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 domingo, 26 de febrero de 2006  
[Nota de tapa] - Política y religión
Fanatismo y poder nuclear, los peligros del siglo XXI
Cualquiera sea su credo, el fundamentalismo comporta un factor desestabilizador en la escena pública. Y una amenaza imprevisible cuando accede al poder estatal

Jorge Levit / La Capital

Desde las grandes movilizaciones de las Cruzadas entre los siglos XI y XIII hasta la actualidad -también antes- el fanatismo religioso ha tomado distintas caras, pero siempre ligadas con lo más primitivo del ser humano. Las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam (según su orden cronológico de aparición en la historia) han cultivado corrientes más moderadas pero también fanáticas.

En Jerusalén un grupo minoritario de judíos ultraortodoxos no reconoce ni siquiera la existencia del Estado de Israel, país que los cobija, porque argumentan que todavía no llegó el mesías salvador. Se visten como en el siglo XVIII o XIX, sólo estudian la Biblia, reducen a la mujer a una categoría menor y son permanente fuente de conflicto con la sociedad civil, mayoritariamente no observante extrema de la fe mosaica. También hay sectores más moderados que sí aceptan al país donde viven pero son igualmente fanáticos y sueñan con un Gran Israel tal como está descripto en el Antiguo Testamento. Son los famosos colonos que se resistieron a dejar la franja de Gaza y los que viven en Cisjordania rodeados de árabes hostiles que reclaman sus tierras.

Entre las distintas corrientes del cristianismo se pueden encontrar oscilaciones muy importantes. Desde iglesias comprometidas con la lucha política de pueblos oprimidos que han soportado feroces dictaduras hasta una línea conservadora católica apostólica que se sigue oponiendo al preservativo como medio para combatir el sida, pese a que miles y miles de sus fieles se infectan con el virus todos los días. Ni hablar del aborto o del divorcio. No parece que el papado de Benedicto XVI tenga el espíritu reformista necesario para traer a la Iglesia de Roma al siglo XXI. El último Concilio Vaticano fue en 1962, iniciado por Juan XXIII y terminado por Pablo VI. Han pasado más de cuarenta años sin una sola revisión profunda del dogma.

Los musulmanes también tienen un abanico de variantes: sunitas, shiítas y otros grupos difieren en cuestiones doctrinales y métodos de acción. Desde una interpretación más adecuada a los tiempos de la globalización, como el caso de Turquía -que intenta ser miembro de la Unión Europea- hasta los talibanes o los clérigos iraníes hay una gran brecha. Sin embargo, el fenómeno de la expansión de la vertiente más radical del islamismo a partir de la revolución encabezada por Komeini en Irán, en 1979, se consolida cada día más.


Estados confesionales
El problema se acentúa cuando los grupos religiosos acceden al poder estatal o tienen una fuerte ingerencia en la sociedad civil. En Israel, las concesiones a los religiosos han sido siempre importantes porque tanto laboristas como derechistas los han necesitado para formar gobierno. Pese a ser un Estado moderno no existe, por ejemplo, el matrimonio civil sino sólo el religioso.

El Vaticano es obviamente una teocracia donde aún hoy persiste el dogma de la infalibilidad del Papa en materia de moral y fe y en la que un poco más de un centenar de cardenales eligen al jefe de millones de fieles distribuidos por todo el mundo. Su influencia es enorme en los países con mayoría católica, donde -Argentina hasta la reforma de la Constitución en 1994- hay que jurar lealtad al sucesor de San Pedro para poder ejercer la presidencia.

En muchos de los países musulmanes hay una fuerte presencia del credo en el Estado o es el Estado mismo. Y cuando los grupos religiosos tienen recortada su participación en las esferas del poder proclaman públicamente que su objetivo es la creación de una nación islámica en base a la estricta observancia del Corán.

La religión no debería mezclarse con la política. En los países donde no está bien diferenciada del Estado aparecen las lacras del atraso, el oscurantismo y la desigualdad. Pero eso no quiere decir que haya que abolirlas. La fe en lo divino es inherente al ser humano y una necesidad legítima de la mayoría de los habitantes del planeta. Lo que debería evitarse es la interpretación antojadiza de los textos sagrados, que a lo largo de la historia ha llevado a la humanidad a matanzas y persecuciones perversas. Y esa es la responsabilidad de los líderes religiosos y políticos quienes, a juzgar por varios de los últimos episodios, no hacen más que regar con petróleo la fogata con que amenaza convertirse el planeta si la crisis nuclear entre Irán y Occidente se profundiza.


