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 domingo, 19 de septiembre de 2004

Opinión: El efecto saludable del nuevo conflicto global

Pablo Díaz de Brito / La Capital

Shamil Basayev con su pierna amputada luego de pisar una mina durante la retirada de Grozny. Soldado valiente y terrorista reconocido, que califica a la masacre de Beslán de "operación militar exitosa". Putin, con su carrera en la KGB y el estilo genocida que impuso a la segunda guerra de Chechenia. En otro nivel -porque es el presidente de una democracia ejemplar- Bush y sus marines que desventran Nayaf y Falluya; la mal llamada "resistencia iraquí" de Zarqawi y sus rehenes decapitados en cámara. Todos forman parte de un mismo fenómeno histórico, en pleno desarrollo. Un nuevo tipo de conflicto, que en círculos militares estadounidenses se suele llamar "guerra de cuarta generación", que se combate en un "campo de batalla no lineal".

Esta guerra tiene un aspecto paradójicamente saludable, ya que viene a poner en crisis un extendido tópico, que es además un floreciente género académico-editorial, y, sobre todo, una peligrosa actitud negadora. Es la que divaga sobre un nuevo y justo orden internacional basado en el puro derecho, el sueño kantiano de la paz perpetua en versión siglo XXI. Un juridicismo forzado, que sueña con hacer del mundo una gran Escandinavia donde todos se respeten y rija un derecho penal benigno. Esta doctrina en boga suele venir acompañada con grandes loas a la ONU, a la que se postula como solución suprema de los asuntos internacionales, pese a los trágicos grotescos que la organización protagoniza sistemáticamente (el último es Sudán, pero los ejemplos sobran: Bosnia, Kosovo, Uganda, Sierra Leona, etc; la comisión de derechos humanos dirigida por Libia; los países árabes e islámicos que protegen a la dictadura integrista de Sudán; China, miembro permanente del Consejo, que declara a la democracia un "callejón sin salida" y que ni sueña aplicarla).

Un poco más maduros son los planteos multilateralistas y las nostálgicas evocaciones de la era Clinton como edad dorada a la que habría que volver urgentemente. Pese a que innegablemente, en esos 8 años de la década del 90, se incubó gran parte del 11-S, el 11-M y todo lo que estamos viendo. Una política exterior se juzga también por lo que le sigue, no solamente por lo sucedido en su período de gestión. La política del multilateralismo y del "poder blando" se mostró peligrosamente ineficaz en prevenir o al menos anunciar la tempestad que se incubaba.

Lo que está en el trasfondo de esta discusión es la violencia y su ineluctabilidad. Se quiera negarla o no, es parte del "quehacer" de la historia. Si se dejan las anteojeras que aplican Europa y los pacifistas, se verán las cosas como son: estamos ante un conflicto de largo plazo que recién comienza, un futuro en el que nunca faltará sangre, porque de una guerra se trata. Y esto vale más allá de Irak: es cierto que Gore no hubiera llevado las tropas a Bagdad, pero sí hubiera tenido que llevarlas a Kabul. Motivo más que suficiente para lanzar la Yihad mundial.

Hegel decía que la historia del imperio romano era la "prosa del mundo". Los Bin Laden, Basayev, Putin y Bush, son, pese a que no les guste a progres y pacifistas, los que escriben la prosa del mundo de nuestro tiempo. Refugiarse en el tibio pero puramente imaginario regazo pacifista y juridicista, trazando planes en el aire sobre una inexistente "sociedad civil mundial", es una conducta falsamente progresista: se trata simplemente de una regresión neurótica.

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