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 domingo, 28 de octubre de 2007  
Crisis de pareja: riesgo u oportunidad

Cuando una pareja se constituye para luego formar una familia deben desarrollar una serie de transacciones en un proceso de mutua acomodación. El principal desafío es pasar de los modelos que se traen de la familia de origen a una unidad familiar nueva. Ambos miembros esperan del otro que asuma actitudes a las que está habituado. Hay que desarrollar rutinas para convivir, levantarse, usar el baño, tener relaciones sexuales, manejar el dinero, el ocio y para encontrarnos con las respectivas familias de origen.

¿Qué pasa con la llegada del primer hijo? La organización cambia para adecuarse a las necesidades del nuevo integrante y de los adultos. El pasaje de la díada a ser tres es un momento donde deben generarse nuevas pautas de conducta y pueden aparecer temores, ansiedad y momentos críticos respecto a los tiempos comunes, los individuales y la distribución de roles.

  

Diferentes etapas

Cuando los hijos van creciendo los padres deben generar un espacio protegido de las demandas, socializarse y desarrollarse como familia pero a la vez defender el tiempo de la pareja. Esto lleva a una nueva complejidad.

La adolescencia de los hijos, sus replanteos y noviazgos culminan al abandonar la familia para irse a vivir solos o en pareja y finalmente llega la etapa del “nido vacío” donde se reencuentra la pareja original.

Las diferentes etapas plantean desacuerdos, momentos de desequilibrio y transiciones donde la percepción de las reglas que se venían usando ya no son útiles y se deben renegociar otras. Ciertos estilos de organización pueden servir en determinado momento de la vida y en otros no. El ciclo evolutivo de cualquier pareja plantea conflictos normales que pueden resolverse permitiendo nuevos aprendizajes, o congelarse impidiendo desarrollos personales y de la pareja. Aun en el primer caso las crisis no se atraviesan sin dolor y en ellas aparecen recriminaciones, enojos y reproches.

Es necesario entonces establecer acuerdos que permitan anticipar aspectos de comportamientos esperables, cómo pienso que el otro va a responder, qué se espera de él y que puede esperar de mí. Existen expectativas acordadas, normas reconocidas que constituyen el contrato explícito e implícito.

En toda pareja aparecen diferencias que provocan malestar. Si se revisan, si hay oportunidad de hablar, discutirlas y llegar a nuevos acuerdos cuando los modelos anteriores ya no sirven, habrá avances a través de alternativas nuevas. Algunas parejas pueden enfrentar estas situaciones solas, otras no

y para ello deben recurrir a una ayuda profesional.

El terapeuta de pareja trabaja con las características relacionadas con cada uno de los miembros, trascendiendo lo personal y ayudando a cambiar modelos que permitan un modo de vida más satisfactorio a través de una posibilidad de cambio.

Marta Jalfón

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