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 sábado, 04 de diciembre de 2004  
El presidente y el protocolo

El debate sobre la renuencia del jefe del Estado a cumplir con los compromisos que fija su agenda carece del peso necesario como para distraer la atención de la sociedad en un momento que alumbra la definición de aspectos clave para el futuro del país. Se deberían corregir desprolijidades, pero sin ignorar la presencia de segundas intenciones.En los últimos tiempos, y con el marco de incertidumbre en que se erigió la postergación de la fecha de inicio del canje de la deuda en default, han surgido desde ámbitos políticos y tribunas mediáticas diversos cuestionamientos a la actitud del presidente Néstor Kirchner en lo que refiere al cumplimiento de compromisos protocolares. Se le critica al jefe del Estado una escasa predisposición a asistir a citas con sus pares —tanto americanos como asiáticos y europeos— y también el anteponer sus predilecciones o visiones personales al mismísimo interés de la Nación. Las imputaciones fueron respondidas por el propio primer mandatario en un tono similar a aquel del que había sido víctima, es decir, con la moderación brillando por su ausencia. Ya es hora de reinstalar el debate sobre su verdadero eje.

   No son ciertamente las cuestiones de índole protocolar aquellas que deben erigirse en el principal deber de un presidente de la Nación. Sin que carezcan de importancia, el valor de una gestión tendría que medirse por los logros concretos que se plasmen en beneficio de la ciudadanía. Los encuentros al más alto de los niveles ejecutivos y las giras al exterior han provocado en no pocas ocasiones un enfriamiento en la más importante de las relaciones que debe mantener un jefe de Estado: la que lo une con su propio pueblo. Se trata de un vínculo trascendental, que le permite conocer de manera cotidiana y con precisión los reales problemas y necesidades de aquellos a quienes representa.

   Pocas dudas pueden caber de que el momento que atraviesa la Argentina es complejo. Y no tanto en el siempre tormentoso frente interno —donde la reactivación económica ya se posiciona como hecho indiscutible— sino en el externo, donde las tensiones originadas por el canje se encuentran en su punto más alto, en un escenario signado por la presencia de múltiples actores con intereses contrapuestos.

   Resultaría inocente suponer que no habrá presiones. Que no existirán segundas y hasta terceras intenciones en muchos actos, gestos y discursos. De ello, por cierto, son plenamente conscientes el presidente y su entorno. De su perspicacia dependerá, entonces, que la paja sea separada del trigo.

   Se insiste: la coyuntura no consiste justamente en un remanso. No es el escrupuloso cumplimiento del protocolo un suceso que pueda evaluarse como decisivo, si bien existen inocultables desprolijidades en el manejo político del gobierno que podrían corregirse sin esfuerzo, y en beneficio de todos.

   Mientras tanto, está por definirse gran parte del futuro de la Argentina. Y la esperanza de su pueblo es que ya no vuelva a ser hipotecado.
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