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 sábado, 05 de agosto de 2006  
Editorial
El ejemplo vivo de monseñor Angelelli

Ayer se cumplieron treinta años del asesinato del obispo riojano reconocido por su abnegación y compromiso con los más humildes. Resulta valioso que su memoria no sólo perviva en el pueblo sino que sea homenajeada por el Estado: el “nunca más” se nutre del recuerdo permanente de la barbarie ilimitada de la dictadura.

La cuestión de los derechos humanos continúa levantando injustificada polvareda en un país que debería haber dejado saldada tan crucial cuestión hace tiempo si es que pretende acceder a la madurez definitiva. La siniestra dictadura que devastó la Nación entre 1976 y 1983 dejó como imborrable huella de su paso miles de muertos, la estructura productiva en estado de desastre y hasta una guerra irracional contra una potencia planetaria que desembocó en dolorosa derrota militar. Entre el tendal de víctimas que las bandas asesinas sembraron en los "años de plomo", algunos nombres brillan con luz propia. Entre ellos, sin dudas, está el de monseñor Enrique Angelelli.

El ex obispo de La Rioja falleció el 4 de agosto de 1976 -hace treinta años y un día- en un dudoso accidente de tránsito al cual el presidente Kirchner no vaciló en calificar de asesinato. La causa, que había sido archivada como "accidente fatal", se reabrió en 2005 con la carátula de "homicidio calificado", pero aún no se llegó a una sentencia final. Aunque la certeza subsiste: el hombre que decía tener "un oído puesto en el Evangelio y el otro en el pueblo" no podía ser tolerado por un régimen que hizo del cinismo y la oscuridad sus banderas cotidianas, rodeado de la impunidad y el temor colectivo.

Ciertamente importante resulta la nítida toma de posición del gobierno en torno del drama acaecido durante el autodenominado "Proceso de Reconstrucción Nacional" y también el homenaje brindado al prelado riojano que en las épocas más oscuras dio testimonio de valentía al reclamar ante los sicarios de la dictadura por la persecución y asesinato de hombres de fe.

Resulta triste que aún en el presente figuras cristalinas como la de monseñor Angelelli sean objeto de dudas, críticas y polémicas. Muchas veces se confunde a la opinión pública con el fantasma de la guerrilla y la lucha armada: ya ha quedado debidamente establecido el gravísimo error que constituyó en los años setenta el intento de cambiar la realidad con los fusiles en la mano. Nada tiene que ver el ejemplo moral y humano de Angelelli con dicho contexto ni con aquel trágico comportamiento: el terrorismo de Estado -la peor de las respuestas posibles a la violencia izquierdista- masacró implacablemente a quienes habían tomado posición en favor de los más débiles y la Constitución nacional se convirtió durante largos años en letra vacía de todo sentido.

La lección de las palabras "nunca más" ya fue asimilada por los argentinos: Angelelli, símbolo preciso de abnegación y compromiso, se ha convertido en ejemplo histórico, mal que les pese a quienes todavía intentan negar la importancia de su vida y la trascendencia de su memoria.
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