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 domingo, 21 de agosto de 2005  
[Primera persona] - Hugo Vezzetti
Las fallas de la memoria
Para el autor de "Pasado y presente", la izquierda y los sectores que apoyaron a la dictadura deben reconocer su responsabilidad en los dramas del pasado

Osvaldo Aguirre / La Capital

Hugo Vezzetti (Buenos Aires, 1944) es autor de un libro indispensable para reflexionar sobre la última dictadura militar y sus efectos en la historia reciente. "Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina" abrió en 2002, cuando apareció, una perspectiva de análisis para sustentar un debate que en lo esencial se mantiene pendiente. Profesor de la Universidad de Buenos Aires, investigador del Conicet e integrante del comité de dirección de la revista Punto de Vista, Vezzetti estuvo en Rosario para dar una conferencia, invitado por el Centro de Estudios Espacio, Memoria e Identidad, en la Facultad de Ciencia Política.

-En un artículo publicado en Punto de Vista poco después de la asunción de Kirchner apeló a lo que "quedó inconcluso e incumplido" en la restauración democrática. ¿A qué se refería?

-Pensaba en la articulación entre el tema de los derechos humanos y el de la construcción de la democracia en su sentido más pleno. En 1983 aspirábamos no solamente a que se hiciera justicia hacia el pasado sino que esa verdadera escena fundadora de la democracia, que fue el juicio a las Juntas, era al mismo tiempo la comprobación de que, si eso era posible, la realización de un conjunto de promesas iba a ser también posible. Eso estaba presente en la famosa frase de Alfonsín: con la democracia se come, se cura, se educa. No era solamente una ilusión de Alfonsín, la sociedad en buena medida la compartía. Si tengo que hablar de las promesas incumplidas de la democracia, y sobre todo ahora, cuando la temática de la justicia retrospectiva aparece nuevamente abierta y aun sin la anulación de los juicios hay 150 represores presos, lo cual no es poco, me parece que los elementos inconclusos tienen que ver más con lo otro. El fracaso relativo de la democracia tiene que ver no sólo con la imposibilidad de alcanzar niveles mayores de integración y de justicia social sino con que se ha profundizado la brecha social y la dificultad de acceder a condiciones plenas de derecho, dado que en condiciones de miseria y de marginalidad hablar de derechos políticos es hablar de una dimensión que queda retaceada para una buena mayoría.

-En "Pasado y presente" ha señalado que la sociedad aun no ha revisado a fondo los años 70, y esa parece otra tarea incumplida.

-El tema que me preocupa es cómo esa experiencia excepcional, límite, de degradación institucional y moral, podía ser procesada en términos de un corte. El repudio a ese pasado está fuertemente instalado. Uno no ve en el horizonte, aun en las condiciones más graves de la crisis, resurgir alguna expectativa en salidas dictatoriales. Pero de cualquier forma amplios sectores de la sociedad tienden a recuperar esa experiencia como si hubieran sido simplemente víctimas. Y en rigor de verdad la dictadura argentina se dio sobre la base de un fuerte consentimiento, que fue de la adhesión a la conformidad pasiva. En el campo, dice Primo Levi, entre las víctimas y los victimarios, hay zonas grises. Bueno, la sociedad tuvo esas zonas grises. Y no hay que pensarlo en términos de abstracción. La dictadura no hubiera podido desarrollar el tipo de exterminio que desarrolló sin la conformidad de las dirigencias. No sólo las políticas, las dirigencias económicas, eclesiásticas, sindicales, periodísticas. Probablemente era imposible de parar, pero el problema era el terrorismo de Estado, la represión criminal masiva que instaló. La sociedad procesó ese pasado en términos de un repudio -esto es un logro, una adquisición para la construcción democrática- pero al mismo tiempo eso significó descargarse de todo tipo de responsabilidad. Incluso en el orden de los derechos humanos, aunque alcanzaron una fuerte instalación en la sociedad, y esto es novedoso ya que casi no se hablaba de los derechos humanos antes de 1983: si uno los considera en términos de una cultura de los derechos, que implica necesariamente una cultura de las obligaciones, es dudoso que eso haya alcanzado una implantación fuerte. Porque entonces no se entiende el surgimiento de figuras como Blumberg. O incluso el nivel bastante amplio de desinterés que hay en la sociedad sobre las situaciones de injusticia, de miseria: hay como un acostumbramiento a una fractura social en la que cada grupo, cada sector, busca cómo sobrevivir. Esto parecía muy establecido y en sintonía con la cultura del menemismo, pero no se ha modificado demasiado.

-¿El discurso que se instaló durante la dictadura respecto de la subversión y del supuesto caos tiene todavía algún efecto?

