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 domingo, 04 de febrero de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Conclusión para esta serie de charlas de los últimos días: el dolor, la angustia de la cruz, es una cuestión inherente a la naturaleza humana. El dolor y la cruz tienen un sentido, pero cuando ese dolor se agiganta, cuando a una cruz le sigue otra y cien más, entonces no puede decirse que tal carga sea una obra de Dios. Es, sin ninguna duda, una obra del hombre, una mala obra que se gesta en la mezquindad y la injusticia. La felicidad absoluta y permanente es una utopía, sí. La felicidad tampoco es divertimento, ni placer de carácter frívolo, porque esas cosas no llenan el espíritu, ni colman el vacío. Desde este punto de vista diría que reclamar ese tipo de felicidad es un reclamo vano, pero sí es lícito y necesario, y se ciñe al deseo de Dios, el alcance de la paz interior y la vivencia del amor. Es justo el propósito de una vida digna aquí y ahora.

-Muy pocos seres humanos logran un estado de éxtasis espiritual, de sublimación y elevación como san Juan de la Cruz, por nombrar a un espíritu elevado. El enseña que mientras el ser humano se apegue a la cosas del mundo nada alcanzará para satisfacerlo. El hecho de que pocos logren esta elevación, no supone no comenzar el camino. Pero mientras tanto, el hombre común debe ser consolado, ayudado. El mismo san Juan de la Cruz en unos ejercicios espirituales recomienda pedir a Dios que descienda sobre el alma como "un río de paz para liberarme de mis incertidumbres, de mi miedo a la noche".

-En efecto, el ser humano de todos los tiempos, y especialmente de nuestros días, es un ser que vive en la noche; en la noche de la soledad, de la angustia, del vacío, de la insatisfacción, de la injusticia, de la humillación. Muy lamentablemente creo que los días que vendrán serán mucho más agobiantes para nuestros hijos, para nuestros nietos. Entonces, una de las instituciones religiosas más importantes del mundo tiene la responsabilidad, a través de sus pastores, de salir a decir que hay una cruz que, como humanos falibles e imperfectos, debemos cargar, pero que hay mil cruces que no son de Dios. A esos crucificados injusta y vanamente (lo reitero, vanamente) hay que salvar, sanarles las heridas recibidas injustamente. A ellos hay que decirles lo que dijo Ieshúa Ben Iosef (¿me permiten que lo nombre así, como lo nombraban en su tiempo?), cuando envió a sus doce discípulos a sanar y consolar: "Gratis lo recibisteis, gratis dadlo".

-Hay una noche, pero también hay una luz contra la que no pueden las penas ni las soledades. Por eso creo que sacerdotes, religiosos y laicos preparados deben comprometerse mucho más con tantos corazones heridos y dar testimonio del salmo: "Clamó este miserable y Dios le escuchó y le libró de todas sus angustias". Y no es un acto mágico, no; sólo se trata de ir descubriendo que se puede salir de la pena, de la frustración y que el fracaso es sólo un fantasma que a veces nosotros mismos alimentamos con nuestra falta de fe. Hemos olvidado aquello de "si tuvieras fe como un grano de mostaza le dirías a este sicómoro (árbol), desarráigate y plántate en el mar y os obedecería".

Candi II

-Conclusión para esta serie de charlas de los últimos días: el dolor, la angustia de la cruz, es una cuestión inherente a la naturaleza humana. El dolor y la cruz tienen un sentido, pero cuando ese dolor se agiganta, cuando a una cruz le sigue otra y cien más, entonces no puede decirse que tal carga sea una obra de Dios. Es, sin ninguna duda, una obra del hombre, una mala obra que se gesta en la mezquindad y la injusticia. La felicidad absoluta y permanente es una utopía, sí. La felicidad tampoco es divertimento, ni placer de carácter frívolo, porque esas cosas no llenan el espíritu, ni colman el vacío. Desde este punto de vista diría que reclamar ese tipo de felicidad es un reclamo vano, pero sí es lícito y necesario, y se ciñe al deseo de Dios, el alcance de la paz interior y la vivencia del amor. Es justo el propósito de una vida digna aquí y ahora.

-Muy pocos seres humanos logran un estado de éxtasis espiritual, de sublimación y elevación como san Juan de la Cruz, por nombrar a un espíritu elevado. El enseña que mientras el ser humano se apegue a la cosas del mundo nada alcanzará para satisfacerlo. El hecho de que pocos logren esta elevación, no supone no comenzar el camino. Pero mientras tanto, el hombre común debe ser consolado, ayudado. El mismo san Juan de la Cruz en unos ejercicios espirituales recomienda pedir a Dios que descienda sobre el alma como "un río de paz para liberarme de mis incertidumbres, de mi miedo a la noche".

-En efecto, el ser humano de todos los tiempos, y especialmente de nuestros días, es un ser que vive en la noche; en la noche de la soledad, de la angustia, del vacío, de la insatisfacción, de la injusticia, de la humillación. Muy lamentablemente creo que los días que vendrán serán mucho más agobiantes para nuestros hijos, para nuestros nietos. Entonces, una de las instituciones religiosas más importantes del mundo tiene la responsabilidad, a través de sus pastores, de salir a decir que hay una cruz que, como humanos falibles e imperfectos, debemos cargar, pero que hay mil cruces que no son de Dios. A esos crucificados injusta y vanamente (lo reitero, vanamente) hay que salvar, sanarles las heridas recibidas injustamente. A ellos hay que decirles lo que dijo Ieshúa Ben Iosef (¿me permiten que lo nombre así, como lo nombraban en su tiempo?), cuando envió a sus doce discípulos a sanar y consolar: "Gratis lo recibisteis, gratis dadlo".

-Hay una noche, pero también hay una luz contra la que no pueden las penas ni las soledades. Por eso creo que sacerdotes, religiosos y laicos preparados deben comprometerse mucho más con tantos corazones heridos y dar testimonio del salmo: "Clamó este miserable y Dios le escuchó y le libró de todas sus angustias". Y no es un acto mágico, no; sólo se trata de ir descubriendo que se puede salir de la pena, de la frustración y que el fracaso es sólo un fantasma que a veces nosotros mismos alimentamos con nuestra falta de fe. Hemos olvidado aquello de "si tuvieras fe como un grano de mostaza le dirías a este sicómoro (árbol), desarráigate y plántate en el mar y os obedecería".

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