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 domingo, 27 de febrero de 2005  
Punto de vista
"La hinchada bullanguera de los Oscar"

Ricardo Luque / La Capital

No son los Magazine, pero tienen su encanto. Sí, mal que le pese a Chris Rock, los Oscar tienen su hinchada. No es tan fogosa como las del fútbol o la de los Redondos, pero ahí está, cada año, esperando ansiosa saber quiénes serán los grandes ganadores de la noche. Pero la competencia no es el único atractivo que tiene la ceremonia. Hay que decirlo, a los fanáticos del Oscar los emocionan tanto los premios como la alfombra roja. Y no es para menos. Es ahí donde se puede ver a las estrellas en su ambiente natural. Vestidas de fiesta, sonrientes, atentas a los flashes. Y es ahí donde la barra brava de la Academia se siente como pez en el agua. Junto a los encajes, los tacos aguja y el perfume francés. Pidiendo permiso entre veteranos de mil batallas y esa última estrellita que, con cara de tonta y garras de pantera, trepó hasta la cima de la taquila y acapara todas las miradas. Es raro, pero este año se extraña esa agitación y no es por culpa de Bin Laden. Nada de eso. Es que Charlie no viajó a la Meca del Cine. Sí, Charlie Bermejo. ¿Se acuerdan? Sí, claro, el gordito canoso que, vestido con un somoking alquilado y sudando la gota gorda, corría de un lado al otro, micrófono en mano, para robarle un saludito para "De 12 a 14" a los invitados a la fiesta de los Oscar. Era él y nadie más que él quien, en aquellos viejos buenos tiempos, llevaba de paseo por la alfombra roja a los amantes del cine que, condenados por los vaivenes de la economía criolla, quedaban varados en la pequeña aldea. "¡Jack!, ¡Jack!", gritaba con la voz en cuello mientras ante sus ojos, y los de los todos los hombres de buena voluntad pegados a la pantalla de Canal 3, Jack (Nicholson, claro), Ray Ban Risky, Armani negro, pasaba a su lado sin dar muestras siquiera de advertir su existencia. Pero el desplante era suyo y también nuestro, igual que las sonrisas que le regalaban Julia Roberts o Kim Basinger, cuando con su mejor inglés de Toro Sentado las saludaba en nombre de los rosarinos que, sentados frente al televisor, envidiaban su buena suerte. Aunque, hay que decirlo, su buena suerte era también la nuestra que, en sus zapatos, alguna vez también caminamos la alfombra roja.
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