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 sábado, 06 de noviembre de 2004  
Editorial
Problemáticos superpoderes

La Argentina ha sido definida por numerosos historiadores, pensadores y cientistas humanos como un país de raíz autoritaria, más allá del sistema de gobierno que la rige, la democracia representativa. Cuando se alude a tal característica se hace referencia a cuestiones de índole cultural, más que de forma. Y si se contempla lo que sucede actualmente en el marco del Congreso de la Nación, con la aprobación de la delegación de superpoderes para el jefe de Gabinete por parte de la Cámara de Diputados, no resultará difícil adherir a ese diagnóstico.

Ocurre que la atribución que se le otorga al virtual "superministro" pertenece, justamente, al Congreso, de acuerdo con lo que fija el artículo 37 de la ley de administración financiera. Y si los senadores -Cámara a la cual pasó ahora el proyecto de presupuesto para el año próximo- dan su aval, el gobierno podrá disponer libremente de todas las partidas asignadas en la llamada ley de leyes. Así, por ejemplo, podrá beneficiar o perjudicar a los Estados provinciales, "recompensando" potenciales lealtades o "castigando" hipotéticas traiciones políticas.

La herramienta resulta, entonces, tan tentadora como peligrosa. Y el hecho de que se haya pujado fuertemente para plasmar la primera instancia de su materialización -a un alto costo, con distintas posiciones dentro del mismo bloque oficialista de la Cámara baja- demuestra tanto una clara ambición hegemónica como la profunda desconfianza que el Poder Ejecutivo tiene hacia el Legislativo.

Y no es que desde esta columna se estén cuestionando las políticas aplicadas por el gobierno: sólo se observa hasta qué punto le repele ser fiscalizado por los legisladores, y en ese aspecto se asemeja a gestiones anteriores de muy distinto tenor ideológico. No resultará complejo, en efecto, recordar una medida similar durante la administración aliancista, con Domingo Cavallo como destinatario de los superpoderes durante la agonía del sistema de convertibilidad.

Lo que se corroe, en última instancia, son los fundamentos del sistema republicano, al mismo tiempo que se fortalecen las bases de ese personalismo que tantos vicios ha creado en la política argentina y tantos perjuicios le ha generado al país.
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