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 domingo, 08 de agosto de 2004

Un sube que solo baja
La clase media argentina: El dolor de ya no ser

Adriana Chiroleu / La Capital

La estructura social argentina presentó durante buena parte del siglo XX algunos rasgos que la distinguían en el contexto de América Latina. Entre ellos, el tamaño y la composición de sus clases medias, la acentuada movilidad social ascendente, la fuerte cohesión social y cultural alcanzada a pesar de la magnitud del proceso inmigratorio, la ausencia de barreras sociales que limitaran la idea de progreso personal basado en el propio esfuerzo, y una educación pública de alta calidad que se constituía en una herramienta privilegiada para lograr esas metas. A partir de mediados de la década del 70, sin embargo, uno a uno, estos rasgos singulares fueron desmoronándose, desdibujando en su caída el perfil de las clases medias.

Sin embargo, es necesario destacar que el crecimiento vigoroso de este segmento social y la construcción de un tejido societal intrincado, complejo e integrado no se dieron de manera azarosa, sino que constituyeron el resultado del desarrollo por parte del Estado argentino de proyectos explícitos de inclusión social. Si bien los mismos no tuvieron siempre el mismo grado de abarcabilidad ni sentido homónimo, y por englobarse dentro del modelo capitalista llevaban implícitos diversos grados de desigualdad social, implicaban la búsqueda de un objetivo compartido: la construcción de una sociedad inclusiva en la que aunque la riqueza nacional se repartiera de manera despareja, dejaba resquicios para alcanzar una mínima participación y abierto el camino de las pugnas sociales como mecanismo de replanteo permanente de las "cuotas" obtenidas.

Varias décadas de abandono por parte del estado de este tipo de políticas y su reemplazo por una individuación exacerbada han conducido a la Argentina al callejón sin salida de una sociedad sin proyectos ni expectativas en común, sin valores solidarios, sin un horizonte más o menos promisorio que pueda actuar como incentivador del trabajo y del esfuerzo personal.

Estas transformaciones merecen enmarcarse en el proceso de globalización desarrollado a nivel mundial, que conduce a nuevas formas de organización social y a una reestructuración de las relaciones sociales, que trae aparejada una profunda mutación de los marcos de regulación colectiva desarrollados hasta entonces. Por otra parte, aunque estos efectos son sentidos a nivel planetario, los países periféricos experimentan consecuencias más agudas, relacionadas con sus singularidades estructurales y las características de sus instituciones.


Ambigüedad constitutiva
Cierto es que las clases medias tienen una ambigüedad constitutiva que es la base de buena parte de la vasta literatura que, en torno a su conceptualización, se ha desarrollado en el campo sociológico. Suele considerárselas constituidas por aquellos agentes que ocupan un lugar intermedio entre los productores directos de bienes y aquellos que ejercen el control de los recursos económicos.

Desde el paradigma marxista se resta importancia a este concepto pues en el pensamiento de Karl Marx estos grupos intermedios serían finalmente absorbidos por las dos clases antagónicas (burguesía y proletariado) como consecuencia del propio avance del capitalismo. Sin embargo, el devenir histórico ha demostrado que este proceso tuvo resultados diametralmente opuestos a los previstos por Marx, y la expansión de los sectores medios en las sociedades occidentales constituye un fenómeno generalizado. De hecho, su peso ha llevado modernamente a nuevos análisis teóricos que se organizan a partir del concepto de "clase de servicio", haciendo referencia a la inserción de los agentes en trabajos no productivos por ejemplo, en cargos directivos, donde se ejerce autoridad, o bien donde se controla información privilegiada. En estos estudios se enfatiza en las contradicciones a que están sometidos sus miembros en la medida en que experimentan presiones y condicionamientos de signo contrapuesto.

Quizás el rasgo más singular de las clases medias sea la heterogeneidad interna que ostentan lo que ha dado pie a su denominación en plural (clases medias), en razón de que no gozarían de la homogeneidad atribuida -por ejemplo- desde la perspectiva marxista a la clase obrera. Igualmente se las denomina en forma indistinta como clases, estratos, capas o sectores, lo que da cuenta de la confusión en torno a sus características intrínsecas. Por otra parte, su surgimiento se entronca fuertemente con el desarrollo económico y la continua división del trabajo que el mismo supone, procesos que conducen a una mayor complejización del entramado social.

Cronológicamente, puede afirmarse que las clases medias comienzan a configurarse en Argentina a partir de la Organización Nacional, pero sólo logran plasmar en las últimas décadas del siglo XIX cuando el aluvión inmigratorio transforma la estructura económica nacional y los valores socialmente dominantes. La ganancia comienza a ser vista entonces, como un fin en sí mismo y la burguesía moderna -producto del desarrollo comercial e industrial urbano- coexiste con los sectores terratenientes que fundaban su poder y su prestigio en la propiedad territorial.




Un conflicto diferente
Es en este sentido que puede afirmarse que en nuestro país no se da el clásico conflicto burguesía-aristocracia llamado a tener resultados decisivos en la estructuración de Inglaterra; se da en cambio una coexistencia "pacífica" de ambos, en la cual la primera aspira a ir aproximándose a la segunda, al menos en las pautas culturales, las prácticas sociales, los gustos, y sobre todo, las apariencias.

