haber disparado sus armas. Pero no basta una confesión si no hay prueba del delito: la suerte, para ellos, quiso que sus balas no fueran halladas.

Entre esas ausencias hay casos significativos: de las 48 balas que dejaron el auto hecho un colador sólo se estableció la procedencia de siete impactos. Los autores de las heridas causadas a la rehén Flora Lacave y al ladrón sobreviviente, Carlos Sebastián Martínez, están libres.

Nada se sabe del autor del balazo que mató al asaltante rosarino Javier Hernández. Ni quiénes efectuaron dos disparos letales en las cabezas del gerente y el contador. Esos policías están libres y en actividad.

Lo que los separa de quienes hasta el martes estuvieron en el banquillo de los acusados y ahora están tras las rejas es el azar o, tal vez, la deficiente recolección de pruebas que se hizo en el lugar de los hechos. Sus balas se deformaron tanto que no pudieron ser cotejadas con las estrías de sus armas, muchas de ellas entregadas tardíamente para la realización de pericias o, directamente, no entregadas. Otras tantas balas no fueron halladas.

Mientras tanto, por idéntica acción, 7 hombres fueron condenados. Tiraron en un callejón oscuro, en el desenlace de un operativo signado por la descoordinación entre los grupos tácticos, la desinformación de la tropa y el cansancio, tal cual quedó demostrado a lo largo de varios días de audiencias. Si hubo fallas en los puntos más altos de la cadena de mando, para la Justicia, esos son otros ilícitos que deben investigarse pero que no eximen de responsabilidad a quienes abrieron fuego (ver página 40). El tribunal los condenó. Esta semana dirá con qué fundamentos lo hizo.

M. L. C.
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El fiscal Eric Warr sostuvo que "si se impacta en un blanco, hubo intención".

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