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viernes,
28 de
septiembre de
2007 |
Lo contrario de un ciudadano
Hernán Lascano / La Capital
Omar S. tuvo su primer antecedente penal el 26 de febrero de 2006. Tenía 13 años y le atribuyeron un intento de robo sin armas. La primera entrevista del juzgado para relevar cómo vive él y su familia fue, según fuentes de la causa, el 13 de septiembre de 2007. Esto es 19 meses después. Para entonces ya había acumulado otras diez causas penales y escalado hacia conductas más agresivas: todos delitos con uso de armas.
Si un adolescente acumula tres hojas de prontuario para que recién entonces el sistema de menores intervenga puede inferirse que alguien no hizo bien las cosas.
El informe psicológico de hace diez días refiere que la vida de Omar está jalonada en un contexto dramático: las detenciones de su padre, la violencia familiar, la vida en la calle, el destierro del colegio que dejó en 5º grado, su adicción a la cocaína, la pobreza extrema.
Omar milita, pues, en la categoría de no ciudadano. Como Walter T., otro chico de 15 que figuró ayer en esta sección al cometer su sexto delito en cuatro meses. O Pelo Duro, de 16, que vive a tres cuadras de Walter. O Tierrita, de 14, habitante de Empalme Graneros. La historia tambaleante de cada uno de ellos puede rastrearse en crónicas aparecidas en los últimos tres meses de las que son protagonistas.
Arrojados de una sociedad que no les garantiza escolaridad, ni vivienda digna, ni una remota promesa que los rescate de ese mundo miserable, ¿por qué milagro habría de esperarse de ellos hábitos distintos? Tal es el núcleo del problema. Pero si además, actuando sobre el foco, el sistema de menores llega un año y medio tarde, lo que seguro hallará es una conducta delictiva afianzada. Lo que implica un campo de trabajo mucho más inoperable que el del momento del primer delito, prematura señal de lo que vendría.
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