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 domingo, 19 de junio de 2005  
La historia de dos hijos que adoptaron a un padre
Hoy festejan su día sabiendo que tomaron la decisión correcta. Llevan el apellido de quien sienten como papá

Pablo Procopio / La Capital

Cecilia dijo papá por primera vez a los 7 años. "Espontáneamente -recuerda-, nadie me pidió que lo haga". La figura paterna había aparecido en su vida poco tiempo antes y, desde ese momento, la adoptó para siempre. Hoy tiene 20 y su hermano Iván 18. Desde marzo de 2004, ambos llevan el apellido Martino, el del padre en el cariño, su único padre.

El papá biológico los abandonó al poco tiempo de su nacimiento y comenzaron a crecer sin la más mínima referencia sobre él. "Me acuerdo que festejaba el Día del Padre con mi abuelo (materno)", cuenta Cecilia. Su hermano, en tanto, sólo es consciente de haber cargado con el apellido de alguien que prácticamente no conoció y, menos aún, recuerda.

Los primeros años de la vida de ambos transcurrieron con la ausencia permanente de la figura paterna. Ni siquiera guardan en la memoria la esporádica aparición del progenitor y cada referencia que pudieron haber tenido, se esfumó. "No hay ni fotos de él", expresa Cecilia.

Pero, a raíz de la presencia del médico obstetra Raúl Martino, sus vidas mutaron increíblemente. Se trata de un hombre que conoció a la madre de los dos chicos, una médica clínica, en diciembre de 1990. Se pusieron de novios mientras trabajaban en un centro de salud municipal.

Fue en julio de 1991 cuando Martino apareció en la vida Cecilia e Iván. Justamente en el cumpleaños de Cecilia. "Me encariñé con ellos desde el principio", sostiene Raúl. "Y, desde ese momento, los sentí como míos", agrega sin dudar. Tampoco dudó en casarse y empezar una vida distinta junto a ellos.

Es más, el médico comenzó a pensar en adoptarlos. Hizo las consultas correspondientes, pero le aconsejaron que lo evitara hasta tanto creciera el único hijo biológico que engendró con su esposa. La aparición de Andrés, el más pequeño de la familia, no se convirtió en un obstáculo; todo lo contrario. "Los tres necesitan tener los mismos derechos, no quiero hacer diferencias", comenta Raúl.

En su casa se respira aire de verdadera familia, más allá de los lazos de sangre. "Cuando alguien me preguntaba mi apellido, decía Martino", señala Iván. Pero en su documento había otro.


El cambio
Los dos hermanos sabían que tenían la obligación de borrar todo indicio de un padre ignoto. Y fueron ellos quienes tomaron la decisión más trascendente de su vida.

Mientras Cecilia todavía iba al colegio, un profesor le dio el impulso que le faltaba. Ya había cumplido 18 y la mayoría de edad estaba a su favor para agilizar los engorrosos trámites judiciales. Así, a mediados de 2003 la familia fue a la Justicia y los chicos pidieron formalmente el cambio. Fue como adoptar al único padre que verdaderamente sienten. Y, con eso, ratificar el resto de sus relaciones familiares.

"Teníamos que sacarnos esa astilla", remarca Iván cada vez que se acuerda que en los partes de la escuela figuraba baja la marca registrada de alguien que jamás formó parte de su vida.

Hoy, papá es uno solo. Es Raúl Martino. "Tenía siete años cuando lo llamé así", rememora Cecilia. "Me acuerdo que necesitaba algo de él; siempre está cuando lo necesito".

Un día volteó su cabeza mirando al esposo de su madre y lo llamó casi inconscientemente. "¡Papá!", se escuchó. El hombre quedó inmóvil. "Fue sorpresivo", dice. "Ahí me di cuenta que sentía lo mismo que yo".

Hoy asegura que jamás se lo hubiera pedido. Pero es consciente de que, sin querer, logró unir a todos bajo un mismo nombre. De todos modos, no cree que sea un mérito digno de destacar.

"Yo no soy un ejemplo, hay padres que deben haber hecho cosas mucho más valiosas", subraya. Sin embargo, para Cecilia e Iván, él es uno de los tesoros más importantes: "Es un sol", dice la nena. "Es un ejemplo", confirma el varón. Y, para Martino, sus hijos son su "mayor orgullo".
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El mejor regalo para el Día del Padre: el amor y el reconocimiento de sus hijos.

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