El caso de Irán
En Irán, tras el ascenso al poder de la línea religiosa más conservadora, comenzó un desafío abierto a los organismos internacionales de control de energía atómica y un furibundo ataque de antisemitismo visceral contra Israel. Pero en este caso el conflicto asoma como más político que religioso. El petróleo, la invasión a Irak y la lucha por el liderazgo entre las naciones musulmanas aparecen como algunos de los detonantes de una lucha hasta ahora sólo verbal, pero muy peligrosa.

A diferencia de la intervención militar norteamericana en Irak, Francia, Alemania y toda la Unión Europea formaron una férrea cortina homogénea para oponerse al desafío iraní de enriquecer uranio. La canciller alemana Angela Merkel dijo a principios de mes en una conferencia de seguridad celebrada en Munich, reproducida por el Sunday Times de Londres, que el mundo no puede repetir los mismos errores cometidos cuando trató de apaciguar a los nazis. "Mirando para atrás en la historia alemana de principios de los años 30, cuando el nacional socialismo estaba en crecimiento, muchos en el extranjero decían que sólo era retórica, que no había que ponerse nerviosos. Hubo momentos en que la gente debió haber reaccionado diferente. Por eso, ahora, Alemania está obligada a hacer algo en una etapa temprana", explicó.

El presidente francés, Jacques Chirac, también sorprendió al advertir que su país se reserva el derecho de responder de forma no convencional a quienes utilicen medios de destrucción masiva. "Los dirigentes de Estados que recurran a medios terroristas contra nosotros o piensen en utilizar armas de destrucción masiva se exponen a una respuesta firme de nuestra parte. Todas nuestras fuerzas nucleares han sido configuradas en este espíritu", amenazó a mediados de enero. Si Alemania y Francia eran las palomas hasta hace poco, qué queda para los halcones como Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero, ¿alguien imagina qué podría hacer el presidente iraní si tuviera la posibilidad de contar con armas nucleares cuando acaba de prometer borrar del mapa a un país de la región?


Ofensas a Mahoma
En medio de este conflicto, el mundo islámico se sacudió -alentado por los más radicalizados- por las ya famosas caricaturas de Mahoma aparecidas en varias publicaciones de todo el mundo. ¿Son injuriosas? Tal vez sí. ¿Justificaban una reacción violenta? Tal vez no. Lo paradójico de la situación es que una ofensa religiosa es movilizadora de miles de fieles a lo largo de Europa y Asia, pero la marginación, la pobreza estructural, la falta de empleo y una distribución de la riqueza absolutamente desigual no confluyen en rebeliones populares.

La falta de democracia, jefes de Estado casi vitalicios y los abismos en las escalas sociales son una característica común en muchos países musulmanes. La religión opera como un factor regresivo con efecto narcótico, como también ocurre en el cristianismo o en el judaísmo.

Lo novedoso de este comienzo de siglo no es -aunque sorprende- el fuerte auge religioso en todo el mundo y en la mayoría de las confesiones. Lo particular es el peligro de la capacidad de destrucción del ser humano que está al alcance de tantas manos y que pronto resultará incontrolable.

El rey inglés Ricardo Corazón de León, cuando lideró la Tercera Cruzada en 1189 para "liberar" Tierra Santa de la dominación musulmana, sólo tenía una gran espada, una armadura y un caballo, con el que tuvo que recorrer durante meses miles de kilómetros hasta llegar a Jerusalén, ciudad que finalmente no pudo conquistar. Parece un cuento de hadas si se lo compara con el poder militar actual. No así el fervor religioso imperante en esa época y en los siglos sucesivos, que sí es bastante semejante al de hoy.

El fanatismo religioso y el poder de destrucción masivo son los componentes de un cóctel explosivo que todavía se está a tiempo de desactivar. Después de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York el mundo ingresó en una zona oscura donde no hay más margen para el asombro. Ahora, todo es posible.

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Escrituras sagradas. El fanatismo refuerza los sentimientos de ofensa.

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