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 jueves, 01 de junio de 2006  
Televisión / crítica
La postal más cruda y realista de las heridas de la emigración


Calificación: 5 estrellas. Intérpretes: Héctor Alterio, Eduardo Blanco, Ernesto Alterio, Claudia Fontán. Género: miniserie dramática. Producción: Telecinco España, 100 Baires y Pol-Ka. Emisión: Domingos, a las 22, por Canal 3.

"Vientos de agua" es de lo mejor que mostró la televisión argentina en los últimos tiempos. De la mano de un sutil director como Juan José Campanella, la miniserie argentino-española protagonizada por Héctor Alterio, su hijo Ernesto Alterio y Eduardo Blanco tuvo un alto nivel de producción, actuaciones logradas y una dinámica atrapante. Campanella supo tocar la cuerda sensible sin golpes bajos y logró conmover con una historia de emigrantes que, en sus dos primeros capítulos, elevó el target de la ficción en la pantalla chica.

Asturias 1934, Buenos Aires 2001. Dos realidades distintas y una misma ambición: cruzar el otro lado del charco para salir de pobres. El hilo conductor es la historia de Andrés Olaya, un joven que padeció el franquismo (Ernesto Alterio) y que soñaba junto a su hermano ir a la Argentina. "Allí hay trabajo y mujeres hermosas", decían mientras tiraban piedras al mar aventurando su futuro.

Todo cambia cuando el hermano de Andrés muere en una mina de carbón donde paradójicamente se ganaba la vida. "No quiero perder otro hijo" le dice la madre a Andrés y lo manda de inmediato a buscar suerte a otro destino.

El contrapunto es en una etapa casi presente. El mismo Andrés ahora es un hombre de más de 80 años (Héctor Alterio), que quiere volver a aquella Asturias plagada de recuerdos. Pero su hijo mayor Ernesto (Eduardo Blanco) es un arquitecto en caída libre, quien despertará la solidaridad de su padre e irá en busca de nuevos horizontes a España.

Campanella reflejó un contraste estético entre Asturias y Buenos Aires, y mantuvo una difícil continuidad temática y narrativa con la sutileza de un artesano. Asturias en el 37 se muestra en tonos ocres, Buenos Aires es luminosa por fuera y destruida por dentro, en un 2001 en el que convive la unión de la clase media para defender sus ahorros ante el corralito y la pelea de pobres contra pobres, un clásico patético de este país.

La imagen de Ernesto luchando contra un sistema opresivo y con un pie en el avión, y su padre, 64 años antes, a bordo de un barco cargado de ilusiones e injusticias sociales, es una postal de los vientos argentinos.
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Eduardo Blanco se destaca en la ambiciosa superproducción argentino-española.


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