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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
La metamorfosis del Tolo Gallego

Mauricio Tallone / La Capital

Cuando a fines de febrero de este año Américo Gallego aceptó ser el sucesor del Bambino Veira en la conducción técnica de Newell's, los hinchas rojinegros vieron en la figura del Tolo a la continuidad de otro proyecto futbolístico encarado por un hombre genéticamente formado en el vientre leproso. Gallego no sólo no le falló a los suyos, sino que aceptó el desafío que le propuso el presidente Eduardo López, aún sabiendo que tenía mucho para perder ya que estaba acostumbrado a dirigir equipos de la talla de River e Independiente. Para colmo, el club del Parque venía de mandar al patíbulo sin piedad a varios entrenadores del riñón y de comerse crudo a otro de currículum pesado como Veira. Pero Gallego no reparó demasiado en esos malos augurios y el 24 de febrero se presentaba como DT de Newell's en una conferencia de prensa en los salones del Coloso.

El Clausura pasado fue una especie de tubo de ensayo para el Tolo. Como heredó un equipo que no había elegido, de movida se propuso pasar lo mejor posible el período de transición para que un par de resultados no desestabilizaran su futuro inmediato. Además para cubrirse por si las moscas, ante cada derrota o paso fallido tiraba la pelota afuera y se escudaba en el clásico "este equipo no lo formé yo". A la par de sus rezongos, no perdió tiempo y empezó a sembrar las raíces del grupo campeón. Entonces dio un golpe de timón que se sintió en la intimidad.

Antes de arrancar con su proyecto propiamente bajó a varios referentes a días de partir hacia Necochea para realizar la pretemporada. En la borratina cayeron Luciano Palos, Edgardo Adinolfi, Julián Vásquez, Gabriel Ruiz y Walter Silvani, entre otros. Además no hizo denodados esfuerzos para que la dirigencia retuviera a Jairo Patiño, y unos meses antes había dado el visto bueno para la salida por la ventana del Patrón Bermúdez. En ese momento la maniobra del entrenador asomaba como riesgosa. Hoy la inminencia del título le tiende una mano a sus decisiones.

La maqueta del futuro equipo campeón se empezó a armar en una charla con el presidente López, a los pocos días de partir hacia Necochea. En dicha reunión las partes coincidieron en que la apuesta debía ser fuerte. Por eso en esa mesa se barajaron varios nombres de refuerzos de categoría y todos los cañones apuntaron a pelear el campeonato. Aunque a principios de julio el plantel le dio arranque a la ilusión en la costa sin todos los jugadores que el DT había requerido. El Mago Capria y el jujeño Almaraz eran las caras nuevas del grupo, sin contar la vuelta del Piojo Manso.

La idea fija del Tolo era fortificar el frente interno para cuando llegaran las incorporaciones. Por eso en los médanos de Parque Lillo y en cada entrenamiento necochense ató algunos cabos sueltos que descubría en el funcionamiento. Con el desembarco de Julián Maidana, quien llegó a los pocos días de haber empezado los trabajos, más las respuestas que vislumbraba en los chicos de la casa como Domínguez, Ré, Belluschi, Marino, Scocco, Borghello y Steinert, por citar algunos, Gallego intuía que algo interesante se podía formar. Mientras tanto, en Rosario se anunciaba con insistencia la llegada de un delantero de área y de renombre, y la posibilidad de Ortega apenas traspasaba la barrera de los trascendidos.

De regreso a Rosario, el plantel empezó a completarse con el paraguayo Justo Villar, el uruguayo César González, el colombiano Martín Echeverría y el brasileño Mario Jardel. Esta apuesta causó el impacto lógico de un jugador con semejante palmarés. Pero la mejor noticia para los oídos del Tolo aún estaba madurando. Aquello que se insinuó con la fuerza de un deseo, un día se tornó realidad. Ortega interrumpió su descanso obligado y volvió al fútbol con la camiseta de Newell's. Y con el as de espaldas en su mano, el Tolo se animó a jugar en grande.

Está a 90 minutos de llevarse el partido. El resto de la cronología es historia conocida. Al final Gallego tenía razón. Había que dejarlo cocinar a fuego lento su proyecto, que lo dorara tranquilo en su molde de equipos ganadores y solamente esperar para que un expediente de éxitos sume otra vuelta olímpica.
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Gallego firma autógrafos. El Tolo tenía razón: había que dajarlo cocinar su proyecto.

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