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 domingo, 10 de octubre de 2004

Vinos reales

Gabriela Gasparini

Cuando uno tiene invitados el método para elegir los vinos puede seguir distintos caminos. Escoger concienzudamente el caldo que maride con la comida, poner el que se tenga más a mano, compartir alguno que nos hayan regalado y nunca fuera probado, en fin, las posibilidades son varias y cada cual se inclina por la que más le conviene. Pero cuando de bodas reales se trata la historia es bien distinta. Y la selección de lo que se iba a tomar en la del príncipe Felipe de Asturias parece que levantó polvaredas, o por lo menos eso dice en su columna El Trasnocho, Andrés Proensa.

Veamos cómo se decide y cómo se muestra lo que se bebe en las mesas regias, o por lo menos en esa. Primero aclaremos que hubo tres comidas, una de bienvenida, la principal luego de la ceremonia, y una sólo para las casas reales e invitados más íntimos. Tanto en la primera como en la última, los vinos seleccionados no fueron secretos ya que las botellas se presentaban con las etiquetas con las que salen al mercado. Pero no fue el caso de la restante, considerada la más importante. Para esa se realizó un concurso en los consejos reguladores de las denominaciones de origen elegidas, y los vinos se ofrecieron con una etiqueta genérica de la zona en cuestión, manteniendo en el anonimato la marca.

El trámite para ser elegido a la hora de llenar las copas, según Proensa, fue el siguiente: "Para seleccionar los vinos anónimos del ágape, los consejos reguladores interesados que fueron encargados del asunto directamente por la Casa Real, organizaron una cata-concurso a la que estaban convocadas todas las bodegas de la zona que produjeran un vino acorde con las características que el acontecimiento requería y que estaban previamente establecidas, incluido el número de botellas necesario y el precio que se iba a pagar por cada una".

Una vez realizada la cata, cada bodega etiquetó los vinos con la etiqueta anónima y, cuado fue posible, con tapones anónimos y botellas no necesariamente iguales a las habituales, y se enviaron al consejo regulador correspondiente que fue el encargado de remitirlo a su destino. En algún caso, como el de la D.O. Rías Baixas, incluso el propio consejo regulador adquirió los vinos a todas las bodegas finalistas, de manera que ni siquiera ellas saben con certeza si fue su vino el elegido. Para mayor abundamiento, las participantes firmaron una carta de confidencialidad en la que textualmente, cada bodega "...manifiesta y acuerda que es conocedor de que la Casa de S.M. El Rey exige que cualquiera que sea el vino seleccionado, y por tanto enviado en representación de la Denominación de Origen para la boda de S.A.R. el Príncipe de Asturias y doña Leticia Ortiz Rocasolano, no debe ser difundida su marca y procedencia en ningún medio de comunicación ni publicidad que permita identificarlo".

O sea que si han tenido el honor de haber puesto sus vinos en el festejo central algunas bodegas no se enteraron, o por lo menos, no antes del almuerzo, y aunque lo hubieran sabido no pudieron ni pueden publicitarlo.

Dicen las malas lenguas que el intento de bajarle el perfil al tema vinos fue para evitar conflictos después de que un famoso miembro de real familia libó en exceso y debió saltarse la ceremonia, y de que pretendiendo dos contendientes la misma corona, y luego de haber ingerido una considerable cantidad de copas, la emprendieron a piñas para dirimir la pertenencia del trono. Vaya uno a saber.

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