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 domingo, 21 de octubre de 2007  
Campaña sospechosamente light

Por Mauricio Maronna / La Capital
La desaparición de los partidos políticos, la caída de las expectativas focalizadas en el gobierno nacional y la paupérrima campaña electoral de todos los frentes, sellos o agrupaciones se conjuran para que, a una semana del día en que se definirá el futuro presidente, la sociedad esté mirando para otro lado.

   La Casa Rosada busca enfriar el partido, y lo logra, al imponer en la agenda mediática de los grandes medios porteños cualquier cuestión que no tenga que ver con la tarea proselitista de unos y otros. Hubo dos momentos bisagra que, curiosamente, fueron publicados en portada con tipografía gigante en el matutino, a priori, más opositor. ¿Para la despolitizada sociedad nativa, hubo algún anuncio más atrapante que el relacionado al mantenimiento de las cuotas sin interés vinculadas a las tarjetas de crédito? ¿La campaña no se terminó el día en que por el mismo medio se publicó una encuesta según la cual Cristina Fernández de Kirchner duplicaba en votos a Elisa Carrió?

   La realidad, con su empirismo a prueba de subjetividades, va confirmando lo que aquí se viene escribiendo desde hace meses: con 20 de los 24 gobernadores enrolados tras la candidatura de Cristina, 1.000 de los 1.200 intendentes de todo el país pujando para que la senadora sea la futura presidenta y con todas (sí, leyó bien, todas) las Municipalidades del Gran Buenos Aires traccionando hacia arriba solamente un milagro podría hacer que Lilita logre la hazaña de ingresar al ballottage.



Operación masacre. La atroz masacre de los policías bonaerenses reemplazó los típicos ataques a comités, unidades básicas o centros de estudios que se producen en la antesala de las elecciones. Lo sucedido es una muestra cabal, peligrosa, de que el país ya se ha emparentado con la violencia más brutal.

   La provincia de Buenos Aires sigue siendo una úlcera sangrante que perfora a todo el país con sus 3.000 millones de déficit, el enquistamiento de mafias poderosas y la sempiterna incapacidad del gobernador Felipe Solá, quien alguna vez dijo que para mantenerse en política había que hacerse el estúpido. Cumple ese rol a la perfección: ayer menemista, después duhaldista, hoy gobernador y, desde el 10 de diciembre, diputado nacional. Sí que se mantiene.

   El rotundo fracaso de las purgas policiales y la creación del Ministerio de Seguridad sirvieron para que el principal Estado argentino se convierta en tierra de nadie, algo que deberá valorar en su totalidad el futuro gobierno santafesino, cuando la indefensión de los ciudadanos es la principal prioridad.

   Pues bien, es en la provincia de Buenos Aires donde Cristina Kirchner tendrá su garantía de triunfo, un contrasentido que se explica por el clientelismo feroz, las necesidades de la pobreza, el trasiego de influencias y el peso específico del caudillismo.

   El escenario preelectoral es cada vez más parecido al de 1995, cuando Carlos Menem arrasó con el voto cuota y ató su éxito a la adhesión de las dos puntas de la pirámide: la clase alta y los sectores de menores ingresos. La clase media de los grandes centros urbanos fue la que se opuso al riojano, al que hoy “nadie votó”.

   Un estudio del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría reveló que, entonces, 4 de cada 5 votantes a Menem provenía del peronismo y uno de la centroderecha. Actualmente, la composición del sufragio a la primera dama es similar, sólo que el único voto cada cinco llega desde la centroizquierda.

   El riesgo para que Cristina no gane en primera vuelta es Carrió, quien sin embargo tiene enormes problemas para financiar su campaña, disponer de 75 mil fiscales en todo el país y movilizar a una coalición que ni siquiera ha montado un puesto de campaña en las peatonales rosarinas, el enclave más receptivo para la talentosa candidata.

   A Lilita parece faltarle también esa vocación de poder que caracteriza a los peronistas: pese a que quedará (aun sin entrar en la segunda vuelta) como la principal figura opositora, anunció que “nunca más” será postulante a nada.

