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 domingo, 28 de octubre de 2007  
Chubut
La Moby Dick del sur
La Capital fue testigo de un avistamiento de una ballena franca albina. Un momento sublime

Micaela Pereyra / La Capital

Sólo veinte personas íbamos en la lancha timoneada por el legendario Tito Botazzi, que desde hace treinta años se dedica al avistaje de ballenas en Puerto Madryn. Los pasajeros eran voluntarios de Greenpeace y la ONG rosarina Taller Ecologista, quienes coordinaron el viaje desde Rosario. Mientras nos daba las instrucciones para navegar, Tito nos dijo: “Hoy no hay muchas ballenas, el mar está muy tranquilo y están alejadas”.

No era lo que esperábamos escuchar. Conmovidos por las fotos en los diarios de la ballena blanca desde que llegamos a la Península Valdés preguntamos una y otra vez por el ejemplar albino: todas respuestas negativas, no se había dejado ver en esos días. Emprendimos la entrada al mar en el último turno de ese día de octubre con la ilusión de observar a las ballenas en su hábitat natural aunque un poco abatidos por los pronósticos.

No tardamos en aproximarnos a una ballena franca austral enorme que con su cría se paseaba por debajo de la embarcación, asomaba la cabeza repleta de callosidades a escasos metros de nuestros ojos y venía al encuentro para luego sumergirse y dejar la cola extendida fuera del agua.

Otra bufaba y espantaba con las aletas a las gaviotas que la picoteaban. Las escenas se sucedían a muy corta distancia del barco. Agiles y dóciles las ballenas se desplazaban a pesar de sus 14 metros y más de 35 toneladas. La cría nadaba bajo la aleta de la madre y ambas permanecieron sumergidas durante un largo rato con una de sus aletas fuera del agua, abandonada a los caprichos del viento.

Esta ballena franca como las demás hembras eligen este lugar del mundo de aguas seguras y tranquilas para parir sus crías, amamantar y enseñar a nadar a los ballenatos. Desde mayo a diciembre es posible disfrutar de la estadía de los cetáceos en Península Valdés y comprobar la sabiduría y el esplendor de la naturaleza.

En un instante, en el silencio del mar coronado por un atardecer rojo Patagonia, un animal mostró su lomo y se sumergió en el agua. Nos miramos todos y no había dudas, había pasado por delante de nuestros ojos algo blanco. “¡No lo puedo creer! ¡Es lo que viste, es la ballena blanca!”, confirmó un tripulante.

Todos los pasajeros nos volcamos a babor de la lancha, a la expectativa de verla otra vez. Sobrevino el silencio y luego, nuevamente las exclamaciones cuando el animal blanco se dejó ver, vino hacia nosotros, se paseó por debajo del barco y jugueteó muy animado mostrando la cola y tiñendo el fondo de blanco cada vez que se sumergía. Blanca como la famosa Moby Dick aunque no tan grande, la ballena albina rodeaba la embarcación con su enorme cuerpo para que nadie se quede sin disfrutarla. Luego apareció su mamá, una ballena negra.

Los ballenatos, como se los llama a las crías de las ballenas, suelen tener una piel más clara que los ejemplares adultos. Las enigmáticas ballenas blancas tienen esta coloración por falta de pigmentación en la piel y con el tiempo, algunos de estos ejemplares albinos se van oscureciendo. En esta temporada en el Golfo Nuevo de Puerto Pirámides se contabilizaron tres de estos ejemplares albinos.



Emociones a bordo

Estremecidos, emocionados, nos mirábamos y seguíamos disfrutando del ballenato blanco, sabiendo que no olvidaríamos jamás ese momento. Las exclamaciones, los gestos de emoción al sentirnos deslumbrados por la naturaleza no quedaron reflejados en las fotografías. Las máquinas sólo registraron a las ballenas pero no los rostros exaltados, la alegría, el entusiasmo que entrega la vida en movimiento quedó grabado en el sentir y en la retina de cada uno.

Botazzi, el capitán de la lancha, estaba conmovido por el espectáculo, y luego de casi una hora a solas con la ballena negra y su animada cría blanca nos anunció que daría aviso por radio a las otras lanchas de la presencia del ejemplar albino para que los demás también puedan disfrutarlo.

