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domingo,
14 de
octubre de
2007 |
Historias increíbles de quienes quieren el carné
En la Dirección de Tránsito se cuentan anécdotas imposibles de olvidar, que merecen el calificativo de “increíbles” o, en todo caso, “insufribles”. Una de ellas es la de un joven que fue a rendir el examen práctico borracho. Como lo vieron “un poco raro”, le hicieron el test de alcoholemia, y dio positivo.
Los nervios traicionan, y a veces hacen desastres. En más de una oportunidad, los conductores están tan concentrados en los espejos y en las vallas que, en vez de dar marcha atrás, ponen primera y se llevan por delante no sólo el obstáculo delantero, sino que chocan contra la columna de alumbrado. Días pasados, un auto quedó para llevarlo al chapista y el conductor, reprobado.
Hay oportunidades en las que los inspectores se ven obligados a volver manejando el auto del examinado. “Los que rinden terminan muy nerviosos. Se les para el auto y no lo pueden hacer arrancar en un semáforo”. Ante esa situación de estrés, no hay más remedio que conduzca el inspector.
Una vez sucedió que preguntaron a un muchacho: “¿Practicaste?”. La respuesta fue tajante: “Sí, bastante, pero con la Play (Station)”.
Y ni hablar cuando los aspirantes a las licencias arriban a Tránsito conduciendo. Queda claro, pudieron haber aprendido, pero todavía no tienen el plástico.
En tanto, en más de una oportunidad los inspectores deben contener esforzadamente a quienes salen reprobados y se ponen a llorar. “Nosotros intentamos que rindan bien, pero no podemos darles la licencia si no saben manejar”, concluyó uno de los inspectores que tiene años de experiencia.
En los exámenes teóricos a los motociclistas, una de las preguntas básicas es: “¿A quiénes consideran conductores riesgosos?”. Responden inmediatamente que son los ciclistas, porque no respetan las señales. Acto seguido, les preguntan si ellos antes se movían en bicicleta, y todos dicen que “sí”.
Para los empleados de Tránsito no es raro ver que, al intentar estacionar, los aspirantes al carné se suban a la vereda, que sus autos no arranquen, que aceleren y frenen al mismo tiempo o que simplemente nunca puedan encender el coche.
Estas son sólo parte de las historias del circuito enclavado en el parque Independencia.
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