-Hay que tener en cuenta cuál es el límite y la articulación entre las creencias y los hechos. Después de la muerte de Perón, ese año previo al golpe, las condiciones de derrumbe, de desarticulación del sistema político y las dificultades para implantar el orden por parte de un sistema institucional muy deteriorado y fracturado, estaban presentes. Los sectores que promovían el golpe intensificaron una propaganda sobre la base de esos datos. Y en eso hay que admitir responsabilidades políticas y morales de un conjunto de sectores, incluso de sectores de la izquierda, que contribuyeron fuertemente -por lo menos la izquierda insurreccional- a deteriorar cualquier perspectiva de que en el marco de las instituciones era posible una salida. También responsabilidades del propio gobierno peronista, dado que el terrorismo desde el Estado empezó con Perón: las Tres A empezaron a actuar a fines de 1973. Uno no puede pensar que Perón lo haya organizado pero tampoco que no tenía ninguna responsabilidad sobre eso.

-En su libro también cuestiona cierta memoria de la izquierda sobre los 70, en particular los relatos "heroicos" del pasado y lo que considera versiones autoindulgentes.

-En principio ahí hay un ejercicio de la memoria que se acerca a la alucinación. La memoria siempre plantea un problema de una relación entre el pasado y el presente. Siempre se construye en presente, a partir de ciertas condiciones; por lo tanto recupera algo del pasado pero reformulado a partir del presente. En la construcción que se produce alrededor de 1983, 1984, alrededor del "Nunca más", la democracia constituye el marco de recuperación, donde el pasado debe ser juzgado a la luz de una expectativa, una promesa democrática. El tema no era cuántos militares iban a ser condenados: la eficacia de esa operación sobre el pasado no se medía en el número de presos o de procesados sino en la capacidad para instalar una visión que juzgaba eso como incompatible con un tipo de comunidad que se estaba estableciendo. Ahora, cuando esto, en algunos grupos, queda sustituido o mezclado con lo que sería una reivindicación de una lucha que debe seguir casi en los mismos términos -discursivos, simbólicos, dado que nadie plantea, afortunadamente, volver a tomar las armas-, ese ejercicio de la memoria es como si fallara. ¿Qué proyecto de presente y qué futuro puede construir una izquierda que encuentra su programa y su imaginario en la reproducción de los ideales de los años 70? En buena medida ese es el fracaso de la izquierda, que es políticamente insignificante en la Argentina. Incluso de ciertas expresiones de la centroizquierda. Bueno, yo digo esto en Rosario, que sería la excepción virtuosa. Pero sería interesante ver por qué Rosario y a partir de esta ciudad Santa Fe genera una perspectiva para la centroizquierda que no existe en el resto del país.

-Ha dicho que la memoria debería ser la "expresión de un consenso". ¿En torno a qué ideas podría establecerse ese consenso?

-Toda operación de la memoria siempre supone cierto tipo de acomodamiento defensivo del pasado: la memoria construye formaciones, y hay elementos que tienen que ver con cierta apropiación del pasado en relación a lo que construye para los sostenedores de esa memoria en el presente. Cuando hablo de consenso tampoco estoy idealizando, o pensando que va a establecer condiciones de verdad y de recuperación transparentes. Pero así los comunidades procesan los pasados y en ese marco es posible establecer las discusiones. Quienes quieran discutir desde ese punto de vista lo que fue su experiencia militante tienen todo el derecho de hacerlo. Y eso también incluye a las otras víctimas. Ese es un tema que empieza a surgir, que son las víctimas del terrorismo insurgente. En un reciente acto de campaña de Chiche Duhalde estaba la hija de Rucci. Si ella quiere hablar de lo que fue su experiencia, su sufrimiento, tiene todo el derecho. Y como ese hay otros casos. Incluso familiares de víctimas militares, que en general eran de baja graduación. Esas voces van a aparecer, y deben ser admitidas en una conversación colectiva. Ahora, las víctimas de la violencia de la izquierda insurgente no fueron capaces de organizarse e instalar su memoria a la luz de un principio de derecho, como hicieron las organismos de derechos humanos.

-¿Cómo puede desplegarse la cuestión en lo sucesivo?

-En principio a mí me preocupa que avancen estas formaciones de memoria mutuamente excluyentes, que no se hacen cargo de ningún tipo de responsabilidad sobre lo que hicieron. Y en el medio, una sociedad harta e indiferente. Es como si se reivindicara en un plano, puramente discursivo, la idea de los dos demonios, que no pueden encontrar un espacio en que la política, en términos de confrontación de ideas y de memoria sobre el pasado, pueda hacer discutir.
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Discusión pedniente. Vezzetti advierte sobre las memorias "excluyentes".

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