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 domingo, 03 de abril de 2005  
Boca celebra su centenario en la Bombonera

"Claro... Ya sé que estos extraños personajes no admiten ninguna explicación coherente... ¡Explicación coherente! Acaso ¿valdrá la pena buscarla? Si uno es, justamente, instalado en esa reflexiva posición cuando comienza a parecer absurdo. Cuando intenta introducirse en las profundidades de la especulación intelectual para esclarecerse este tipo de fenómeno... Que es, entonces, cuando ellos dejan de ser los presuntos piantaos y uno se expone a ser solemnemente otario".

Con este párrafo inició Osvaldo Ardizzone, periodista, escritor y poeta que contaba las cosas del fútbol con sensibilidad irrepetida, una nota dedicada a los hinchas de Boca. Fue en 1977, en la desaparecida revista Goles.

Alguien llamó al público de Boca "El Jugador Número 12" y la perdurabilidad del rótulo habla de su acierto. "Boca es un sentimiento", suele repetirse con tal insistencia que se corre el riesgo de vaciar la frase de significado, pero salvo excepciones que no cuentan, se está de acuerdo en que el hincha de Boca es único.

El "sentimiento" cumple cien años y los célebres cinco muchachos que lo fundaron en el mítico banco de la Plaza Solis jamás se hubieran atrevido a soñar con la longevidad de su creación ni con la multiplicación de seguidores que se cuentan por millones.

Y ahí está Boca, celebrando su siglo con alguna festichola fashion como se impone, pero sin haber perdido ni un ápice de su condición de equipo popular por excelencia, nutridas las filas de sus incondicionales, de preferencia, entre los de más abajo, bien abajo. No debe ser casual.

"Porque esos tipos, todos esos tipos -seguía Ardizzone- se fundieron en el molde de una única y común manera de sentir y de exteriorizar lo que sienten. Por eso, vivir en Boca es un estilo, una singularidad exclusiva, una identidad inconfundible, una herencia de sangre, una manera de querer que no está registrada en ninguno de los recetarios del sentimiento".

No, Ardizzone ni conoció a estos infelices que corren detrás de la cámara que se les cruce para exhibir su patética estupidez y dicen "yo lo quiero más que a mi vieja, loco. Lo re-amo, loco. Mirá, tengo al Diego tatuado aquí, en el pecho, y a Riquelme en el brazo, loco, y a Carlitos Tevez acá atrás, mirá, loco, debajo de la espalda. Aguante Boca, loco"... Esos que los medios insisten en presentarnos como simpáticos y pintorescos y que dan pena. Y que por lo general no distinguen un off side de un gambito de dama. No, esos no.

Menos aún los depredadores de profesión, los que nos están ganando la guerra que ellos instituyeron. Los que han hecho que el ingreso a cualquier estadio sea un laberinto de vallados policiales, cuando hace no tantos años, unos 30 ó 35, todos sacábamos entrada en las mismas ventanillas sin distinción de banderías. No, esos tampoco.

Sigue firme, pese a todo, el hincha de Boca que pintaba el Viejo Osvaldo. El "fabricante de sueños, el creador de ilusiones, el amante incondicional que no analiza, que no recela, que no desconfía, que no presiente. Por eso, es la entrega total, plena, entera, generosa. Porque dispone de la riqueza de creer, de creer siempre, sin temor a que lo defrauden". De ese hincha debe ser este centenario. Por éste y por muchos más.

"Allá, por el amanecer del novecientos crecía un barrio, al amparo de un río viscoso, con un abuelo tano, un patio con parrales y una higuera allá en los fondos. Por entonces ya comenzaba a germinar un sentimiento, una manera de querer. Alguien, tal vez un marino que contemplaba las embarcaciones que surcaban el Riachuelo en los atardeceres, tuvo la ocurrencia de que ese sentimiento se vistiese -quizá por qué- de azul y oro... A pesar del progreso que avanza, la herencia sigue...", finalizaba Ardizzone. Y cumple cien años, Osvaldo. Un siglo.
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La cancha de Boca se vestirá como en las grandes tardes de gloria.

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