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 domingo, 18 de diciembre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
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-Sigo con la carta a Dios que comencé ayer, mi querido Inocencio: "Y suceden cosas angustiantes para muchísimos seres humanos de todo el planeta sin contar aquellas que nos resultan, además de penosas, incomprensibles, como, por ejemplo, el sufrimiento tormentoso seguido de muerte de un niño. Ya sé, ya sé que seguramente me dirás: «¿Pero acaso no le concedí al ser humano el libre albedrío por el cual labra su propio destino?» Y añadirás: «¿acaso me harás responsable de tantas calamidades que le ocurren a la humanidad cuando en realidad el responsable es el propio hombre? ¿Me harás responsable de tanta angustia cuando lo cierto es que la pena excesiva que embarga a mis hijos es provocada por mis propios hijos?». Ya sé que me reprenderás, Dios mío diciéndome: «¿Acaso el dolor natural que corresponde a todo ser humano no es necesario para su propia elevación? ¿Me reclamarás que te explique a cada momento por qué ocurren ciertas cosas? ¿No fueron mis enviados en todo tiempo suficientemente claros? ¿Cuándo yo mismo liberé a algunos de mis hijos de la esclavitud no adoraron ellos a un mero objeto al pie del monte mientrás Moshé recibía de mi luz las tablas de la ley, una ley que no busca otra cosa sino la paz de la humanidad? ¿Acaso se observa esa ley? ¿Y no es cierto lo que dijo el converso que si no crees en tu hermano al que ves difícilmente podrás creer en Mí que no me manifiesto ante tus ojos?

--"Pues sí, es cierto, debo reconocer que si me dijeras todas esas cosas y muchas más, tendrías razón, pero es que... hay hijos tuyos poderosos que son duros de corazón, te han dado la espalda y otra vez la humanidad se divide entre los Caín y los Abel, entre los seguidores del faraón y los esclavos, entre los emperadores crucificadores y crucificados y estos últimos, Hashem, son buenos, pero impedidos porque aún cuando decidieran imponer un orden más justo por sus propias manos difícilmente podrán hacerlo. No, no podrían, por cuanto su recto proceder la observancia de tus principios, les tornaría imposible adoptar medidas insensatas, inescrupulosas, violentas y maculadas. Es decir, la conciencia de miles de millones de tus hijos, fieles a tus principios, les impide actuar con las herramientas usadas por el mal. Esto, sin contar que aún cuando podrían echar manos a acciones legales están tan dispersos de una u otra forma, tan alejados unos de otros por absurdas cuestiones que la cohesión es casi impracticable y la acción dificultosa.

-"¿Qué es lo que nos queda entonces Dios del universo? Pues enviarte mensajes, sean estos escritos u orales, pidiéndote una mayor intervención en las cosas del mundo. Las últimas líneas de esta carta, pues, las dedico a pedirte que pronto intervengas a favor de todos los seres humanos que sufren. Pues ya sabes que una gran parte de la humanidad, acaso la mayor parte, está hoy esclavizada por el faraón del egoísmo en el Egipto de la pena, o está en el Gólgota crucificada. Yo, como tantos, en esta víspera de Navidad, te pido, como lo hicistes antes, la liberación y la resurrección. Solicito esa gracia para todos los seres del mundo, incluso para los que te niegan. Libéralos de la injusticia, de la mentira, del odio, del egoísmo, de la avaricia, de la contaminación del medio ambiente que causa tantas enfermedades, de la guerra, del terrorismo. Lamento decirlo, Dios mío, pero no tengo esperanzas de que los farones de hoy se conmuevan, de modo tal que envía de nuevo a Moisés para que nos libere, envía a Jesús para que recorra las calles del mundo y proclame el amor como único camino para que cada atribulado alcance la paz interior a la que todos tenemos derecho según tu voluntad.

-"En fin, que en esta carta que te envío a tu casilla postal, el Muro de los Lamentos en Jerusalén, te ruego, como otros hermanos, que envíes pronto al Mesías para que se establezca en el mundo un nuevo orden en donde la paz y la fraternidad sean una realidad. Finalmente, te pido por todos los enfermos y sus seres queridos, por los pobres, por los que están en soledad, por los que siendo inocentes están encarcelados, por los que están en este mismo momento desesperados, por todos los desamparados, por todos los angustiados. Amén".

Candi II
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