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 martes, 19 de septiembre de 2006  
Opinión
Un partido que se pierde por goleada

José M. Petunchi / Ovación

La violencia y la barbarie siguen ampliando su escenario de acción. Extendiendo sus horizontes y manifestándose en las maneras más diversas. Es un mal endémico que abarca al fútbol, pero que no es exclusivo suyo. Un fenómeno social que corroe todo, las cuestiones de forma y también las de fondo. Esta vez fue en Santa Fe lo más notorio, aunque en Jujuy hubo otro epicentro, aunque hace nueve días la vergüenza y el bochorno fue en La Plata. Antes, en este campeonato casi paralelo al fixture, el escenario fue el Monumental, donde los barras de River tajearon con absoluta impunidad los neumáticos de los vehículos de los jugadores y el cuerpo técnico, cuyo pecado fue perder con Racing. Y en la primera fecha fue en Mendoza, donde unos ¿hinchas? boicotearon el debut de Godoy Cruz porque no recibieron el sueldo. Y dejaron al descubierto, sin quererlo, cómo funciona el negocio, donde los dirigentes compran con entradas y dinero el aliento y, sobretodo, la tranquilidad. La enumeración podría seguir y hacer extensiva al ascenso, donde sería más crítica todavía. Y ni que hablar en el fútbol del interior.

Entonces cabe preguntarse, ¿hasta dónde llegará esto? ¿cuánto más hay que soportar? ¿cuándo y dónde se producirá el próximo incidente? Si hasta aprovechando los programas de preguntas y respuestas se podría lanzar un concurso para saber qué partido se suspenderá esta semana. Por ahora, y desde hace mucho tiempo, sólo surgen preguntas sin respuestas. Lo único que parece claro es que no se vislumbran soluciones.

Ya no se trata sólo de barras bravas, aunque en la mayoría de los casos los involucra. También se trata de dirigentes, como Muñoz, que parecen casi lo mismo; de jugadores que en ocasiones incitan a la violencia; de técnicos que hacen lo propio con sus exclamaciones mediáticas y sus recriminaciones públicas, sin reparar en autocríticas; de árbitros que colaboran con sus fallos y fallas. Todos son eslabones de una cadena de complicidades que, por acción u omisión, está lejos de cortarse. Y que dejan al descubierto el grado de responsabilidad que tienen los protagonistas.

Esta conjunción de situaciones hace un cóctel explosivo, que ni siquiera podría atenuar un parate del fútbol. En todo caso, esto no haría más que tirar la basura debajo de la alfombra, pero difícilmente se solucionen los problema de fondo. l
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