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 domingo, 25 de marzo de 2007  
Inmigrantes: sombras que desde la periferia miran la ciudad

Silvia Carafa / La Capital

Cuando Avellaneda parece llegar a su límite sudoeste, hace un codo y vuelve a aparecer para seguir extendiendo una barriada de casas sencillas, árboles altos y caminos de tierra, que se resume en su propio nombre, Buenas Nuevas. A su lado, vías de por medio, se abre una franja de casas precarias en los terrenos fiscales que atraviesa el Nuevo Camino a Soldini. Más allá, hay campo. En ese borde viven inmigrantes bolivianos y peruanos que sienten a esa territorialidad como algo bueno, que los aleja y separa de las miradas hostiles, cuando no, de las agresiones menos disimuladas.

"Nos dicen bolivianos de esto o de aquello, o sucios", afirma con la cabeza baja Julia Sardinas, que llegó al lugar cuando sólo había soja o trigo. Por entonces su casa era una de las pocas que había en la zona, que quince años después la urbanización transformó en los barrios vecinos Buena Vista, Bella Vista, Sagrada Familia y Tío Rolo. Son núcleos continuos de una decena de manzanas cada uno, con características comunes y otras propias, a los que hay que sumar el asentamiento paralelo a las vías y la zona rural. En el lugar hay un centro de salud, una escuela, un comedor comunitario y una vecinal.

Si bien no hay datos precisos, los últimos son del censo de 2001. En la actualidad, se calcula que el conjunto suma unas cinco mil personas de procedencia geográfica heterogénea. Bolivia, Perú y Paraguay para las migraciones externas, y Corrientes, Salta, Chaco y Santiago del Estero en los éxodos internos. Además de vaivenes poblacionales desde barrio La Lata y otras zonas de la ciudad, incluida la vecina Villa Gobernador Gálvez.

A pesar de que en el lugar viven muchos inmigrantes, no hay un relevamiento que pueda dar detalles sobre ellos, sus edades, oficios, composición familiar o documentación. Silenciosos, casi como sombras, desapercibidos para las estadísticas, sus casillas o piezas ensanchan como racimos las viviendas de sus parientes que ya llevan algunos años en el lugar. Son habitantes curtidos, de faenas duras y rigurosas. Trabajan en la construcción y en hornos de ladrillos, son quinteros, cortan pastos, hacen changas o simplemente aguardan la llegada de los tickets mensuales para sobrevivir.

"A todo este lugar se lo conoce como Tío Rolo", explicó Ramón Acuña, que hasta el año pasado fue consejero barrial en el Centro de Distrito Sur Rosa Ziperovich. Y explicó que la inseguridad es uno de los datos más graves de la zona. Por ejemplo cuando por las noches de los fines de semana, rompen los vidrios del 132, el único colectivo que pasa por la zona que está bajo jurisdicción de la comisaría Nº 33, explicó el hombre.


Sobresalto
Pero no es el único sobresalto El último jueves a los habitantes más humildes del lugar les arrebataron los tickets mensuales que son su único sustento Había unos hombres a caballo y otros en un carro con cuchillos y en el puente Gallegos les robaron los tickets a muchas mujeres relató un grupo de vecinas inmigrantes En la puerta de sus casas precarias el relato tiene una dimensión devastadora Y ahorita no sé es lo único que tenían relatan como un murmullo

"A mi me dicen paraguaya muerta de hambre", agregó Juana Martínez, que representa a la tercer nacionalidad numérica que vive en el lugar, después de las familias bolivianas y paraguayas. A pesar de no estar relevados, todos en el lugar tienen la sensación de que los núcleos familiares ya asentados se van engrosando a ritmo más acelerado en los últimos tiempos. No es extraño ver llegar a hermanos, padres y primos, que comienzan a construir expandiendo lo que los propios vecinos del barrio Buenas Nuevas llaman el asentamiento.
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Los inmigrantes se sienten mejor en los márgenes de la ciudad.

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