En las fiestas previas a la entrega de los Oscar, a las que asisto desde 1993, pude conocer la cocina del galardón más importante del mundo del cine. Porque el Oscar, mal que les pese a los europeos y a los latinoamericanos, es el máximo galardón del mundo del cine.
Al llegar a Los Angeles uno se da cuenta de que el Oscar desborda la industria del cine y su proyección es también turística y en el mundo de la moda. Si uno no reservó su hotel con muchos meses de anticipación no tiene forma de conseguir alojamiento, y lo mismo sucede con los restaurantes, que ya tienen todas sus mesas vendidas.
Mi primera cobertura de la fiesta en la que la Academia agasaja a los nominados con un cóctel fue en 1993. Era el año de "La lista de Schindler", de Steven Spielberg, y había una enorme expectativa porque se suponía que la Academia por fin iba a reconocer el talento del director. Esto acaparaba toda la atención, y eso que estaba Tom Hanks, con "Filadelfia". Sólo "Titanic" alcanzó después semejante expectativa.
Esta 73ª entrega de los Oscar no tiene un gran candidato, y la Academia lo sabe. Por eso convocó a figuras de peso para que participen de la ceremonia. La Academia sabe que su éxito depende de la gente y por eso se esmera en reciclar el interés que las estrellas generan en el público. No por nada la televisación de la ceremonia de los Oscar es el programa de mayor audiencia en el mundo después de los de deportes.
Después de tantos años de asistir a los cócteles, donde se puede conversar tranquilamente con los nominados, este año tuve la suerte de pisar por primera vez la alfombra roja, ya que asistí a la entrega de los premios que los actores dan a sus pares y entrevistar a estrellas como Jeff Bridges, Laura Linney y Russell Crowe, el protagonista de la película que todos creen que ganará, "Gladiador". La comparación con la Argentina es inevitable. Cada estrella va acompañada por su representante y su agente de prensa y se acerca a los periodistas para charlar y responder preguntas, sin toda esa locura a la que nos tienen acostumbrados las estrellas de cabotaje.
Allí vi a Dino de Laurentiis, una leyenda del mundo del cine. Tenerlo al alcance de la mano al productor que creó a Silvana Mangano y apostó al neorrealismo fue una experiencia que me llenó de emoción. Me movió el piso. Su amabilidad y predisposición para prestarse a la requisitoria de la prensa me hizo pensar en cuanto les falta a nuestro mundo del espectáculo para jugar en primera, a pesar de que hay talentos indiscutibles.
Para el mundo el Oscar es un hito insoslayable, para mí, un sueño que me desvela desde que descubrí la magia del cine y que este año, gracias al cielo, pude cumplir.