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domingo,
22 de
julio de
2007 |
La mitología represiva de la "liberación"
Pablo Díaz de Brito / La Capital
Analizando el actual “estado del mundo” queda claro, por si hiciera falta (y hace) que las ideas represivas no son monopolio de las clases dominantes, como afirma la añeja dogmática de izquierda.
Así lo demuestra el integrismo islámico que se extiende por Medio Oriente. Un ejemplo claro de que la opresión puede venir “de abajo”. Allí están para probarlo las masas qaedistas de Pakistán; el Irán de Ahmadineyad, tan bien visto por la izquierda primitiva latinoamericana; el Hezbolá libanés, que tantas pasiones y afectos antiimperialistas desató el año pasado con su guerra santa contra Israel; el Hamas palestino, que impuso su dominio en Gaza en una guerra sin prisioneros, y luego de usufructuar con hipocresía la alternativa legalista de las urnas; y varios etcéteras que reciben la bendición de las izquierdas europeas y sudamericanas pese a su evidente talante represivo.
Siempre con la excusa fotocopiada del antiimperialismo y la rebelión de los oprimidos (a propósito del golpe de Estado de Hamas en Gaza, Le Monde Diplomatique no duda en victimizar al grupo integrista y culpar de su conducta criminal al bloqueo de fondos decidido por Occidente, por no hablar de Israel).
En cuanto a fenómenos regionales, como el autoritarismo caudillesco y militarista de Chávez y el indigenismo retrógrado e igualmente autoritario de Evo Morales (quiere legalizar los latigazos públicos de la ancestral justicia indígena: ¿qué opinarán los progres antiglobalización?), en estos casos simplemente nadie se molesta en buscar excusas: sólo hay apoyos incondicionales a la exhumada vía revolucionaria. Los índices más autorizados señalan exultantes que por allí va el camino de la “liberación”, esa entelequia que tanta sangre costó y tantos campos de concentración erigió en el siglo pasado.
En ambos casos, islamistas mediorientales e izquierda “retro” latinoamericana, se encuentra un mismo temperamento: antioccidental, antes que libertario; antiestadounidense y antiliberal, mucho antes que antirrepresivo y emancipador.
Mientras el integrismo islámico no oculta su carácter violento y reaccionario, la izquierda latinoamericana es ambigua y falsa. Después de una corta y mala convivencia, le ha dicho adiós a la democracia “formal”, o sea, representativa, con su fastidiosa división de poderes y demás ñañas burguesas. La usó mientras no tuvo mejor cosa a mano, cuando quedó huérfana de modelo bajo los escombros del Muro y el alambrado del Gulag. Ahora ha regresado el tiempo de la “democracia real”, sin rodeos y sin ningún maquillaje. Una curiosidad: ¿por qué se insiste en llamar “progresismo” a esta sopa recalentada? l
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