Al no adoptar un proyecto de cambio que las enfrentara a los grupos dominantes, las clases medias desarrollan comportamientos conservadores; esto es, no procuran cambiar las reglas de distribución de la riqueza sino que disputan sólo un margen mayor de participación. En este contexto, la educación pública se convierte en una vía fundamental para la búsqueda de la legitimación en el plano simbólico del ascenso obtenido en el plano material. En un movimiento lento pero permanente, la matrícula crece sucesivamente en los niveles primario y medio, trasladándose posteriormente el conflicto al nivel universitario, aún en manos de los sectores sociales más tradicionales. De hecho, la Reforma Universitaria de 1918 puede leerse como una expresión más de la irrupción de las clases medias como actores de peso en la escena nacional y su búsqueda de legitimación social a través de su acceso a las instituciones propias del patriciado nacional.

Si atendemos a la magnitud de la expansión de las clases medias y al volumen que representan en la estructura social global, Germani considera que hacia 1914, constituían alrededor del 33% de la población nacional y en 1947 cerca del 40%, habiéndose expandido fundamentalmente a través del crecimiento de los empleados y en menor medida los profesionales liberales. Esto es, la educación había tenido una incidencia fundamental para el logro de movilidad social ascendente.

Entre 1947 y 1980 -en opinión de Susana Torrado- la expansión de las clases medias fue continua, llegando a constituir en este último año alrededor del 47% de la fuerza de trabajo urbana. En este lapso, sin embargo, el crecimiento debe atribuirse al segmento asalariado, perdiendo progresivamente peso relativo el estrato autónomo. Esta tendencia comienza a revertirse a partir del último gobierno militar, momento en que se establece por primera vez una estrategia de acumulación de corte neoliberal destinada a generar transformaciones profundas de la estructura productiva nacional. Se inicia entonces un proceso de desalarización de las clases medias y una creciente expansión del segmento cuenta propia.
Hacia la exclusión
Lo concreto es que finalizada la década del 80 y en el contexto de un nuevo proceso de apertura de la economía, puede apreciarse una profunda retracción de las clases medias que en el Censo de 1991 habían descendido 9 puntos, representando alrededor del 38% de la fuerza de trabajo urbana y constatándose una vez más, una disminución del estrato asalariado. En la actualidad, estas tendencias se han ido acentuando a la vez que se visualizan procesos de empobrecimiento absoluto (caída por debajo de la Línea de Pobreza) y relativo (disminución de las condiciones de vida) que tienden a heterogeneizar aún más su composición y a ampliar las distancias internas entre sus diversos segmentos.

En este sentido, el estrato medio-bajo tiende a expandirse como consecuencia de la movilidad social descendente que afecta a muchos de sus agentes, mientras se retrae en términos cuantitativos el segmento medio-alto, a la vez que se profundizan las distancias sociales. Por otra parte, se acentúan las diferencias entre asalariados y autónomos y aún en estas dos posiciones, entre los segmentos más tradicionales y los más competitivos. En esta última diferenciación tiene una incidencia central tanto el nivel educativo alcanzado como la actitud de vida.

Esto es, la heterogeneidad propia de las clases tiende a profundizarse; antes se trataba de segmentos culturalmente homogéneos que se distinguían en el plano material por el volumen de capital poseído, pero que compartían valores, creencias, objetivos y aspiraban a lograr la legitimación social en el plano simbólico. Existía entonces una cierta unidad cultural y social de los sectores medios -fuertemente cimentada en la educación pública- que permitía sostener un horizonte en común y hasta cierto punto, minimizaba las diferencias existentes. La segmentación que constituye en la actualidad un rasgo fundamental de nuestra estructura social conduce a una exacerbación de las diferencias en los estilos de vida de los diversos segmentos que se expresan cotidianamente de las maneras más diversas: desde los niveles de consumo material, los circuitos educativos recorridos, el tipo de atención de salud, o las características y la localización de la vivienda (countries).

La paradoja que implica el sentido adoptado por la metamorfosis que en algo más de un siglo experimentaron las clases medias argentinas se inscribe en las pérdidas materiales y simbólicas que ha debido sufrir nuestra sociedad. Esta evolución puede plantearse en términos del pasaje de un proyecto de inclusión restringida a otro de inclusión ampliada, para caer finalmente -de la mano de la deserción del estado en el cumplimiento de sus funciones básicas- en la exclusión de vastos segmentos de la sociedad y la consiguiente profundización de las desigualdades.

Las clases medias, más allá de sus ambiguos comportamientos políticos y sociales, empujaron con su pujanza y su sed de progreso el desarrollo económico de la Argentina. Las últimas décadas han traído para ellas, pérdidas de distinta naturaleza y profundidad que originaron cambios sustanciales en su morfología, composición y extensión y hondas heridas en el tejido social que sólo una fuerte voluntad política sostenida a lo largo del tiempo, podrá enmendar, aunque sea parcialmente.

Adriana Chiroleu es docente de

la Facultad de Ciencia Política y RRII

de la UNR e investigadora del Conicet.

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Las clases medias hoy luchan por revertir las políticas que las marginaron y loas borraron como el orgulloso ejemplo de la movilidad social ascendente.

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