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 domingo, 14 de octubre de 2007  
“No salí a cazarlo: lo detuve para que pagara lo que hizo”
Lo dijo L.M.V., la cabo de policía que apresó al hombre acusado de violar y matar a su hijita

Leo Graciarena / La Capital

“Botona de mierda, que te metés si es mi hija y yo con ella hago lo que quiero”. Cuando recuerda la frase que le dijo Diego Martín Lagarto Blanco mirándola fijo a los ojos, la cabo de policía que dialogó con La Capital tuvo que luchar por contener las lágrimas. Es que ella, M.L.V., fue quien el primer sábado de octubre logró atrapar al hombre que violó y asesinó a su propia hija, Camila, de 10 años. La captura se produjo alrededor de las 20 de aquel día, y unas 10 horas después Lagarto apareció muerto, colgado con su short en una celda de la alcaidía de Jefatura. “Fue una lástima que se suicidara. Quería que fuera ante el juez y contará por qué le hizo eso a la criatura”, reflexionó la mujer policía.

   M.L.V. prefiere no dar su nombre y mantener un perfil bajo y anónimo. “Tengo una familia y prefiero preservarlos”, fue su pedido ante el cronista y el fotógrafo. Es que ella es vecina de barrio Parque Casas, el mismo donde vivía Lagarto y donde residen los familiares y allegados del hombre. “Yo soy una vecina que trabaja de policía”, aclara la cabo, que gana 800 pesos por mes jaqueda por el pago de un crédito pero fortalecida en la fajina policial que lleva con orgullo sobre su 1,63 metro de estatura y escasos 50 kilos.

El encuentro. A las 20 del sábado 6 de octubre, M.L.V. salió a hacer compras para la cena familiar en inmediaciones de Casiano Casas y Washington. Entonces Blanco era el hombre más buscado en Rosario. Una semana antes, el domingo 30 de septiembre por la noche, este hombre de 29 años, varios antecedentes policiales y adicto a las drogas, fue a buscar a su hija Camila a la casa de su ex pareja. Tras ello la nena no volvió a ser vista con vida. El martes posterior la policía halló su cuerpito semisumergido en una tosquera del Bosque de los Constituyentes.

   La habían violado, golpeado y asfixiado con una remera. “Salí para hacer los mandados y me lo crucé. El iba caminando con la cabeza gacha. Estaba vestido con una bermuda gris y una remera roja y blanca. No llevaba gorrita ni nada que lo ayudara a ocultar su rostro. Andaba por la calle y lo reconocí porque en el barrio nos conocemos todos”, contó la cabo.

   La policía y Lagarto se cruzaron en Washington y Casiano Casas, a media cuadra de donde Blanco vivía con su familia. “Cuando lo vi, lo primero que se me cruzó por la cabeza fue la imagen de la criatura. Y pensé: «Tenés que ir al juzgado y decir por qué le hiciste eso a la nena. Tenés que ir preso», eso fue lo que sentí”, rememoró M.L.V.. “¿Cómo te puedo explicar? Uno ya está acostumbrado a este trabajo. Ve ladrones que salen, roban y vuelven a entrar a la comisaria. Pero cuando pasa algo con una criatura como en este caso... Este rompió todos los códigos”, describió.

La decisión. Todo lo que sucedió a partir de ese momento tuvo a no menos de 50 vecinos como mudos testigos. “Tiré los bolsos al carajo y le di la voz de alto. Se plantó e hizo con su brazo derecho un movimiento como quien quiere sacar un arma de la cintura. Fue un flashazo, como un reflejo. Cuando hizo eso, varias personas se tiraron para atrás y él empezó a correr hacia la villa”, relató la mujer policía. “Todo fue muy rápido. El corría en silencio y tuvo que dar la vuelta a la manzana porque con los gritos de los vecinos se empezó a levantar la villa. Y cuando la villa se levanta es algo muy difícil de describir”, explicó.

   En cuestión de segundos la cabo y Lagarto estuvieron otra vez frente a frente. “Pistola en mano le grité: «Alto, policía». Y le hice un disparo intimidatorio siempre buscando la tierra, hacia abajo, para que no rebotara el proyectil porque la zona estaba llena de criaturas. El se frenó y me agarró la mano en la que tenía la pistola. Empezamos a forcejear y como el arma estaba montada se accionó y se disparó otra vez. Ahí lo pude reducir y lo tiré al piso. En ese momento llegó otro compañero que vive por ahí que me ayudó a retenerlo porque ya se nos venía la villa encima”, contó la vigilante.

   En pocos segundos, el lugar se llenó de móviles y policías. “Cuando lo teníamos en el piso, fue vital la rapidez con la que se lo sacó del lugar porque los vecinos nos empezaron a rodear y a gritarnos para que se lo entregáramos. Lo querían linchar ahí nomás”, recordó L.M.V.

   “Ahí fue que me dijo: «Botona de mierda, que te metés si es mi hija y yo hago lo que quiero». Me lo dijo mirándome a los ojos. Y eso es terrible. «Total es mi hija», me repitió como si la piba fuera una cuchara de su propiedad que él usaba cuando quería. Fue una sensación muy fea. No te das una idea y me quedó grabado. No me lo puedo sacar”, contó la cabo policial.

Vivir mejor. “¿Qué sentí cuando me enteré que se había colgado? Me dije qué lástima, tendría que haber ido preso”, reflexionó L.M.V. Y agregó: “Te voy a decir una cosa, porque hay parte de la sociedad que piensa que a este hombre lo mató la policía. Te puedo asegurar que no es así. Ni yo ni mis compañeros somos quiénes para quitarle la vida a nadie. Este es mi trabajo y me gusta hacerlo. Y todos los días hago lo mejor que puedo para que todos vivamos mejor”.

   Además, dice la cabo, “yo no salí a cazarlo o a matarlo a este muchacho. No está en mí eso. Tuve la oportunidad de detenerlo y lo hice sin dudar para que pagara por lo que hizo, pero siempre dentro del marco que hubiese dispuesto la Justicia”.

   “Yo peleo para que las cosas estén mejor y que se pueda vivir mejor. No puedo hablar por toda la fuerza, pero la mayoría de mis compañeros lo que quiere es que se pueda vivir mejor”.
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La policía buscó sin éxito a Diego Martín Blanco durante una semana.

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