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 sábado, 18 de junio de 2005  
Ferrocarriles y educación

Fernando J. Pisani (*)

Si hay dos estructurantes claves de la Argentina como país, ellos fueron los ferrocarriles y la ley 1420, aquella norma que tanto le costó a Sarmiento y que estableció la educación gratuita, laica y obligatoria. Por ese entonces -1884- casi no había habitantes en Argentina, que se poblaría bajo el influjo de la inmigración. Y Argentina se fue poblando y nutriendo por las venas que abría el ferrocarril y las decenas de generaciones de inmigrantes de distintas razas, lenguas y culturas, que fueron dando lugar a la argentinidad gracias el crisol de la 1420 y del trabajo. Hasta el sistema horario único se lo debemos al ferrocarril y aquella vieja frase que sigue teniendo vigencia, "educar al soberano", se la debemos a la 1420.

Pero los tiempos cambiaron y hubo un momento en que el trabajo, el esfuerzo y la producción propia fueron desconsiderados, incluso atacados. Y los ferrocarriles que daban vida a millares de pequeñas localidades y llevaban personas y frutos de nuestra tierra y trabajo se consideraron ineficientes, porque perdían un millón de pesos diarios, sin saber que había otras eficiencias, las sociales, las de integración, de inclusión. Y a la educación también le llegó su hora, especialmente a la educación técnica: para qué queríamos escuelas técnicas y técnicos, si nuestra producción con valor agregado no tenía valor.

La desaparición de aquellos ferrocarriles atomizó y aisló aún más a las poblaciones, despobló aún más al campo, destruyó identidades, estimuló migraciones internas para engrosar villas miserias. Por supuesto que no fue la única causa, ni tal vez la principal. Seguramente la 1420 debía ser cambiada y ampliada a otros niveles, pero en su lugar, en aras también de la eficiencia, la eficacia y otros conceptos tomados del mercado, se implementaron cambios con un proceso disgregador que está a la vista, con una desarticulación y diáspora nacional, y lo que es peor, con una calidad educativa que sabemos que es pobre para lo que necesitamos, en todos los niveles.

Que a principios de este año en unos viejos galpones de ferrocarril vacíos y casi tétricos fueran saqueados y destruidos de una manera vandálica las pocas máquinas, muebles y herramientas que tenía una escuela también habla de un quiebre moral -expresado hoy también en ataques permanentes a ancianos, niños, instituciones educativas- y de un desprecio por la vida humana.

Hoy en esos grandes galpones ferroviarios se está construyendo un nuevo símbolo. Cuando en el verano, en medio de la maleza y destrucción, el gobernador Obeid aludió a los miles de personas que trabajaban en esos galpones y el papel que tenían entonces los ferrocarriles casi sentíamos el retumbar de las máquinas, el olor de la vida y del trabajo que contrastaba con la desolación.

Y dijo así: "Esto debe marcar un antes y un después, debe ser un hito. Si ayer los ferrocarriles eran como las venas del país, hoy no podemos recuperar nuestra sociedad sin educación y en estos galpones tenemos que hacer sonar nuevamente la producción, pero la producción del conocimiento, lograr juntar aquí lo que estos galpones significaron de vida con una nueva educación que también debe significar vida y esperanza". La idea es clara: no sólo construir allí una escuela técnica nueva, no sólo recuperar el patrimonio histórico y arquitectónico de nuestra comunidad sino crear allí algo que sintetizase lo grande que tuvieron nuestros ferrocarriles y lo grande que tuvo nuestra educación, para marcar el resurgir, para juntar allí nuestras fundamentales tradiciones de trabajo y estudio con la técnica y la tecnología más avanzada a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ella.

Es un sueño hermoso pensar en un país más justo, más igualitario, con esperanza, con trabajo, sin miserias y exclusiones, que por supuesto contrasta con la realidad cotidiana o los títulos de los periódicos, de aquí o del mundo. Pero en muchos lugares, en nuestras escuelas, en nuestra comunidad, se está construyendo algo distinto. A pesar de las normales desconfianzas, incredulidades -¡tantas veces nos engañaron!- hoy se comienzan a respirar otros aires, aires de cambio, aires de compromiso, que seguramente traerán también polémicas y reproches pero también esfuerzo, abnegación, solidaridad.

Destruir es mucho más fácil que construir, y remontar tantos años de crisis, de marchas y contramarchas, no es fácil, ni los resultados se notarán tan fácilmente. Es muy poco probable que cuando los obreros comenzaron a clavar los primeros rieles o Sarmiento a esbozar los primeros renglones de su ley pensaran que estaban construyendo un país. Pero lo hicieron. Es poco probable que nos demos cuenta de que con muchos pequeños esfuerzos, generalmente anónimos o poco vistos, basados en la solidaridad, hoy estemos reconstituyendo nuestro país.

En Canning y Junín se cumplió con una promesa a la Escuela Técnica Nº471 y se anunció el inicio de una nueva etapa edilicia; pero en realidad allí se está construyendo un nuevo símbolo. Y una esperanza.

(*)Director provincial de

Educación Media y Técnica

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