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 domingo, 10 de octubre de 2004

Rosario desconocida: Las últimas esquinas sin ochavas

José MAría Bonacci (*)

Cuando las calles o arterias tuvieron la necesidad de cruzarse cortándose, nació la esquina. Inserta en cualquier tipo de planta urbana, como componente de un trazado irregular o como participante de una grilla ordenada en general, con alguna licencia de adaptación cuando condiciones del terreno, rasgos físicos o requerimientos de un sitio lo exigía, la esquina permitió el cruce peatonal o el movimiento de tracción a sangre sin mayores problemas. Luego llegó un momento en que una cierta complejidad dada por los vehículos aconsejó tomar ciertas reservas para conciliar el andar de personas y de ruedas, esas dos velocidades distintas sin que ninguna enfrentara problemas de movimiento.

Un buen ejemplo antiguo es la ciudad de Pompeya (Italia). En sus esquinas usadas por seres humanos y carros de variada índole fue necesario imponer prevenciones. La ciudad conoció entonces dos variantes que facilitan el movimiento. Situada al pie del Vesubio en pendientes más o menos pronunciadas por las cuales bajaba el agua de lluvia con velocidad extraña al andar humano, se impuso el cordón demarcatorio del lugar para vehículos y la circulación de peatones. En el cruce de calles o esquinas aparecieron grandes piedras uniendo una margen con otra, separadas para permitir el andar humano y el paso de ruedas entre dos de ellas exigiendo una velocidad menor por razones obvias.

Pompeya, rescatada hoy de su sepultura de lava cuando el volcán hizo oir su furia, muestra esas piedras desgastadas, rotas en sus bordes por los inevitables golpes y roces de ruedas. Este es sólo uno de los variados ejemplos a mano para estudiar el tema. Más acá en el tiempo, todas las épocas exhiben soluciones a las que debió recurrir el hombre cuando el movimiento de personas y vehículos así lo exigió.

Un cambio significativo se produjo cuando la complejidad de movimiento y necesidades de un conglomerado determinado llevaron a otras prevenciones, especialmente tratándose de vehículos más sofisticados como carruajes para transporte de personas.

Un ejemplo claro y conciso de aporte para esta contingencia radica en el estudio del plan Cerdá, conocido como "el ensanche", que debía solucionar la situación de Barcelona situada contra el mar, dando respuesta a su ampliación hacia la dirección opuesta, brindando vías de movimiento de mayor amplitud, grandiosidad y condiciones higiénicas, en diferencia con la realidad del barrio gótico y sus estrechas callejuelas y apretado tejido.

Quien camine por esa notable ciudad actual que es Barcelona podrá comparar las dos situaciones con generosidad, que por otra parte contribuyen en notable medida a su marco tan particular. El damero regular y repetitivo de la nueva zona incorpora entonces calles de gran movimiento, avenidas y cruces de cierta espectacularidad, donde también vendrán a insertarse ya los primeros automóviles y sus variantes modernas hasta llegar al presente. Aumenta considerablemente el número y velocidad de los mismos, se necesitan mejores condiciones con amplia visibilidad en los cruces y así la ochava toma un papel fundamental por la dimensión que se le destina.


Esquinas sin ochavas
En Rosario, una ochava urbana gira alrededor de los seis metros de largo, mientras que en Barcelona esa misma función puede contar con por lo menos tres veces esa medida, aportando a la escala y visión urbanas, jerarquizando cruces, dando marco de grandiosidad a ciertos sitios engalanados con fuentes de agua centrales o grupos escultóricos. En los pueblos de nuestro noroeste todavía hoy el cruce de calles sin ochavas se presenta en base al ángulo recto, por cuanto el automóvil y el movimiento general no lo exigen en igual medida.

Nuestra ciudad siguió esa misma característica, pero finalizando el siglo XIX, la formidable estampida urbana modificó la situación. Casi perdidas en el pasado han quedado dispersas en algunos barrios las últimas esquinas sin ochavas. La más humilde está en Rawson y Nelson (suroeste) de Refinerías y en lo simple de su fachada muestra una cornisa que gira 90º en su esquina, confirmando su nacimiento sin ochava.

Otra se ubica en 9 de Julio y pasaje Villalobos (sureste), más ornamentada que la anterior, y la cornisa y una pilastra en estilo jónico deja volar su capitel sobre la vereda del mencionado pasaje. Con cambios inconsultos en el frente, la lectura de su condición urbana aún es posible.

Pero el ejemplo más notable está en San Martín y Amenábar (noreste) con dos plantas, importante ornamentación externa y estado impecable de conservación. Llama la atención y tienta a verificar si el hecho de no tener ochava se debió a un avance sobre la vereda o cosa parecida. Sin embargo confirma su condición, ya que el respeto de la línea municipal en toda la cuadra y también con la que le sigue hacia el sur, es estricto. Sus actuales propietarios afirman que tiene una antigüedad de más de 90 años y algunas modificaciones necesarias en el negocio de planta baja y el respeto del piso alto destinado a vivienda no vulneran su condición y valor histórico.

Estas son las tres esquinas sin ochavas que la ciudad conserva en el presente, trayendo recuerdos de tiempos pasados, como postales queridas de un momento en que moría un siglo y otro nacía dándose las manos. Sería valioso conservarlas integrando el patrimonio local, aunque nunca puede asegurarse en tal sentido por el ritmo desenfrenado que arrastra nuestro presente.

Paradójicamente, tampoco se puede obviar la inacabable magia de la ciudad, que en el momento menos pensado puede llegar a exhibir otro de estos ejemplares mantenido en secreto en algún ignoto rincón de su cuerpo construido.

(*)Arquitecto

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San Martín y Amenábar, donde la línea de edificación "dobla" a 90 grados.

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