El hombre, que desde hace treinta años lleva todos los días varios contingentes mar adentro para vivenciar el avistaje dijo: “Siéntanse agradecidos, lo que vivieron hoy es único. Increíble, parece que las ballenas supieran lo que hacen y les están agradeciendo”, refiriéndose a la tarea fundamental para frenar la matanza de las ballenas que desempeña la organización Greenpeace, cuyos voluntarios copaban la lancha.

A modo de despedida, el cetáceo albino se acercó como si viniera a saludar, se asomó y respiró, formando la “V” tradicional con los dos chorros de agua sobre su cabeza. La madre hizo lo mismo a su lado. Fue el momento que más cerca estuvieron del barco. La tentación por tocarlas fue enorme pero las advertencias se volvieron a escuchar. Sólo mirar y disfrutar de estos monumentales animales sin molestarlos.

La sensación es que si estos mamíferos se enojarían por alguna razón, no quedaría nada en pie, pero sencillamente no hay lugar para peligros, se llaman ballenas francas por su tranquilidad. Nombre puesto por sus captores, por lo mansas y fáciles que resultaron de atrapar, de asesinar.

Ante la mirada amable y respetuosa de los ocasionales visitantes, el atardecer siguió apoderándose de este vericueto del mar argentino, único lugar del Atlántico sur donde el sol se pone sobre el mar, que entrega un majestuoso paisaje elegido por la ballena franca austral para prolongar su vida.



Cómo en casa

Cada temporada alrededor de 600 cetáceos llegan a Península Valdés para reproducirse y criar sus ballenatos. Se instalan en el Golfo San José y Nuevo, este último habilitado para el avistaje turístico de las ballenas en su etapa de copulación, gestación, lactancia y crianza.

Existe entre un 6 y 7% de crecimiento anual, con una población aproximada de cinco mil animales. Opuestamente a lo que ocurre en otros lugares del mundo, en los mares argentinos está prohibido cazar ballenas. Todo lo contrario, es casi un santuario y ha sido declarado por el Congreso de la Nación como Monumento Natural Nacional. Actualmente es lugar de conservación de las ballenas y estudio de sus comportamientos.

Relevamientos de varamientos de animales vivos y muertos son algunas de las principales actividades que realizan los investigadores. También se estudian las consecuencias de los avistajes, actividad que está regulada por Prefectura Naval Argentina y que sólo se puede realizar en el Golfo Nuevo ya que el Golfo San José está vedado para la navegación.

En la actualidad la comunidad se encuentra en estado de alerta por una iniciativa que intenta legalizar el buceo con ballenas. Para equilibrar la convivencia y el hostigamiento a los animales es que las organizaciones y el Estado trabajan cada año para promover el avistaje costero y controlar el embarcado: son sólo cinco las empresas habilitadas y cada una puede tener en el mar sólo dos lanchas.

La organización ambientalista Fundación Patagonia Natural ha construido el observatorio Punta Flecha, ubicado a 17 kilómetros al norte de la ciudad de Puerto Madryn, sobre un acantilado de 21 metros de altura. El observatorio se ubica dentro del área El Doradillo, que es paisaje marino protegido, son playas de reserva municipal muy visitadas para observar durante horas las ballenas desde la costa.



Alimentación y reproducción

Las hembras suelen alcanzar los 13,5 metros aproximadamente y pesan 35.000 kilogramos. El macho llega a 12, 5 metros y su peso es de 30 toneladas. Los ballenatos al nacer miden unos cinco metros y pesan 3.000 kilos. La ballena franca austral es de color negro, carece de aleta dorsal, tiene aletas pectorales y la aleta caudal, la cola, mide hasta cinco metros de ancho.

A diferencia de los delfines, las ballenas poseen barbas en vez de dientes. Estas son placas rígidas de queratina, material similar al de las uñas humanas. Las barbas están insertas en la mandíbula superior y dispuestas a la manera de dos peines. Se alimentan principalmente de placton (diminutos crustáceos) y otros invertebrados.

La población de ballenas del Atlántico Sur da luz y cría a sus cachorros en Península Valdés. Las hembras tienen su primer cría a los 6 o 7 años de edad, y de allí en más tienen un promedio de un ballenato cada tres años. El período de gestación es de aproximadamente 12 meses.
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La ballena albina juega con su madre frente a los turistas.


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