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 sábado, 18 de junio de 2005  
Pérez Lindo: "Falta un consenso estratégico respecto de dónde va el conocimiento"
Para el educador la investigación científica es clave como estrategia del desarrollo

Matías Loja

La necesidad de impulsar la investigación científica como estrategia de desarrollo, la tensión entre masividad y calidad, la gestión del conocimiento y, sobre todo, el fin social de la universidad son, según Augusto Pérez Lindo, algunos de los temas que merecen profundizarse a la hora de abordar la problemática universitaria.

Autor de numerosos libros y documentos sobre el tema, Pérez Lindo es docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y especialista en educación superior. Al momento de establecer un diagnóstico acerca de la realidad del sistema universitario nacional se muestra sorprendido por "la tremenda contradicción que hay entre un conjunto de recursos humanos muy valiosos (capaces de llevar adelante proyectos de investigación y formar profesionales de buen nivel), y los bajos rendimientos de los alumnos, las dificultades para formular políticas científicas y para tomar decisiones cruciales", y agrega que de hecho "el conjunto de las universidades argentinas tiene un potencial equivalente al de un país como Italia o España".

-¿Entonces no está aprovechado ese potencial?

-Por un lado hay muchas cosas desaprovechadas, es cierto. Por otro lado, fíjese que ocurre que un profesor universitario en Argentina gana 8 veces menos que en Italia y 10 veces menos que en Estados Unidos. Hay datos que indican que el 70 % gana menos que los recolectores de basura, y sin embargo hay una producción científica y tecnológica importante. El conjunto de las universidades están facturando cerca de 600 millones de pesos en proyectos científicos. Quiere decir que dentro de las contradicciones que tenemos, en realidad el rendimiento del personal universitario es alto, teniendo en cuenta además que muchos ni siquiera son rentados y otros que son mal pagos. Pero además el sistema tiene serias paradojas, porque en medio de estas deficiencias hace cuatro años se crearon dos nuevas universidades nacionales inútilmente (Chilecito y Junín) por razones políticas. Se repartieron votos en el Senado los dos grandes partidos y las crearon. Por lo cual obviamente debilitan el sistema, porque no hay tantos recursos para repartir.

-Subyace en las apreciaciones de distintos sectores la cuestión de los fines o, dicho de otro modo, la necesidad de un norte hacia donde se dirige la universidad ¿Es este todavía un debate pendiente?

-Sí, yo digo que hay dos planos para analizar esto. Uno es el plano de las intenciones, vinculado con qué quieren hacer los dirigentes con la universidad. Y la mayoría no lo tiene en claro. Los Consejos Superiores discuten cuestiones administrativas, gremiales y, muy marginalmente, estrategias hacia el futuro. Por empezar, si en las cabezas dirigenciales no hay consenso estratégico, el barco va en cualquier dirección. Pero hay otra cuestión, en el plano de los procesos sociológicos, relacionada a que la mayor parte de las universidades argentinas están dominadas por la producción de grados profesionales. Si bien en los últimos 15 años se ha incrementado bastante la investigación, el posgrado y la transferencia de servicios a terceros, lo que indica que la universidad ha ido saliendo de este perfil único de tipo profesionalista, ocurre también que la mayoría de las facultades son monodisciplinarias, algo que internacionalmente se considera desaconsejable. O sea, una facultad de Derecho sólo entre abogados. Y resulta que los abogados que van a gobernar este país en su facultad no aprenden gestión pública, administración, economía política, y cuando llegan a presidente no saben manejar el Estado. Otro defecto se da en las facultades de Ingeniería. Forman ingenieros para ir a trabajar en las empresas, pero nadie forma tecnólogos para inventar industrias. O sea que tenemos una industria manejada por gente que a veces no tiene ni la escuela primaria, e ingenieros que se preparan para ser empleados de las grandes empresas. Entonces está faltando que las carreras de ingeniería formen tecnólogos industriales.

-¿La gestión pública es entonces una materia postergada en la universidad?

