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 domingo, 07 de noviembre de 2004  
La historia de Raúl "Bocha" Fernández en Ludueña
El doloroso camino al delito de un muchacho desamparado
La madrugada del 29 de octubre alarmó a un barrio con un raíd de locura. Su madre dice que no puede contenerlo

Eduardo Caniglia / La Capital

La vida de Raúl Fernández es la historia del desamparo afectivo. De alguien que hoy tiene 26 años y casi no conoció a su padre. También es la historia de un arquero frustrado porque un impedimento físico congénito le impidió continuar jugando al fútbol cuando transitaba la adolescencia en el barrio Ludueña. Y es el recorrido de un muchacho que cuando llegó a adulto comenzó a tener conflictos en su relación con los vecinos por su adicción al alcohol y la droga. Y también la de un joven al que todos los caminos lo llevaron al mundo del delito. Se trata de la historia del Bocha, como lo llaman su mamá y sus hermanos, quien alcanzó notoriedad pública la madrugada del viernes 29 de octubre. Una noche durante la cual protagonizó un raíd vandálico en el pasaje Aristóteles al 200 bis, a la altura de Vélez Sarsfield al 2300. En pocos minutos sobresaltó a varios vecinos con una seguidilla de sucesos tan incomprensibles como riesgosos para su vida.

Lo primero que hizo Bocha fue forzar la puerta de un coche estacionado frente a una casa para robar las pocas monedas que había en la guantera. Después se introdujo en el garaje descubierto de una casa y violentó una de las puertas de un viejo auto Unión. Poco más tarde, cortó los cables de energía y dejó sin luz a una de las casas de la cuadra. Finalmente, llegó hasta la vivienda de otro vecino. El dueño del inmueble, Oscar Aymo, lo sorprendió cuando ya estaba en el patio delantero y le disparó dos balazos que lo hirieron levemente.

Antes de esa noche vandálica, una vida signada por el abandono paterno marcó al muchacho desde su infancia, que transcurrió en la casa de sus abuelos, propietarios de un negocio de compraventa en Vergara y Matienzo. "Como era el primer nieto varón, mi mamá quiso criarlo", contó Liliana Parisi, la madre del Bocha, para explicar por qué el muchacho no vivió con ella y sus siete hermanos.

Raúl transitó las aulas de la escuela dirigida por el padre Eugenio Montaldo, situada en Casilda y Camilo Aldao, hasta que completó la escuela secundaria. Al mismo tiempo conoció el fútbol de potrero cuando comenzó a jugar en el club Mundial 78, de Felipe Moré y Gorriti. Allí fue el arquero del equipo de los pibes del barrio hasta que comenzó su adolescencia.


Recuerdos de infancia
Edgardo Meza es un peluquero del pasaje Aristóteles al 200 bis. Conoció al Bocha cuando su hijo fue compañero de juego de él en los picados de los domingos. El estilista recordó cuando "lo subía a una tabla en el sillón" para cortarle el pelo en su atelier cuando todavía era un chico.

"Era un pibe buenísimo. Vivió con los abuelos pero se crió solo, en la calle. Cuando falleció la abuela que lo consentía mucho, lo echaron de la casa y empezaron los problemas", recordó Edgardo.

La muerte de la anciana sorprendió al Bocha cuando estaba detenido en el penal de una comisaría rosarina y ya había cumplido los 25 años. Un intento de robo lo llevó a permanecer un año detrás de las rejas. No fue el único episodio delictivo que protagonizó, aunque nunca empuño un arma para perpetrar los ilícitos. Otros dos robos no concretados aparecen en su prontuario.

Liliana reconstruyó los pasos de este muchacho "tranquilo" que desembocaron en un presente signado por sus problemas con las drogas y sus conductas violentas. Cuando cumplió los 18 años comenzó a beber alcohol en forma desmedida con algunos amigos y a inhalar cocaína mientras la abuela lo "sobrepotegía". Realizaba tareas domésticas en la casa y no conseguía trabajo porque, según decía, uno de sus brazos casi encogido y más corto que el otro, le impedía obtener un conchabo.

Aunque a veces se ganó la vida cortando "yuyos" o dibujando "cuadritos" que luego vendía. Unos tres años atrás, el Bocha abandonó Ludueña. Su abuelo lo echó de la vivienda y entonces se fue a vivir con su mamá a una casilla de Travesía y Génova. Otro hecho conflictivo lo alejó de esa barriada. "Estaba drogado y quiso tocar a un pibito. Los vecinos dijeron que no le había hecho nada, pero los padres (del chico) le pegaron", memoró la mujer, que sobrevive con un plan de Jefas de Hogar.

A raíz del incidente, la madre y el Bocha debieron marcharse a la casa de una de sus hermanas, en Vergara al 2200. Y a partir de ese momento, los vecinos debieron padecer las "molestias" que les ocasionaba. "Cuando estaba drogado les pedía plata y, si no le daban, los insultaba y se ponía agresivo", explicó Liliana Parisi.


Impotencia materna
Un mes antes de la madrugada violenta del viernes 29, atacó a patadas la puerta de la casa de una mujer que vive en la cuadra y llenó de basura su auto. A la dueña del inmueble, que siempre lo ayudaba con dinero, no le quedó otra posibilidad que llamar al Comando Radioeléctrico. Y entonces el Bocha pisó nuevamente los calabozos de una seccional.

Liliana no oculta su impotencia para enfrentar los problemas de adicción de su hijo. "¿Qué puedo hacer? Lo quise internar en un centro de rehabilitación, pero él no quiere ir porque dice que no está loco", se lamentó.

La vida del Bocha también estuvo marcada por la tragedia. Una novia, que también consumía estupefacientes, se ahorcó, y el padre recibió una puñalada mortal que le asestó un muchacho cuando estaba a unas dos cuadras de la casa de su ex mujer.

Liliana asegura que su hijo no puede disimular la carencia afectiva que le provocó la ausencia del padre. "A veces dice que quiere ser mejor que él y que no lo van a matar por la espalda como al padre", comentó la mujer .

Hasta el miércoles Raúl estaba detenido en el penal de la comisaría 12ª. Desde que cayó preso, Liliana no lo había visto.

-¿Prefiere que continúe detenido o que recupere la libertad?

-Yo quisiera que esté preso, pero que se cure. Porque así es un peligro. O mata a alguien o lo matan a él.
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Liliana Parisi, la mamá de "Bocha", en el lugar de la última tropelía de su hijo.

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