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 viernes, 25 de junio de 2004

Editorial
Hacia una cultura antitabaco

Los resultados de un reciente estudio, irrefutable por lo prestigioso de sus autores y su prolongada extensión en el tiempo, han demostrado de modo definitivo los graves daños que provoca el hábito de fumar. Un relevamiento que se efectuó en Gran Bretaña a lo largo de la friolera de medio siglo dio como resultado que los fumadores viven, en promedio, diez años menos que los no fumadores. Al mismo tiempo, el trabajo llegó a la conclusión de que abandonar el hábito tiene siempre efectos positivos -se lo haga a la edad que sea-, aunque cuanto antes se deje el cigarrillo mayores probabilidades existen de vivir más.

Sin embargo, mientras se hacen cada vez más públicamente notorias las nefastas consecuencias para la salud que acarrea el vicio, la Argentina ocupa el primer lugar en América latina en cifras de fumadores: nada menos que el cuarenta por ciento de su población adulta posee el pernicioso hábito. Y a la vez, en Rosario continúan siendo demasiado escasos los lugares cerrados en los cuales se respeta la prohibición o la restricción para fumar, de acuerdo con lo que dispone la normativa vigente.

Las pautas establecidas en tal sentido resultan transparentes: la ordenanza Nº6.631 impide el consumo en espacios cerrados de ingreso público (por ejemplo, locales bailables, restaurantes, bares y confiterías) cuya superficie sea menor a 40 metros cuadrados, y lo limita a sólo un 30 por ciento del área de atención al público cuando la superficie es mayor; también se encuentra prohibido fumar en los colectivos del transporte urbano, en taxis y remises.

Claro que en el marco de una cultura donde el respeto por las normas dista de ser el ideal, y donde para colmo el número de fumadores continúa en alza, no resulta sencillo trasladar lo legislado al terreno de los hechos.

El caso de Kevin Stalla, el chico de diez años que no se arredró ante un chofer de la línea 146 que estaba fumando, lo increpó y como consecuencia terminó en una comisaría, deja claramente expuestas las dificultades que existen en la vida cotidiana, así como los niveles de irrespetuosidad y prepotencia que pueden llegar a exhibir los fumadores cuando se los insta a apagar el cigarrillo que están consumiendo.

Los no fumadores deben defender su salud y ejercer activamente la defensa de sus derechos: la actitud del pequeño Kevin tiene que extenderse. El Estado, por su parte, debe asumir en cada uno de sus niveles el rol de protección de la salud con la severidad que el problema amerita. Educar es clave, pero también lo es dar el ejemplo: la prohibición de fumar merecería ser cumplida rigurosamente en cada dependencia nacional, provincial o municipal. Sin excusas.

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