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 domingo, 29 de julio de 2007  
Viajeros del Tiempo
Rosario, 1905/1910

Guillermo Zinni / La Capital

La realidad imita al arte. Todos los que hayan leído “Las mil y una noches” recordarán el cuento de “Alí Baba y los cuarenta ladrones”, que tenían sus tesoros en una cueva que se abría al conjuro de “¡Sésamo, ábrete!”. Pues bien, esto, que no pasaba de ser un cuento, lo ha realizado un artista neoyorquino, Elliot Keen, y su invento fue adoptado por una gran casa constructora de cerraduras de seguridad. Ahora, no basta con el pronunciar el “¡Sésamo, ábrete!”, sino que los resortes de las cerraduras, además, sólo obedecen a cierta voz o voces. Así que el que quiera abrir una caja de caudales sólo tiene que pronunciar las palabras que sirvan de contraseña en un teléfono puesto en comunicación con dicha caja, pero tiene que hablar la misma persona que habló antes de cerrarla ante el aparato fonográfico que forma parte del mecanismo. Al artista se le ocurrió esta idea al ver una fotografía de ondas de sonido tomadas de las voces de la Tetrazzini, de Caruso, de la Melia y de otros grandes cantantes en los que observó una sorprendente diferencia de forma. Así, estimó que si las ondas eran diferentes en cada individuo, podían servir para identificar a una persona lo mismo que sus señas particulares o su firma, y luego, como hombre práctico, pensó que esto podía aplicarse a la custodia del dinero, que es lo que más vale en este mundo. De todos modos, cuando esta idea se generalice, leeremos alguna vez en los periódicos del futuro alguna frase como la que sigue: “Los ladrones se apoderaron del cajero, que es el único que puede abrir la caja con las vibraciones de su voz al pronunciar la contraseña, y amenazándolo de muerte lo obligaron a que dijese ante el receptor de la cerradura las palabras necesarias. Por fortuna, el cajero se hallaba tan impresionado que sólo pudo balbucear las palabras, lo que impidió que las vibraciones de su voz coincidiesen exactamente, con lo cual el aparato se negó a funcionar”.

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