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 domingo, 29 de julio de 2007  
Moscú quiere ahora construir su propio Manhattan
La llamada capital del Estado obrero hoy es una de las urbes más caras del mundo

Ulf Mauder / DPA

Bajo la acera de la sede de su gobierno en la calle Tverskaia, el alcalde de Moscú, Yuri Lushkov, hizo colocar una calefacción que derrite la nieve en pleno invierno. La capital rusa, fundada hace 860 años, debe gran cantidad de estos artefactos de lujo a la riqueza de gas y petróleo de la que dispone el país.

   Diariamente, la ciudad, con unos 13 millones de habitantes en la actualidad, sigue creciendo, porque muchos rusos de la provincia así como fuerzas de trabajo baratas de las ex repúblicas soviéticas se trasladan hasta la metrópoli junto al río Moscova en busca de un futuro mejor.

   En la primera mitad del siglo XIX, el poeta Mijail Lermontov describió la ciudad y sus grandes contradicciones como “fuerte, encendida y cariñosa”. Desde comienzos de los años 90 del siglo pasado, la que fuera capital del primer Estado obrero y campesino se convirtió en una de las ciudades más caras del mundo.

   Las inversiones privadas hicieron que el antiguo centro comunista hoy haga sombra a muchas otras metrópolis europeas. En el sueldo medio de sus habitantes, sin embargo, Moscú está muy por detrás. En promedio, los sueldos están muy por debajo de los mil euros al mes.

   Casi diariamente aparecen nuevas torres con frías fachadas de cristal que se levantan entre los edificios antiguos de piedra blanca, las torres con forma de cebolla y las cúpulas doradas de la época de los zares y las rígidas construcciones monumentales y monumentos bélicos de la era soviética.

   Los constructores moscovitas no les temen a los riesgos y esperan de sus arquitectos sobre todo símbolos del auge económico. Quieren lo más caro, lo mejor y lo más llamativo. Y eso no sólo incluye numerosos rascacielos. En el sur de la ciudad está prevista una especie de Disneylandia con personajes de cuentos rusos y en las Colinas de los Gorriones se levantará la noria (vuelta al mundo) más alta del mundo, de 170 metros.

   A cuatro kilómetros y medio del Kremlin, directamente junto al Moscova, hay una obra en construcción muy impactante. Es la más grande de Europa. Hasta 2015, allí se construye Moskva City, el nuevo centro de negocios de la ciudad con fachadas azuladas y 2,5 millones de metros cuadrados de superficie.

   La idea es competir con el Potsdamer Platz de Berlín y Manhattan en Nueva York. El centro de esta city será el edificio Federaziya, que cuesta 390 millones de euros y será con 340 metros el edificio de oficinas más alto de Europa. Desde un puente de cristal, miradores y ascensores panorámicos los moscovitas podrán redescubrir su ciudad desde una nueva perspectiva.



Las primeras críticas. Sin embargo, hay quienes están preocupados por el encanto del casco antiguo, que abarca bastante más que el Kremlin, la catedral de San Basilio, el metro y las construcciones de estilo stalinista que marcan la silueta de la ciudad. Los iniciadores de la plataforma critican la política de demoliciones de la ciudad.

   Y críticos como el vicepresidente del partido liberal Yabloko, Serguei Mitrojin, que también está en el Parlamento de la ciudad, lamentan la “bárbara aniquilación de la naturaleza”. En su opinión, con el presidente Vladimir Putin desaparecieron todos los principios ecológicos y funcionarios corruptos trabajan con empresarios en “alianzas funestas”.

   Moscú se mantiene fiel a su confusa y desigual imagen y cultiva más las colosales construcciones únicas que el conjunto arquitectónico. También la Iglesia Ortodoxa rusa, reforzada después de la caída de la Unión Soviética, quiere sentar señales para el futuro con construcciones como la imponente catedral del Cristo Redentor.

   En los distritos marginales, en tanto, siguen decayendo las urbanizaciones de edificios prefabricados de la época de Nikita Kruschev. La administración de la ciudad estima que el presupuesto requerido para sanear edificios en Moscú en los próximos cinco a siete años asciende a 10.000 millones de euros. Durante semanas, la mayoría de los habitantes de la ciudad deben renunciar al agua caliente en primavera, porque deben limpiarse las cañerías.

   El alcalde Lushkov, fiel al Kremlin, quiere poner calefacción bajo los lugares importantes del centro, para que incluso con 30 grados bajo cero pueda presumir de zonas peatonales sin hielo.
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Los constructores moscovitas no temen riesgos y levantan los más grandes rascacielos.



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