   La imagen del presidente Néstor Kirchner se desplomó, Cristina necesitó tres viajes a Santa Fe, un par a Córdoba y decenas al conurbano para asegurarse la victoria. Para que se entienda mejor el error histórico de Raúl Alfonsín al eliminar el Colegio Electoral tras la firma del Pacto de Olivos puede citarse un ejemplo categórico: en el 2003 Kirchner perdió en la inmensa mayoría de las provincias, pero, gracias a Eduardo Duhalde, superó en 400 mil votos a Carlos Menem en el Gran Buenos Aires (léase primera y tercera sección electoral). Con esos votos ingresó a la segunda vuelta.

   Hoy, los entonces ultraduhaldistas son kirchneristas, mañana sciolistas y pasado mañana quién sabe. Para el peronismo la política es el poder. “Los peronistas somos lo que los tiempos quieren que seamos”, sintetizó Guido Di Tella alguna vez, con esa sonrisa sardónica que lo caracterizaba. Nada más real.

   El estrepitoso descenso de la intención de voto hacia Cristina no será óbice, sin embargo, para constituirse en presidenta electa. Se lo ofrenda un extraño ballottage, que se evita con 40% más uno de los sufragios, y a la ingenua dispersión opositora. Carrió, Alberto Rodríguez Saá, Ricardo López Murphy y Jorge Sobisch parcelan el voto anti-K hasta el paroxismo, en una especie de ley de lemas fáctica que dirime, apenas, quién es el mejor segundo, una estrategia que parece haber diseñado el peor especialista en campañas.

   Pero en política, como en el fútbol, las finales no se explican, se ganan o se pierden. En el campamento de la Coalición Cívica creen que el voto oculto asomará sus narices el domingo próximo y dará el batacazo. Una segunda vuelta constituiría una hecatombe para el kirchnerismo que no quedará saldada aún ganando el ballottage. ¿Se animará la sociedad argentina a no dejarse llevar por el voto cuota o el presunto mal menor y a pegar el salto?

   El nuevo chico de la tapa, Hermes Binner, no ha dado respaldo público estentóreo alguno a la fórmula que Lilita comparte con su compañero de partido Rubén Giustiniani. “Muy distinta hubiera sido la historia con Binner y Fabiana Ríos (gobernadora electa de Tierra del fuego) recorriendo los canales de televisión y caminando las provincias con Lilita. Pero ya fue...”, se resignó ante La Capital uno de los baluartes de la Coalición Cívica que talla en el programa económico.

   “Hay días en que hay poco para ver; hay días sospechosamente light, canta Andrés Calamaro en su último disco, “La lengua popular”. La letra del tema y el título del disco caen de perillas para radiografiar el estado de las cosas a 7 días de las elecciones: la oposición tendrá que “desenvainar las espadas del texto” y, pese a la apatía, dedicarse “a los que pasan caminando, a los que se quedan pensando” o a los que, lisa y llanamente, ni siquiera tienen en mente la inminencia de los comicios.



La parada santafesina. Si la campana nacional no mueve los decibeles, qué puede esperarse de los candidatos a diputado nacional. Engrudo y afiches es la única estampa que referencia la proximidad de las elecciones. Jorge Obeid decidió no hacer proselitismo y afrontar una transición que se ha complicado tras su iniciativa de designar a los ultrarreutemistas Mario Esquivel y Liliana Meotto en organismos de control. ¿Un acuerdo entre el mandatario provincial y su antecesor? Todo parece indicarlo.

   Es tan precaria la campaña electoral, los spots, la calidad de los afiches, la ausencia de propuestas, que hasta dan ganas de decir: “Basta de realidad, queremos promesas”. Como aquel original corto publicitario que proponía el Fral de Lisandro Viale en la década del 80, y que se comprometía a “ponerle el ojo que le falta a Venado Tuerto, enderezar Chañar Ladeado y hacer más húmedo a Arroyo Seco”.

   La sobredosis de mercadotecnia puesta en práctica por la Alianza de Fernando de la Rúa, que mostró como contracara una gestión de gobierno nefasta, amilanó a los candidatos y les hizo perder frescura hasta caer dócilmente en la trampa del gobierno nacional: de política no se habla. La lengua popular está en otra parte.



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Cristina Kirchner y Elisa Carrió.


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