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 domingo, 03 de abril de 2005  
Presiones y sobornos en la historia de los cónclaves

Los antecedentes antiguos de los cónclaves, que incluyen presiones, sobornos y corrupción, contrastan con la solemnidad característica de las elecciones papales en la era moderna.

La primera vez que los cardenales fueron recluidos hasta elegir un Papa fue en 1241. La Santa Sede estaba en guerra con el emperador alemán Federico II, que mantenía presos a dos de los doce príncipes de la Iglesia.

Ansioso por tener un pontífice, el gobernante romano mantuvo a los diez restantes cardenales confinados en un viejo palacio. La táctica dio resultado. Después de un período de 60 días salió elegido Celestino IV.

Pero Celestino sólo vivió 17 días y a su muerte se produjo un prolongado interregno de 18 meses.

Otra pausa aun mayor ocurrió después de la muerte del papa Clemente IV. Para el otoño de 1271, el trono de San Pedro había estado vacante durante tres años. Una vez más encerraron a los cardenales, y los sometieron a una dieta de pan y agua.

Las medidas extremas volvieron a dar resultados. En tres meses, los cardenales habían elegido al papa Gregorio X, quien decidió institucionalizar la práctica del cónclave.

Las reglas de Gregorio eran duras —las raciones de los cardenales se reducían lenta y paulatinamente durante el cónclave— y también efectivas. Las elecciones papales siguientes fueron expeditivas.

Los cónclaves solían ser también hervideros de intrigas políticas y corrupción. En sus memorias, Pío II, uno de los papas del Renacimiento, evocó las confabulaciones que rodearon al cónclave de 1458 en que fue elegido.

El cónclave de 1484 no fue mucho mejor. El hombre al que proclamaron Papa como Inocencio VIII sobornó a los electores firmando sus promociones en su celda la noche anterior a la votación decisiva.

Los incentivos fueron menos disimulados en 1492 en la elección de Alejandro VI, de la familia Borgia. El español mundano e implacable que tenía ocho hijos ilegítimos de tres mujeres cuando ascendió al trono de Pedro repartió docenas de prebendas —abadías, fortalezas, pueblos, obispados— para asegurarse los votos.

La interferencia secular solía ser tan abierta como la corrupción interna. Durante siglos, los monarcas católicos de Europa se atribuyeron la prerrogativa de vetar candidatos.

El último veto secular fue en 1903, por parte del emperador Francisco José de Austria-Hungría. El nuevo Papa, Pío X, abolió después el derecho real de exclusión. (AP)
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