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 miércoles, 23 de marzo de 2005  
Nefasta cultura de la evasión

La denuncia realizada por la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip) de que la evasión de los tributos a las ganancias y a los bienes personales alcanza a unos 235 millones de pesos anuales revela con dramática precisión los niveles a que ha llegado en el país la tendencia de eludir las obligaciones con la sociedad. El organismo recaudador ya alertó que se enviará la friolera de 402 mil cartas a propietarios de inmuebles y vehículos de alto precio que no han cumplido con el pago. Entre ellos, según lo reveló el titular de la Afip, Alberto Abad, existen "empresarios relacionados con supermercados, con la construcción, con el transporte aéreo y de importantes empresas metalúrgicas". Se trata de un comportamiento arraigado en el egoísmo y la indiferencia, que no admite justificaciones de ninguna clase.

El mismo funcionario expresó con claridad cuáles son los fundamentos morales del escándalo: "No se puede permitir que gente que realiza una gran ostentación de riqueza no pague. Esta campaña apunta a una mayor equidad social: cuando todos paguen, aquellos que lo hacen regularmente o que menos tienen se verán beneficiados", afirmó. Sin dudas los hechos descriptos resultan de suma gravedad, sobre todo si se recuerda que la mitad de la población argentina se encuentra por debajo de la línea de pobreza.

La inequidad que se vive no será fácil de revertir, dado que quienes más tienen distan en muchos casos de estar a la altura de la responsabilidad social que su posición les confiere. Individualismo a ultranza -estigma que la Nación lleva desde los oscuros años noventa- signa las actitudes de quienes, poseyendo numerosos bienes de carácter suntuario, esquivan mediante artimañas el cumplimiento de sus deberes sociales.

"Entre los propietarios de cien automóviles de alta gama, entre ellos varias camionetas -cuatro por cuatro- e importados, por valores superiores a los cien mil pesos, se detectó que ninguno había presentado declaración jurada", comentó Abad. Mientras tanto, el Estado continúa obteniendo jugosos beneficios por intermedio de la implementación de retrógrados impuestos al consumo -como el IVA- que igualan a quien nada en la abundancia con quien, en contrapartida, no tiene casi nada.

Sin dudas que parte de los argumentos que se esgrimen a la hora de justificar la evasión se relacionan con la ineficiencia y la corrupción imperantes históricamente en el Estado argentino. Pero en este momento de auténtica emergencia nacional, cuando los recursos obtenidos son mayoritariamente volcados a paliar la miseria y el desempleo, no existe disculpa posible: quienes más tienen deberían ser, justamente, aquellos que dieran el ejemplo.
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