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 martes, 19 de septiembre de 2006  
Increíble pero real. El trasandino Oscar Cubillo se negaba a dejar la penitenciaría de San Rafael, Mendoza
Estuvo tres décadas preso y no quería salir
No había aceptado el arresto domiciliario. Finalmente un hijo lo convenció el domingo y quedó en libertad

Javier Martín / Uno de Mendoza

Oscar Cubillos tiene 88 años y anteayer finalmente abandonó el penal sanrafaelino luego de pasar casi 30 años de su vida en la cárcel, de donde se lleva dos récords: ser el convicto más viejo de las cárceles mendocinas y casi con seguridad debe ser también el único que al concedérsele la libertad no se quiso ir: "Acá estoy porque quiero y me mantengo con mi plata", dice.

La novedad alborotó la apacible rutina del establecimiento penitenciario de Mitre y Pampa, de San Rafael, en el sur de la provincia de Mendoza.

Es que después de tantos años, para los penitenciarios el Chileno es un compañero más, incluso es el blanco de las bromas.

Es que por su forma de ser y por sus frases parece un personaje de Gabriel García Márquez.

Previo a traspasar las rejas que lo conducen a la libertad que antes se negó a gozar, el director de la cárcel le hace un chiste diciéndole que le va pasar la factura para que pague todo lo que comió, a lo que irritado responde: "¿Qué, usted quiere hacer negocio conmigo?", desatando las risas de los guardias que presencian la escena.

Con algunos desvaríos producto de su edad, Cubillos es un personaje que saltó a la fama por negarse a abandonar la cárcel cuando se le dieron las salidas transitorias.

Ahora dice que salir le produce "una alegría en el corazón porque aquí nunca he tenido un castigo. Otros hablan lo que se les da la gana y los sacan por el pasillo; ahora me voy a San Rafael, a Villa Atuel, con el hijo que me viene a buscar", confió.

Sus antecedentes penales hablan claro de su difícil vida. Ha purgado penas por delitos que van desde la usurpación hasta el homicidio, con condena de 18 años con una rebaja de 5 que acaba de cumplir.


"Acá vivía como bueno"
"Acá vivía como bueno, la he pasado bien. He tenido problemas con otros presos, me he tirado golpes y me ha ido bien pese a que no soy muy turco para las porras, pero me respetan y se corren del pasillo", asegura y nadie se anima a contradecirlo.

La charla con él no es sencilla porque cambia de temas buceando en su mente en un baúl de recuerdos personales imposible de comprobar.

Así, habla primero de una pelea con alguien que le robó un caballo, de un posible compañero de trabajo en una mina de oro que murió aplastado, del nombre que se hizo domando caballos y de que no ve a sus hijos varones hace un año, pero que anota cuando vienen.

Cuando se le pregunta por qué está preso (por homicidio), sólo atina a responder "por una discusión con el administrador de la finca donde trabajaba" y alguien comenta que su memoria falla porque "el pobre viejo está perdido".

El Chileno camina los pasillos tumberos por última vez y antes de llegar a la calle pasa por los jardines que él mismo regaba en los tiempos en que se negaba a irse y caminaba por allí a placer, porque es casi como un viajero que en vez de un hotel eligió la cárcel.
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El "Pulpo Negro" posa antes de salir de la cárcel.

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