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 domingo, 21 de agosto de 2005  
Una historia pequeña y sencilla

Leonel Giacometto

Para quien esté acostumbrado a leer relatos en los que a cada vuelta de página hay una revelación, una nueva e inesperada vuelta de tuerca o un contrasentido que afirma que nada ni nadie son lo que parecían ser y que todo está a punto de cambiar hacia un rumbo desconocido, "Villa Laura" resultará, al menos, inquietante ya que, en realidad, nada de lo anterior sucede. No hay grandes acontecimientos, ni imprevistos sucesos, ni disparatadas sorpresas.

La primera novela del escritor, periodista y docente Sergio Dubcovsky (Buenos Aires, 1967) es una historia sencilla, pequeña e íntima como puede ser la vida de sus protagonistas: dos hermanos, Marcos y Susana, que transitan el devenir de sus días en su "sol de otoño". Está dividida en cuarenta y un capítulos cortos en los que va sucediendo el acontecer diario de Marcos y Susana, quienes decidieron, después de haber recorrido cada uno su camino y luego de la muerte de la madre de ambos, vivir juntos en un caserón de un pueblito de Uruguay.

"Villa Laura" está llena de detalles mínimos, de leves acciones, de vivencias y rutinas cotidianas; de una simplicidad que, poco a poco, va dejando entrever situaciones nunca aclaradas, personalidades confundidas o mareadas por el deseo, frustraciones, resignaciones y sentimientos que nunca llegan a expresarse. Si bien en la historia hay momentos que resultan, de alguna manera, conocidos o habituales, la mirada, la escritura de Dubcovsky pareciera dejar de lado la omnipresencia y, de alguna manera, el autor "escoge un bando".

Sin optar nunca por un punto de vista, y siempre en tercera persona, por ejemplo, refuerza la personalidad hipócrita y desbordada de Susana en contrapunto con la de su hermano, Marcos, cuyo pasado, más allá de indicios o supuestos de una relación -al menos complicada- con su madre, no repercute en su afable presente, en su serena vejez.

Como sucede en muchas novelas, relatos, películas e historias argentinas, está el hecho de la aceptación de uno para con uno mismo y para con el otro. Es decir, sin importar el género o la edad; ya sea familiar, amigo, conocido, compañero, amante, esposo, jefe o vecino, el otro (y uno mismo) "es como es" y, de alguna manera, más tarde o más temprano en la vida (en la propia y en la ajena), uno (o el otro) esbozará algo parecido a una sonrisa y aceptará esa premisa como un secreto mandato, como algo reconocible quién sabe por qué, o como una benévola resignación.

Porciones de varias vidas; imágenes cotidianas sin dobles significaciones; escenas de amor tranquilo, de espanto, de verguenza contenida, de impulsos vitales aceptados con sencillez, de resignación voluntaria; recortes de lo que ya no importa, de lo que fue o pudo haber sido, "Villa Laura" es un delicado fresco sin la pretensión de profundizar o, de algún modo, explicar las acciones de cada uno de sus protagonistas. No lo necesita. La novela es un muestrario, un plano secuencia, simple pero contundente, de la oscilación constante de las relaciones de cualquier tipo entre seres no diferentes a cualquiera; y de lo pendular de los sentimientos más allá de la edad, de lo vivido, de lo no vivido, de lo social o del sexo.
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