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 domingo, 28 de octubre de 2007  
Un secreto enterrado en un patio de Villa Guillermina
Creían que había abandonado a su pareja. Y cinco años después la hallaron asesinada en su casa

María Laura Cicerchia / La Capital

Durante los últimos cinco años, el nombre de Gladis Elida Núñez apareció en los padrones de Villa Guillermina como si nunca se hubiera ido del pueblo, donde vivió con su pareja y cinco hijos hasta un día de 2002 en que desapareció sin dejar rastros. Su esposo dijo entonces que ella se había marchado con otro hombre y la explicación resultó convincente.

Pero en su larga ausencia, ella, que siempre demostró adoración por sus hijos, nunca se contactó con su familia. Su madre empezó a sospechar. Seis meses atrás le pidió a la policía que la buscaran y los rumores de un crimen se agigantaron en el pueblo de 7 mil habitantes. Hasta que el lunes pasado la policía desenterró allí mismo la increíble historia de su muerte.

El cuerpo de Gladis apareció sepultado casi un metro bajo tierra, en una piecita de adobe de la casa que había compartido con Daniel Alberto Fabatía, un peón rural de 32 años que ahora está preso por homicidio. Se descubrió entonces que la mujer, a quien se creía desaparecida, nunca se había ido de su último domicilio, donde tuvo a cuatro de sus cinco hijos y vivió hasta sus 27 años.

Cinco años atrás, sus vecinos creyeron que había abandonado a su pareja cansada de los malos tratos que sufría, que más de una vez la impulsaron a presentar denuncias en la comisaría del pueblo ubicado 610 kilómetros al norte de Rosario, en el departamento General Obligado. Cuando dejaron de verla, en 2002, su pareja hizo correr la versión de que ella se había ido con otro hombre, “un porteño”, probablemente a Buenos Aires.

La decisión de Carmen. “Al principio yo creí que era verdad. Pero cuando pasaron tantos años y no tenía ningún contacto con ella, no me llegaba un llamado o una carta para hacerme saber dónde estaba ella, empecé a dudar de estas cosas. Yo sabía que él la trataba mal y por otras cosas que la gente me decía por la calle, después de largo tiempo hice la denuncia”, cuenta con voz firme Carmen Mongelot, la madre de la víctima, antes de salir a misa. La mujer vive con una nieta adolescente, a quien Gladis tuvo antes de conocer a Daniel. Y ahora que encontró a su hija anhela contactarse con sus otros nietos, a quienes no ve desde que se fueron del pueblo junto a su padre.

Carmen cuenta que sobrellevaba en silencio sus sospechas. Hasta que el 18 de abril pasado pidió ayuda en la comisaría y presentó una denuncia por averiguación de paradero. Los policías advirtieron que en todos esos años el nombre de la mujer siguió apareciendo en el padrón electoral y que no había realizado un cambio de domicilio. Hicieron circular su foto en medios de la zona. La rastrearon en Buenos Aires. Y a la par de la investigación, crecían los rumores.

“Sabíamos que ella había manifestado deseo de irse de la casa, cansada de que este señor la maltratara. Pero empezaron a surgir conjeturas de que el hombre la mató. Lo que llamaba la atención es que ella, que amaba a sus hijos, no se contactara para preguntar cómo estaban. Después alguien ya dijo que él la había matado y enterrado bajo la cama”, relató el comisario Raúl Cuello, jefe de la comisaría 8ª de Villa Guillermina.

Dos poblados, una versión. La policía comenzó entonces a rastrear a Fabatía. Tras la desaparición de ella, el hombre había vivido un año más en Villa Guillermina y formado nueva pareja. Luego se radicó con su actual mujer y sus hijos en Colonia Prosperidad, en la provincia de Córdoba, cerca de San Francisco, donde comenzó a trabajar en un campo.

Los policías se contactaron con sus colegas cordobeses de un destacamento de ese poblado, donde recogieron versiones sobre el pasado de Fabatía. Y resultó que también allí, pese a la distancia, los vecinos murmuraban que había matado y enterrado a su primera mujer.

El cuarto intocable. Otro detalle terminó de encauzar la búsqueda de Gladis hacia el lugar de donde nunca se había ido: Fabatía había dejado la casa de Villa Guillermina en alquiler. Por ella pasaron varios inquilinos, entre ellos un policía, y a todos dio la misma y taxativa orden: no tocar una piecita externa a la casa donde guardaba muebles y herramientas. Tanta insistencia se volvió sospechosa. Y por lo que se podía espiar a través de la puerta bajo llave, en el lugar no había muebles.

“Eso fundamentó la posibilidad de que la hubiera matado y enterrado en esa pieza”, explica Cuello. Hasta que el viernes 19 de octubre una información “muy contundente” que llegó desde Córdoba aseguraba que la mujer estaba enterrada en ese estrecho galpón, donde tres días después la policía encontró el cuerpo de la mujer y puso fin a seis meses de búsqueda.

El hallazgo. El lunes siguiente, con una orden de la jueza de Instrucción Fabiana Pierini de Reconquista, los policías rompieron el piso de concreto de la habitación de tres metros por cuatro, horcones y tirantes de madera de palma y techo de paja.

A unos 70 centímetros bajo tierra encontraron pelo y parte de un esqueleto humano vestido con un buzo. Con la casi certeza de que su búsqueda había terminado suspendieron la medida hasta el día siguiente, cuando técnicos en criminalística terminaron de desenterrar el cuerpo. A la mujer, que había sido delgada y de uno sesenta de estatura, la habían atado con cables y nailon. Todavía se desconoce cómo la mataron.

“En ese momento, cuando miraba a la madre, pensé mil veces si no era mejor no haber encontrado nada en esa piecita. Pero era la realidad”, admite el comisario Cuello, que agradece la eficaz colaboración de la policía cordobesa.

Esa misma tarde la jueza libró la orden de detención de Fabatía. Su hija de 14 años vive al cuidado de una tía. Los chicos de 11, 9 y 7 años quedaron al cuidado de su actual pareja. El permanecía ayer detenido en Reconquista acusado del homicidio de Gladis, con quien no estaba legalmente casado.

“Después de tantos años me llamó la atención que él tuviera esa pieza cerrada y no quisiera que nadie la toque. Los policías abrieron y no había muebles, sino que mi hija estaba enterrada ahí”, describe Carmen la imagen imborrable que la llevó a confirmar, luego de cinco años, su silenciada sospecha.
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