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 domingo, 18 de diciembre de 2005  
[Lecturas] Rescate de una gran obra
El camino más alto
Poesías. "Poesía completa", de Jacobo Fijman. Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2005, 237 páginas, $ 30.

Osvaldo Aguirre / La Capital

En 1968 Vicente Zito Lema entrevistó a Jacobo Fijman en el Hospital Borda. A principios del año siguiente, el primer número de la revista Talismán, aparecido en Buenos Aires, publicó esa nota, con fotografías, poemas inéditos y un título: "Poeta en hospicio". No se trataba estrictamente de un descubrimiento: Fijman había estado vinculado a grupos de vanguardia en los años 20 y tenía tres libros publicados, "Molino rojo" (1926), "Hecho de estampas" (1929) y "Estrella de la mañana" (1931). Pero sí de un rescate, ya que desde 1942 estaba recluido en el psiquiátrico.

Fijman no había sido completamente olvidado. El poeta y traductor Lysandro Galtier, que lo visitaba en el hospicio, le consiguió una pensión, con la que sobrevivió hasta su muerte, en 1970, y se ocupó de preservar gran parte de los poemas y pinturas que Fijman produjo durante su reclusión. No obstante, su lugar en la poesía argentina se desdibujaba: una historia de la literatura argentina publicada en 1967, por ejemplo, lo declaró muerto ese año. La entrevista de Zito Lema, en ese marco, lo reinstaló en escena y fue el punto de partida de una serie de estudios y publicaciones entre los cuales la actual edición de "Poesía completa" constituye un paso importante.

Con prólogos de Santiago Sylvester y Daniel Calmels (estudioso de la obra de Fijman que ha propiciado la difusión de muchos de sus textos inéditos), el volumen publicado por Ediciones del Dock recopila los tres libros publicados por el poeta y agrega una sección de cincuenta y cuatro poemas nunca reunidos en libro.

Fijman nació en Besarabia (actual Rumania) en 1898 y llegó a la Argentina a los cuatro años. Deambuló con su familia por distintos puntos del país hasta que se radicó en Buenos Aires, donde estudió violín y consiguió un título de profesor de francés. En 1921 tuvo un primer período de internación, de seis meses, en el Hospicio de las Mercedes, después de ser detenido por la policía. Se vinculó con el grupo que editaba la revista Martín Fierro, colaboró en diversas publicaciones y comenzó a destacarse en la vanguardia de esa época.

"Canto del cisne", el primer poema de "Molino rojo", es un texto revelador de su vida y de su experiencia poética: "Demencia/ el camino más alto y más desierto", son sus primeras palabras. Como si el nacimiento de la obra tuviera lugar con el extravío del sujeto, que habla en el momento en que se pierde definitivamente. "¿A quién llamar?/ ¿A quién llamar/ desde el camino tan alto y tan desierto?", se pregunta Fijman. Y a lo largo de la obra queda en suspenso el interrogante, con la sospecha de que nunca encontró respuesta.

Es que el camino de Fijman fue el de la soledad. En "Molino rojo", contra el culto de la metáfora, dominante en el gusto poético de la época, logra una notable poesía de imágenes crispadas y abstracciones que son objeto de alucinación. El cuerpo, dice Calmels, se hace presente "integrando múltiples matices, ya no como símbolos, sino como signos que conforman una corporeidad textual". En 1930 el poeta se convirtió al catolicismo y fue bautizado. Ese episodio incide en un viraje de sus formas: "el verbo de la carne, el gesto, el lenguaje del cuerpo" se esfuman y la imagen cede ante el símbolo religioso. Fijman inicia así, apunta Sylvester, una poesía mística que no reconoce antecedentes en la literatura nacional.

La tercera etapa en la obra de Fijman es la más oscura. Comienza en noviembre de 1942, cuando la policía vuelve a llevarlo preso "por hallarse afectado de alienación mental", según el acta de detención, y lo conduce al Borda. En el encierro, es la producción plástica -de la que se han hecho algunas exposiciones- la que parece tener mayor relieve. Fijman sigue escribiendo poesía -"entre mi pintura y mi poesía hay una misma mano", advirtió- y en sus últimos textos, si bien se prolonga el impulso místico, hay algo rigurosamente vital: en ese espacio donde "se erizan los cabellos del espanto", como había escrito en "Canto del cisne", la escritura asume, señala Calmels, "un sentido purificador, era una práctica religiosa y tal vez una forma de contrarrestar los efectos devastadores del entorno".

La verdadera tradición, decía Juan José Saer, está conformada por marginales. Escritores relegados o desconocidos desde el centro donde tiene lugar la consagración y donde se hacen y rehacen las historias literarias. El autor de "El limonero real" lo decía a propósito de Juan L. Ortiz, pero ese juicio también corresponde a Fijman, un excluido de la literatura y de la sociedad que ahora resplandece en su propio espacio, el más alto y el más desierto.


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