|
domingo,
28 de
octubre de
2007 |
Interiores: contenedor
Jorge Besso
Una primera mirada por el magno diccionario de la Real Academia de la Lengua muestra una definición escueta, directa, seca, sin la polisemia a que nos tienen acostumbrados las palabras en las que siempre pululan más de un sentido. En cambio, en este caso con la palabra contenedor dice: que contiene.
En términos generales suele ser el público femenino quien reclama o reprocha la falta de contención por parte de algunos hombres, o de la mayoría de ellos. A su vez los hombres no entienden demasiado bien el mensaje femenino solicitando contención en tanto dicha a solicitud implica algo más que un apoyo. Cuando alguien pide o clama ser contenido, sea hombre o mujer, quizás lo que requiere del otro es que pueda ser recibido, poder encontrar en su pareja, su amigo, o en alguien de la familia una suerte de albergue, algo así como un continente que lo reciba sin tener que dar demasiadas explicaciones. Albergado entre los bordes o entre los límites del otro, el ser que ha perdido o que flaquea en su control, encuentra la contención necesaria para aplacar un desborde que se avecina o bien que ya se ha producido.
La amistad es uno de los espacios de mayor contención, en ocasiones de mejor refugio que la familia. Por otra parte, el contenedor también es una caja metálica que contiene una cantidad importante de metros cúbicos destinados a transportar objetos diversos de un lugar a otro, o traslados de mercancías entre países. En bastantes ocasiones el contenedor contiene en su interior un continente oculto en el que se esconden contrabandos varios, muy especialmente las diversas drogas de una sociedad adicta, que pareciera tener ganada la batalla contra el cigarrillo, pero que está muy lejos de lograr un resultado positivo en relación al resto de las variadas e interminables adicciones.
Por su parte las sociedades no dejan de ser una especie de “cajacasa” en las que habitan los individuos, entre ellos a los que realizan la limpieza imprescindible de dichas sociedades, como por ejemplo el vaciamiento de los contendores de residuos a cargo de los más pobres o de los extranjeros, siempre con el peligro de ser ellos mismos los que se convierten en residuos. Hoy las sociedades contienen aún menos que las de ayer al haber logrado un milagro social sin precedentes: legiones de personas en distintos centros y rincones del planeta capaces de tener una ilusión estremecedora: la de poder llegar a ser pobres. Ser excluidos del sistema es infinitamente peor que la pobreza, pues si a los pobres no se les respetan sus derechos, a los excluidos se los aplasta.
Lo difícil es no ver en algún momento a alguien, niños incluidos, “comiendo” de algún contenedor los restos de la comida de la gente que no alcanzó a comerla, o de alimentos tal vez vencidos y desalojados de heladeras que guardaban más comida que la que podían consumir sus dueños. En nuestra ciudad han sido destruidos más de 1.000 contenedores por distintos seres, con toda probabilidad por niños bien o niños medios que cuando pasan de la noche al día envueltos en distintos vapores dejan estragos diversos. Pero también es más que posible que los comensales que se asoman a esos platos rebosantes de despojos muchas veces se dispongan a romper sus juegos de platos, considerando que después de todo son ellos los que pagan los platos rotos de la confabulación de los poderosos con sus economistas a sueldo, expertos en disfrazar de ciencia la acumulación de la riqueza y el reparto de la miseria. Por lo demás, estos platos enormemente plásticos seguramente no pertenecen a juegos que hayan tenido que comprar con motivo de la renovación del mobiliario de cocina, ni es probable que les hayan sido regalados en ocasión de la boda.
Estos son tiempos donde las contradicciones florecen todo el año y por lo que parece en todos los sitios, ya que asistimos a paradojas diversas donde una de las mayores es el incontenible progreso técnico, y al mismo tiempo la involución constante de muchos humanos aun en las sociedades más civilizadas.
Un ejemplo terrible son las imágenes de un joven en el metro de Barcelona que mientras hablaba por su celular insultaba a una adolescente ecuatoriana gritándole que se fuera a su país. Para lo cual, como se pudo ver en las imágenes, le dio patadas como dándole un primer impulso para acercarla a Ecuador. ¿Con quién estaría hablando? ¿Acaso con un amigo, con su madre, con su novia? Difícilmente pidiendo un turno a un terapeuta. Declaró a los diarios que no se acuerda de nada porque estaba borracho y “que se le fue la olla”. Fantástica expresión y ejemplo nítido de incontinencia, o un llamado a la reflexión sobre ciertas secuencias del progreso: alguien puede al mismo tiempo viajar, hablar por teléfono, patear al otro y además que todo sea filmado automáticamente. En este caso, un brindis por el progreso del automatismo ya que si alguien estaba mirando la filmación quizás censuraba el vejamen.
enviar nota por e-mail
|
|
|