-La universidad es responsable de muchas cosas, entre otras, porque forma a la clase dirigente. Todos los presidentes de la democracia, desde 1983 para acá, son abogados graduados de universidades nacionales, que demostraron que no sabían administrar el Estado. Esto es gravísimo. Por eso la boleta hay que pasársela a la universidad, e indagar si está formando o no dirigentes capaces. Hay contradicciones graves, como esta otra: la facultad de ciencias económicas forma contadores, muchos de los cuales se dedican a asesorar a empresas para eludir los impuestos con los cuales se costean las carreras gratuitas de los estudiantes universitarios, incluidos los contadores. Pero yo creo que lo fundamental es que falta un consenso estratégico respecto de adónde van el conocimiento y la ciencia. Adónde va el mundo, dónde estamos nosotros y hacia dónde queremos ir. Cada universidad debería adoptar una posición respecto a esto. Y además creo que hace falta una toma de conciencia de lo que podemos hacer aún en condiciones difíciles. Y no hay que hacer utopías o buscar ejemplos en el extranjero. En la Argentina hay una enorme cantidad de grupos universitarios que están trabajando muchísimo en recuperación de fábricas, en proyectos de desarrollo rural, tecnológico, en un montón de cosas. Y así están generando empleos y nuevos recursos.

-Hay quienes plantean que es difícil invertir en investigaciones en la universidad cuando más del 90 por ciento del presupuesto corresponde a salarios...

-Si usted va a hacer una consultoría, aparte de una computadora y de algunas otras cosas, el grueso del gasto es la materia gris de los investigadores. Y creo que eso es lo principal que hay que pagar. Pero es totalmente cierto y evidente que los recursos del presupuesto son exiguos, incluido el gasto por profesor. Por eso yo estoy proponiendo que los docentes universitarios, como en Francia y Estados Unidos, tengan el mismo nivel, o equivalente salarial a los militares y los jueces. Esa sería una señal que indicaría que la investigación y la educación importa. Y una apuesta también en el sentido de decir: cuanto más invertimos en esto mejor van a funcionar el Estado, la economía y la sociedad. Y por lo tanto la productividad va a ser mayor, y así vamos a crecer.

-¿Qué significa hoy tener un título universitario?

-El diploma universitario sigue siendo en muchos casos la credencial para conseguir un trabajo. En otros, es un bien suntuario de prestigio, porque hay gente que quiere un título por una cuestión de prestigio. Esto se da aún en determinados círculos. Y en tercer lugar, y en menor medida, el diploma universitario sirve para certificar el lugar real que uno ocupa en la sociedad, desde el punto de vista del prestigio y de los servicios que presta. En países desarrollados el diploma universitario está ligado a la función que cumple el portador del título. Aquí ha tenido otros usos esa credencial. De allí la existencia de toda esa teoría, sobre todo en América latina, del credencialismo.

-Según algunos especialistas, la universidad tendría dos fines esenciales: la formación del profesional de calidad y la formación de sujetos de cambio para el desarrollo nacional. ¿Cómo conjugar ambos elementos?

-No podemos darnos el lujo de crear conocimientos sin saber para qué. Y el para qué es simplemente la capacidad de resolver problemas. Conflictos sociales, tecnológicos, económicos. Y esa es también una cuestión a discutir, a nivel nacional y mundial. ¿Hacia qué resolución de problemas orientamos nosotros la formación universitaria y la investigación científica? A escala mundial, fíjese que el 60 % del gasto en investigación se hace para programas de defensa, en programas de las ciencias naturales y en farmacéutica, y en las ciencias sociales se gasta menos del 5 por ciento. En la Argentina, desde el Conicet, las ciencias de la educación tienen menos del 5% del presupuesto, y tenemos un sistema educativo con 13 millones de personas, 600 mil docentes, y no estamos gastando para fortalecer el sistema. Lo mismo si tenemos graves problemas sociales, hay que favorecer a las ciencias sociales para mejorar la estructura de la sociedad. Todo el mundo tiene el complejo de que no invertimos demasiado en ciencias naturales, y en donde no gastamos es en tener expertos en organizaciones sociales, expertos en teoría del Estado. No tenemos especialistas en gestión de sistemas de informaciones en organizaciones complejas, como la universidad. Entonces, creo que falta una visión de las prioridades. Y sobre todo la principal vacante es el problema social. Y si ese es nuestro principal problema, es ahí en donde tenemos que invertir.
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Augusto Pérez Lindo, especialista en educación superior.

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