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 sábado, 27 de octubre de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
—Dije ayer que la paz en el mundo y en cada ser humano no se logra porque no hay justicia, y no hay justicia porque no hay amor. Hablando del conflicto palestino-israelí, creo que hay mirar un poco más allá de la cuestión territorial, de la nación que reclaman los palestinos para vivir soberanamente. ¿Le corresponde ello? Con énfasis digo: ¡Por supuesto! Pero a continuación pregunto: ¿bastaría la constitución final de una nación palestina para la paz tan anhelada? A fuerza de ser sincero, y aún a riesgo de parecer un destructor de los planes más hermosos, digo lo mismo que sostuve hace algunos años: no alcanzaría, porque lo que subyace en una parte de las naciones árabes es el sentimiento aquel de que la presencia del Estado de Israel en ese lugar y en medio de la cultura árabe es “contra natura”, y por lo tanto debe ser extirpado. Y lo que yo afirmo lo ha expresado, sin pelos en la lengua, nada menos que un presidente. Lo ha dicho no ya un recluta fundamentalista ignoto, sino todo un presidente, el señor de Irán: “Hay que borrar a Israel del mapa”. No podrá haber paz en tanto persevere este lamentable pensamiento, que es el palpitar del mal. ¿Qué es justicia? Dar a cada quien lo que le corresponde. ¿Qué le corresponde a Israel? Desaparecer. No hay paz posible en el marco de este deseo.

   —¿Y qué le corresponde al pueblo palestino?

   —Vivir en una tierra, con decoro, con dignidad y en paz. Pero, corríjanme por favor si me equivoco, no he escuchado a ninguna nación árabe decir: cedo estos territorios para que junto a los que ya posee el pueblo palestino pueda organizarse como Nación. Nadie habla de las condiciones en las que viven los refugiados palestinos en naciones árabes. Sin embargo, y para ser lo bastante justo posible en mi opinión, diré que afortunadamente, desde hace algunos años, muchas naciones árabes y otros tantos árabes (me atrevo a decir que la mayoría) han aceptado la presencia de Israel en la región que Dios le dio a ese pueblo con el nombre de Tierra Prometida. Han aceptado estos pueblos árabes, estas personas (muchísimos incluso desde siempre) la paz como única vía posible, coherente y racional para poder desarrollar la vida.

   —Persisten sectores que no aceptan la presencia de Israel.

   —Persiste en algunos, lamentablemente, ese fanatismo que ya no es siquiera fanatismo, sino una mala locura, una insanía tan perversa que pone a Dios como excusa para los actos más horrendos. Me refiero al terrorismo que se refugia en un fundamentalismo anacrónico.

   —Ahora, yo, como creyente, como lector y humilde analista de ciertas escrituras, debo preocuparme por un tema que no es sólo cuestión árabe-judía, es cuestión de la humanidad y su propio destino. Esto se me ha presentado siempre a mí muy claramente. Y aun cuando no lo vea desde hace punto, lo mismo es una cuestión que me interesa, porque uno puede tener muchos defectos, incurrir en gruesos errores, pero mantenerse en silencio ante la posible devastación de un pueblo, callarse, por ejemplo, ante otro Holocausto, eso sería ser cómplice del supremo mal.

Candi II

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