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 domingo, 21 de agosto de 2005  
[Lecturas] - Los textos cautivos de Jorge Lafforgue
Un mapa de escrituras para recorrer una vida

Fernando Toloza / La Capital

La reunión de textos de Jorge Lafforgue -crítico, editor, periodista y profesor universitario- en "Cartografía personal" se inicia bajo un poema y dos epígrafes. El último de los epígrafes es de Ricardo Piglia: "La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas".

La cita es una buena perspectiva para abordar el libro pero el valor del volumen se debe a no cumplir al pie de la letra con el precepto de Piglia, a impugnar, a poner en entredicho, la autobiografía y dejar que asome, junto al autor, la obra. A escenificar la tensión entre el pasado y un presente que lee lo hecho y se debate entre modificar, respetar y/o actualizar aquello que se realizó durante décadas.

En el ensayo sobre Vargas Llosa incluido en el volumen, Lafforgue escribió que "la autobiografía es por principio absolutoria". Y por eso (porque justifica, disculpa y enaltece a quien la escribe), hay que desconfiar de ella, advertir que puede adoptar la forma de una "mentira fascinante". Así el libro de Lafforgue oscila entre el encantamiento de una vida de lecturas y amistades con escritores y la confesión de "escasas aptitudes" para exponer esas lecturas o crear una obra por derecho propio ("un libro hecho y derecho").

Los artículos seleccionados para "Cartografía personal" abarcan más de treinta años de diversa labor. Están agrupados en cuatro secciones de acuerdo a intereses temáticos, dejando de lado la cronología. "Artículos y entrevistas, reseñas y notas periodísticas, ponencias y comentarios académicos diversos", enumera Lafforgue para dar una idea del material que le ofrecerá al lector.

Los textos presentados son acompañados, en general, por una introducción y/o una posdata. Esa suerte de prefacios y posfacios crean y recrean un contexto, y juntos con las notas adquieren cierta vida independiente de los textos a los que preludian o despiden. Por momentos, parece que Lafforgue no puede despedirse de esos textos que escribió. En ese sentido, el libro tiene mucho de nostalgia: liberar los textos cautivos ("artículos amarillentos, desparejas fotocopias y un cuadernillo universitario de maltrecha impresión"), sacarlos de la intimidad del olvido, y volver a ponerlos en circulación sabiendo que quizás se espere de ellos la justificación de una vida. Y entonces sentir (de ahí la nostalgia) que tal vez no alcancen a mostrar "la" verdad vital del autor.

La respuesta que la lectura del volumen da a esa duda es que "sí", que los textos justifican la vida y unidos trazan, no sólo una cartografía personal, sino una cartografía de la literatura argentina, y en menor medida de la latinoamericana, a pesar del subtítulo del volumen.

La primera de las cuatro secciones del libro abre el fuego con calibre grueso y contundente: entrevistas de Lafforgue a Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Jorge Amado. Las tres cumplieron con una regla de oro del periodismo: ser oportunas. En el caso de Neruda, el diálogo se desarrolló cuando el poeta chileno estuvo en la Argentina en 1971 antes de embarcarse para Francia, donde lo esperaban funciones consulares y también, aunque él no lo sabía, el premio Nobel. En el de Borges, el regreso del peronismo en 1973, y en el de Amado, el desprecio que a comienzos de los setenta manifestaba "la intelectualidad" por la obra del bahiano.

Las tres entrevistas son de pareja calidad, pero es la de Borges la que se desmarca. En ella el autor de "Ficciones" lanzó su famosa teoría (famosa después de la entrevista) de que los negros eran esnobs. La carcajada que produce la aseveración borgeana persiste cuando el escritor se explaya tras la repregunta de rigor del entrevistador, y continúa como una máquina de sorprender.

A las entrevistas le sigue una larga disquisición sobre la crítica literaria. El eje es la pregunta sobre si existió y existe una nueva crítica literaria y su relación con lo que en algún momento se llamó la nueva novela latinoamericana. El texto, lleno de meandros, sirve a veces como mapa de la actividad, pero termina siendo un tanto confuso.

Como anexo de la primera parte del libro se presenta un texto sobre "La ciudad y los perros", de Vargas Llosa, acompañado de una entrevista y de las palabras de contextualización en las cuales Lafforgue habla de su amistad con Vargas Llosa y de sus reparos antes las "preferencias" políticas del peruano. "Vuelvo a las grandes novelas de Mario y respiro tranquilo. Leo juicios suyos como los de la guerra de Irak, y me hierve la sangre", expone Lafforgue para graficar un sentimiento compuesto de deslumbramiento e ira ante Vargas Llosa.

El segundo apartado agrupa material sobre literatura argentina en los 80 del siglo XX y aporta un excepcional texto y entrevista sobre Antonio Di Benedetto. El conjunto dedicado al escritor mendocino es un retrato entrañable del autor.

"Umbrales" es la tercera sección del libro y en ella está bien representado la labor de Lafforgue como lector. Los textos se dedican a libros y autores específicos. En el apartado se destaca el artículo sobre el historiador del teatro argentino Luis Ordaz. Por un momento, la figura de Ordaz parece convertirse en un doble de Lafforgue. Escribe Lafforgue: "Enumerar los trabajos realizados por Luis Ordaz en este terreno, que entrecruza la investigación histórica, la mirada crítica y el afán de divulgación masiva del teatro nacional, sería tarea de nunca acabar". Cambiando el teatro por la literatura, la descripción es perfecta para el propio autor de "Cartografía personal".

En "Caminos compartidos", cuarta parte del libro, lo personal ocupa de manera decidida el primer plano. El autor traza los retratos de sus amigos muertos: León Sigal, Germán Rozenmacher, Carlos Correas, Oscar Masotta (en una entrevista) y Angel Rama.

El volumen se cierra con "Suplementos", en los que al autor expone su pasión por el idioma, las propias "consideraciones adversas" sobre su trabajo, los agradecimientos y las fuentes.

Además del epígrafe de Piglia, en el comienzo del libro hay otro de Tomás de Mattos que habla de empezar a cuidar el recuerdo de lo que se va a dejar. Aunque suene a testamento, el volumen de Lafforgue está muy lejos del documento muerto, porque su legado ya está circulando desde hace tiempo, aunque el autor haya permanecido en la sombra mientras su labor se iba desplegando.
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Lafforgue escribe entre el periodismo cultural y la crítica académica.

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