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 sábado, 28 de agosto de 2004

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Ante todo, el deporte es salud

A propósito de una nota publicada el pasado 19 de agosto de Vicente Verdú, titulada "La emoción del fracaso", acerca de la poca relevancia de lo deportivo en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, me gustaría expresar el malestar que la misma me produjo al leerla. Más allá del mucho o poco interés que a cada uno le generen estas competencias, me parece de muy mal gusto caratular dicho acontecimiento como un producto más de la globalización económica, mediática, policial, arquitectónica, administrativa, urbanística, etcétera, sin importar el enorme esfuerzo que miles de personas en todo el mundo realizan a diario para entrenarse duro y competir a fin de conseguir la gloriosa presea, así como aquél que llevan a cabo todos aquellos que, de una manera u otra, sacrifican parte importante de sus vidas para enseñar, estimular y formar a otros, contribuyendo a mejorar su calidad de vida. No comparto la idea de que el "esfuerzo colosal sin recompensa alguna" dé lugar acaso a un "perfecto reality show", o que "lo peculiar de estos Juegos consista en difundir el fracaso súbito tras el esfuerzo máximo". Cuántos de nosotros quisiéramos al menos lograr llegar a la mitad siquiera de las marcas que estos atletas consiguen. Saber que uno se esmera para dejar todo, cuerpo y espíritu, en una cancha, una pista o una piscina es en sí mismo un enorme orgullo. Las lágrimas y la emoción de atletas, entrenadores, familiares, amigos, ya sean de tristeza como de alegría, refuerzan lo dicho. Creo que expresiones de este tipo no llevan a la humanidad a ninguna parte y que difícilmente resuelvan gran parte de los problemas que nos aquejan. Ante todo, el deporte es salud: me pregunto qué pasaría con todos aquellos chicos y jóvenes que se suicidan lentamente de la mano de las drogas, la delincuencia, etcétera (esto sí es un verdadero fracaso, así como lo son el hambre, la exclusión social); qué pasaría si estuvieran en cambio contenidos desde el deporte y/o la educación. Constituye un derecho y un deber contribuir tanto desde lo personal así como desde lo institucional, lo político y lo económico a que la sociedad recupere estos valores, sumar (y no restar) ideas y estrategias para lograr hacer de este un mundo sano del que nosotros y nuestros hijos nos sintamos dignos. Es el Estado el que debe asumir esta responsabilidad, y la sociedad debe reclamarlo como su derecho.

Jorgelina Castells, DNI 24.682.949



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